lunes, 30 de noviembre de 2015

A SANGRE FRÍA (1966), DE TRUMAN CAPOTE Y DE RICHARD BROOKS (1967). HISTORIA DE UN CRIMEN.

Truman Capote es uno de los escritores más populares del siglo XX, uno de esos intelectuales icónicos como Ernest Hemingway o Albert Camus a los que muchos, aunque no sean lectores habituales, pueden reconocer sin dificultad en una fotografía. Capote vestía como un dandy y su presencia era imprescindible para dar brillo a cualquier fiesta organizada por la alta sociedad de su tiempo.

Pero lo que aquí nos interesa más es que el autor estadounidense concibió con A sangre fría un nuevo género literario, hazaña que no está al alcance de cualquiera. Se trata de la novela de no ficción o novela testimonio, que pretende ser una especie de reportaje periodístico, puesto que lo que narra se ciñe estrictamente a sucesos reales, pero con una vertiente literaria muy acusada, ya que el narrador es un ser omnisciente, que puede entrar en la mente de sus personajes y exponernos sus pensamientos. Con esta técnica el escritor logra que el lector sea capaz de vivir unos hechos que son expuestos fríamente en los reportajes periodísticos convencionales, aunque, desde mi punto de vista, se corre el riesgo de perder la objetividad que es imprescindible en el ejercicio de la profesión. 

A sangre fría sigue los pasos de dos delincuentes, Dick Hickcock y Perry Smith, cuya terrible historia fue portada de todos los diarios de Kansas, puesto que asesinaron, sin motivo aparente, a una de las familias más conocidas y respetadas de la población rural de Holcomb. En sus primeros capítulos, Capote nos describe la vida cotidiana de las víctimas, los Clutter, cuya existencia transcurre durante un anodino día normal, sin saber que esa misma noche serán brutalmente asesinados. Dick y Perry habían sido compañeros en prisión y no tenían nada de especial. Perry, a quien Capote llegó a conocer muy bien, por las muchas horas pasadas entrevistándole en el corredor de la muerte, es quizá el más sensible de los dos y el que cuenta con un pasado más traumático, algo que es posible que le influencie a la hora de enjuiciar su errático y violento comportamiento, un fenómeno que el mismo criminal intuye:

"Con el paso del tiempo se había familiarizado con la vida de la plaza del Palacio de Justicia, con sus parroquianos y sus costumbres. Los gatos, por ejemplo: aquellos dos escuálidos gatos grises que aparecían siempre al anochecer y rondaban la plaza, parándose a inspeccionar los coches aparcados en su periferia, conducta que lo tuvo intrigado hasta que la señora Meier le explicó que los gastos buscaban los pájaros muertos que habían quedado enganchados en la rejilla de los radiadores de los coches. A partir de entonces le resultó doloroso contemplar sus maniobras.
 

—Porque he pasado la vida haciendo lo que ellos hacen. El equivalente."

Dick es un tipo mucho más astuto en apariencia, un estafador consumado que no estaba destinado a participar en un asesinato, pero que es incapaz de echarse atrás una vez tomada una decisión. En realidad Dick y Perry se alimentan el uno al otro a la hora de realizar sus acciones. Ambos mantienen una curiosa relación de amor y odio, de admiración y desprecio, que resulta determinante a la hora de ejecutar tan espantosos crímenes. Los Clutter son unas víctimas circunstanciales, absolutamente inocentes, que han tenido la mala fortuna de penetrar en los pensamientos del obsesivo Dick. Es de destacar la frialdad de ambos a la hora de asesinar a personas indefensas, alimentados por la excitación del crimen y la impunidad de la que creen gozar. Se trata de una acción pobremente planificada, pero bien ejecutada, ya que apenas deja cabos sueltos de los que puedan tirar los investigadores y habrán de pasar varias semanas para que la fortuna les eche un cable y permita la captura de los asesinos, sobre todo porque la policía busca motivación donde apenas existe.

Nos encontramos en los años cincuenta, una época tradicionalmente descrita como de inocencia del pueblo estadounidense, si nos atenemos a las costumbres de la cada vez más opulenta clase media. Es posible que dichas descripciones sean exageradas o deban contener muchos matices, sobre todo a tenor del gran número de veteranos de la Segunda Guerra Mundial y de Corea que componían la población y de la amenaza permanente de ataque nuclear que suponía la Guerra Fría. No obstante, si la comparamos con la de veinte años después, mucho más cínica y descreída, sí que podemos suponer que la publicación de A sangre fría supondría un impacto enorme en la cultura del país, ya que se exponían sin tapujos las motivaciones (o falta de ellas) de unos asesinos nihilistas. 

Aquí ya no cabe una visión romántica del criminal, al estilo de Bonnie y Clyde, sino la exposición sórdida y realista de unos hechos terribles e incomprensibles para la mayoría de la gente, fruto de una investigación de años, emprendida por Capote junto a su amiga Harper Lee, autora de Matar a un ruiseñor, así como la repercusión en el seno de la comunidad en la que han sucedido. Ni siquiera respecto a la pena de muerte el autor toma posición, limitándose a describir fríamente el ambiente del corredor de la muerte y la ejecución de la sentencia. Únicamente se vislumbra un cierto afán en que al menos se tenga en cuenta el pasado del criminal, algo determinante a la hora de analizar su conducta: 

"Un pasado que refleja una extrema violencia bien imaginaria, bien observada en la realidad o verdaderamente experimentada por el niño, encaja en la hipótesis psicoanalítica según la cual exponer al niño a estímulos abrumadores antes de que sea capaz de dominarlos está estrechamente ligado a defectos prematuros en la formación del yo, y posteriormente, a serios trastornos del dominio de los impulsos. En todos estos casos, había pruebas de graves frustraciones emotivas en la infancia. Estas frustraciones pudieron derivar de la ausencia prolongada o repetida de uno o ambos progenitores, de una vida familiar caótica en que los padres eran desconocidos o de un abierto rechazo del niño por parte de uno o ambos padres por lo que el niño fue educado por extraños… Se notan trastornos en la organización afectiva. Muy sintomático es el hecho de que exhibían una tendencia a no experimentar ira o cólera, asociada a una acción violentamente agresiva."

La película de Richard Brooks, uno de los directores más injustamente olvidados de Hollywood, dotado de una exquisita capacidad de adaptar grandes obras literarias, refleja a la perfección el ambiente desasosegante que impera en la novela. Destaca por una excelente utilización del blanco y negro, por un respeto casi absoluto al contenido de la obra de Capote y por dos momentos magistralmente filmados, dotados de gran tensión: la masacre de la familia Clutter y la muerte de los dos asesinos en la horca. Robert Blake y Scott Wilson ofrecen una memorable interpretación como Perry Smith y Dick Hickcock.

lunes, 23 de noviembre de 2015

SICARIO (2015), DE DENIS VILLENEUVE. UN PASEO POR EL LADO SALVAJE.

En un artículo publicado en el diario El Universal, al hilo de los recientes atentados en París, el periodista Ricardo Alemán nos recuerda que en su país, México, hace años que libra una lucha contra un terrorismo a primera vista diferente, pero incluso más devastador: el que practican los narcotraficantes en su guerra permanente contra bandas rivales, contra el Estado y contra la población en general. Se trata de una cuestión tan antigua como de imposible resolución si no se actúa en coordinación con otros países y escuchando a aquellas voces que claman por la legalización bajo el control de los distintos Estados. Pero hoy por hoy, eso es imposible. La droga es presentada ante la ciudadanía como el mismísimo demonio y la guerra contra la misma como una cruzada que no puede ser cuestionada en modo alguno. Mientras tanto siguen produciéndose todos los días víctimas inocentes y los asesinos, ebrios de poder y de dinero, corrompen a los funcionarios o los atemorizan. México, o al menos partes de su territorio, padecen un presente funesto y un futuro incierto. 

Pero la película de Denis Villeneuve no pretende aportar soluciones, sino realizar un retrato hiperrealista de la situación actual en la frontera de Estados Unidos con su vecino del Sur para que el espectador saque sus propias conclusiones, siguiendo la trayectoria de Kate Mercer, una agente del FBI especializada en secuestros, que es fichada por un alto cargo de la CIA para que les ayude en la lucha fronteriza contra el narcotráfico. El mundo en el que se movía Kate era ya de por sí aterrador, pero nada la había preparado para lo que se va a encontrar ahora, sobre todo cuando aborde su primera misión: formar parte de un convoy que va a entrar a la peligrosa Ciudad Juarez para trasladar a Estados Unidos a un importante miembro de uno de los principales cárteles mexicanos. El corto y tenso viaje equivale a penetrar en las antesalas del infierno: recorrer las calles de una urbe en guerra permanente de todos contra todos y en las que exhiben colgados bien altos los cadáveres mutilados de las víctimas más recientes. Además sus compañeros Alejandro (Benicio del Toro) y Matt Graver (Josh Brolin) resultan casi tan inquietantes como los sicarios que presuntamente esperan escondidos para emboscarlos.

Desde que se incorpora a su nuevo destino el princial sentimiento de Kate es una profunda desorientación, porque en ningún momento (salvo en la última parte de la película) llega a conocer cuál es su papel en el operativo dispuesto para una misión con no pocos puntos oscuros. Y en este sentido el personaje interpretado por Emily Blunt peca de demasiado ingenuo, como si hasta aquel momento su experiencia policial se hubiera movido exquisitamente en los márgenes de la ley y no pudiera caberle en la cabeza que la lucha contra el narcotráfico, tal y como está concebida en la actualidad, es sin duda una guerra sucia, puesto que el enemigo no ofrece concesiones.

Sicario es una película extraordinariamente bien dirigida, que es capaz de manejar la tensión de muchas escenas (como la que transcurre en Ciudad Juárez) de manera magistral, así como dotar de verosimilitud a sus momentos de acción. Bien es cierto que peca de cierto abuso de los tópicos que abundan en este tipo de temáticas (y se me ocurre remitirme, sin pensarlo mucho, a películas recientes como Salvajes, de Oliver Stone y El consejero de Ridley Scott, así como a la literatura de Cormac McCarthy), aunque en esta ocasión se intenta profundizar más en aspectos de la vida al otro lado de la frontera. El film del director de Prisioneros nos deja claro que la existencia de muchos habitantes de México está marcada por la violencia que impone el narcotráfico y que a lo más que puede aspirar el gobierno de Estados Unidos es a que estas actividades se desarrollen en un cierto orden, con violencia de baja intensidad. Que las últimas imágenes de Sicario se dediquen a las próximas generaciones, dice mucho del futuro de un problema que se antoja eterno.

viernes, 20 de noviembre de 2015

EL ABUELO (1897), DE BENITO PÉREZ GALDÓS Y DE JOSÉ LUIS GARCI (1998), EL LEÓN EN INVIERNO.

A finales del siglo XIX España estaba pasando por un momento complicado. El asesinato de Cánovas, que se produjo en el mismo año de publicación de El abuelo, afectó profundamente al sistema de turnos de los partidos Liberal y Conservador que se había establecido en la Restauración y la pérdida de las colonias de Cuba y Filipinas el año siguiente profundizó aún más en la crisis del Estado. Como no podía ser de otra manera, la escritura de Galdós refleja fielmente el momento histórico vivido, con personajes simbólicos y representativos de la realidad de lo que fue llamada en su momento "catástrofe nacional" y dio nombre a la generación literaria del 98 (aunque Galdós no formara parte de ella).

El protagonista absoluto de este drama es don Rodrigo, conde de Albrit, que vuelve a sus antiguas posesiones como un ser derrotado y arruinado. Albrit ha estado unos años en América, tratando de hacer valer sus derechos familiares sobre unas minas, pero sus pretensiones no han sido satisfechas y ahora vuelve a un mundo muy distinto al que dejó en el pueblo de Jerusa, donde el ecosistema social ha sufrido algunos cambios. Su residencia, la Pardina, por ejemplo, es ahora propiedad de una pareja de sus antiguos sirvientes y él debe acogerse a su hospitalidad para alojarse allí, aunque estime que, por su clase social, debe ser servido por éstos. Cuando advierte que es atendido de mala gana, se lamenta de la ingratitud de la que está siendo objeto. Para él, la nobleza no es una cualidad que pueda ser adquirida con dinero, sino algo con lo que se nace. Como dispone su divisa, Albrit es un león cansado, pero sigue teniendo terribles accesos de ira. Los reproches que les dedica resumen su visión del mundo:

"No tenéis ni un destello de generosidad en vuestras almas ennegrecidas por la avaricia; no sois cristianos; no sois nobles, que también los de origen humilde saben serlo; no sois delicados, porque en vez de dar un consuelo a mi grandeza caída, la pisoteáis; vosotros que en el calor, en el abrigo de mi casa, pasasteis de animales a personas. Sois ricos… pero no sabéis serlo. Yo sabré ser pobre, y puesto que con vuestras groserías me arrojáis, me iré de esta casa, en que no hay piedra que no llore las desgracias de Albrit."

En realidad el regreso del conde de Albrit, despojado de su antigua autoridad aunque con un halo de nobleza todavía visible en su figura, es una situación incómoda para algunas de las fuerzas vivas del pueblo, que intentan convencer al protagonista para que acabe sus días enclaustrado en un convento, que sea un nuevo Carlos V en su Yuste particular.

Porque lo que pretende Albrit es remover el pasado, arrojar luz sobre las dramáticas circunstancias de la muerte de su último hijo. Si bien nunca aceptó a Lucrecia, su nuera, la revelación de que una de sus nietas podría ser fruto de una relación extramatrimonial es más de lo que el honor del anciano puede consentir. "Yo... también te perdonaría... si pudieran ir juntos el perdón y el desprecio", son las terribles palabras que dedica a una nuera que ha mancillado la dignidad de su hijo difunto y, por ende, el de su familia. Es el honor, un concepto ya caduco en la España de hace más de un siglo, uno de los principales temas de la obra, ya que es lo que define a don Rodrigo:

"No he inventado yo el honor, no he inventado la verdad. De Dios viene todo eso; de Dios viene también la muerte, fácil solución de los conflictos graves. (...) La causa de que las sociedades estén tan podridas, la causa de que todo se desmorone es la bastardía infame… el injerto de la mentira en la verdad, de la villanía en la nobleza…"

Junto a don Rodrigo, encontramos a otro personaje memorable, don Pío Coronado, el preceptor de las nietas, un hombre que se define a sí mismo como un ser tan bueno que llega a despreciarse a sí mismo y a la vez odia a un género humano contra el que carece de medios de defensa. Don Pío, como poseedor de la sabiduría de los libros, es despreciado por todos (recuérdese un dicho de nuestra España eterna, pasar más hambre que un maestro de escuela) y actuará como una especie de escudero del noble Albrit, aunque su máximo anhelo sea un suicidio que ponga fin a sus sufrimientos.

El abuelo es una narración sobre la decadencia. La decadencia de un personaje que vive amargamente su ocaso y de un país que se aferra a grandezas pasadas mientras las tradicionales clases privilegiadas asisten perplejas al ascenso irresistible de quienes hasta entonces no han vivido más que para servir. El conde de Albrit, en su ancianidad, es un personaje que puede conmover a ratos, pero detentador de ciertas actitudes y comportamientos que causan rechazo al lector actual, en su obsesión por conocer la verdad, aunque sea dolorosa. Un personaje profundamente humano, víctima del irrefrenable paso del tiempo: 

"Historia, cosas pasadas, que sólo dejan tras sí un letrero, una inscripción… Todo se borra, ¡ay! aun las piedras escritas. Cuando la roña y el musgo las empuercan, y se han criado en ellas cien generaciones de arañas y lagartijas, viene el progreso, y las manda picar para escribir otra cosa… o aprovecharlas en una alcantarilla. No me quejo, no. Ese es el mundo. Rodamos todos hacia lo infinito."

La versión cinematográfica de José Luis Garci se apoya sobre todo en la magistral interpretación de Fernando Fernán Gómez de un personaje que parece concebido a medida para él, secundado por un solvente Agustín González que encarna a un Senén mucho más maduro que el original, pero igualmente rapaz. El resto del elenco está muy descompensado frente a estos dos monstruos de la interpretación, aunque lo más llamativo del conjunto (en sentido negativo) es que las voces de algunos actores y actrices están dobladas y eso le da un tono muy poco natural a las interpretaciones. Además Garci usa y abusa de las escenas presuntamente trascendentes hasta el punto de saturar al espectador. A pesar de todo esto y del ritmo cansino que le imprime a la historia en muchos momentos del metraje, se trata de una aproximación a la obra de Galdós que no carece de interés. 

lunes, 16 de noviembre de 2015

PARÍS Y EL RESTO EL MUNDO.

Las primeras noticias del viernes por la noche producían incredulidad, a pesar de que se tratara de la crónica de unos atentados anunciados. Se confirmaba lo que es evidente para cualquiera: quien está dispuesto a morir matando, difícilmente puede ser detenido en su propósito. El Estado Islámico parece ser el nuevo Alamut desde donde se entrena y se alienta a una nueva secta de asesinos, cuyas filas están mucho más nutridas de lo que pensábamos. ¿Qué es lo que lleva a una persona al extremo de desear inmolarse? Yo creo que no es solo el fanatismo religioso, sino el odio a una sociedad en la que no se sienten integrados, en la que no toleran que existan la libertad de pensamiento. Me hizo mucha gracia que en su momento hubiera quien apuntara que los muertos de Charlie Hebdo, en cierto modo, tenían merecido su destino por haberse atrevido a blasfemar contra el islam. Es posible que ahora esa gente haya despertado y se dé cuenta de que para la gente del Estado Islámico o de la decadente Al Quaeda (parece ser que en la industria del terrorismo también existe la competencia), cualquier excusa es buena para atacar a los occidentales: no les gusta que escuchemos música pop, ni que salgamos a sentarnos en una terraza a tomar algo, ni que leamos lo que nos dé la gana, ni que acudamos a ver un partido de fútbol o a cualquier otro espectáculo que no sea una ejecución de infieles.

Porque es verdad que lo que más nos ha aterrado de estos atentados es que nos hemos identificado como pocas veces con las víctimas. Nos vemos a nosotros mismos realizando cualquiera de nuestras actividades cotidianas y siendo asaltados por sorpresa por estos lobos armados con kalashnikov y con cinturón explosivo. El terror absoluto surgido de la peor de nuestras pesadillas. Es cierto que el día anterior se produjo un gravísimo atentado en Beirut y casi nadie se enteró. Y que hace dos semanas fue derribado un avión de pasajeros rusos, no hubo supervivientes y ni siquiera sabemos el nombre de alguna de las víctimas. Lo que ha sucedido en París, para la gente, es como si hubiera sucedido en la calle de al lado. La guerra ya no es lo que era. Carece de reglas. El aumento exponencial de víctimas civiles en los conflictos a lo largo del siglo XX ha llegado al punto de que ya apenas perecen soldados en las nuevas guerras. Los objetivos son hombres, mujeres y niños que nunca han tenido un arma entre sus manos. Cuantos más muertos, mejor. Más terror y más desconcierto. En este momento occidente es como un cazador que intenta defenderse del ataque de un nido de avispas a perdigonazos.

Creemos que la paz es algo consustancial al hombre, pero la historia nos demuestra lo contrario. Los periodos de paz, como los que ha gozado occidente durante décadas, son raros. El fanatismo y la religión fundamentalista realizan su trabajo con una efectividad inaudita. Mientras su rugido nos llega como un eco desde países lejanos, nos inquieta, pero nos sentimos seguros. Las víctimas no son más que números, gente que está acostumbrada a la desgracia y que habita un mundo incomprensible. Nosotros vivimos en una sociedad tolerante, de libertades, que ha alcanzado grandes cotas de bienestar (a pesar de que se haya retrocedido mucho en este campo en la última década), así que nos parece inconcebible que alguien pretenda matarnos simplemente por habitar en ella. Para los islamistas nuestra sociedad está corrompida por el pecado. Además, justifican sus crímenes en las intervenciones llevadas a cabo en Oriente Medio por nuestros países (cruzados, nos llaman a veces). Es cierto que el Estado Islámico es en buena parte consecuencia del caos que siguió a la invasión estadounidense de Irak, pero la explicación de su consolidación y del extenso territorio que controla es mucho más compleja.

Es curioso (quizá también era un efecto buscado por los asesinos) que una parte de los atentados tuvieran lugar en el boulevard Voltaire. Voltaire fue uno de los grandes apóstoles de la tolerancia de ese Siglo de las Luces que precedió a la Revolución, uno de los artífices de esos derechos y libertades que hoy disfrutamos sin que nos acordemos demasiado de los muchos que murieron para que fueran posibles. Hoy mismo se ha anunciado un importante cambio constitucional en Francia, una reacción muy en la línea de lo que sucedió en Estados Unidos después del 11 de septiembre. Quizá sea algo inevitable, pero a mí me sabe como un triunfo de los islamistas.

Las reacciones, como es lógico, han sido de lo más variopintas. Algunas muy dignas, otras muy simbólicas y otras pocas directamente imbéciles. En realidad, en lo que importa, todas son inútiles, aunque sea necesario expresar nuestra consternación y nuestra solidaridad. Esta gente no se va a ver conmovida en lo más mínimo por nuestra pena. Su único afán es que se acreciente la desgracia y que el mundo arda con ellos. Cuando Bin Laden y sus lugartenientes planificaron los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos consideraron la posibilidad de estrellar los aviones contra centrales nucleares de distintos puntos del país, pero descartaron la idea por tratarse de un castigo demasiado brutal contra el enemigo. Me temo que los dirigentes del Estado Islámico no hubieran tenido tantas reservas.

viernes, 13 de noviembre de 2015

ANTE EL DOLOR DE LOS DEMÁS (2003), DE SUSAN SONTAG. EL PODER DE LAS IMÁGENES.

En ninguna época ha tenido tanta importancia la imagen como en la nuestra. Nuestras vidas están literalmente inundadas de representaciones de la realidad, tanto fotográficas como en movimiento. Las vemos en televisión, en el cine, en las vallas publicitarias, en internet y en nuestros móviles. Nos impactan, claro, pero estos impactos cada vez duran menos tiempo, porque nuevas imágenes pugnan por llamar nuestra atención, por hacerse efímeramente populares a nivel mundial. En cualquier caso, algo no ha cambiado: muchas de éstas sirven para remover nuestras entrañas, para advertirnos de que el mal, las guerras y los desastres siguen presentes en nuestro mundo y cumplen la misma función de denuncia que en su día ejercitó, por ejemplo, la fotografía de la niña vietnamita desnuda, con la piel abrasada, huyendo de un ataque estadounidense con napalm sobre su pueblo.

Las denuncias de las injusticias que producen las guerras y conflictos han existido desde siempre, aunque, antes de la invención de la fotografía, pocas fueron tan elocuentes como la serie de grabados de Goya titulada Los desastres de la guerra. Al trabajar en ella, el genial pintor aragonés sabía que estaba siendo subversivo al apartarse del propósito patriótico que conllevaba el encargo del general Palafox. Goya prefirió no apartarse un ápice de la terrible realidad de lo que sus ojos veían y, para enfatizar más este hecho, escribía al pie de los grabados frases alusivas a la autenticidad de lo que se representaba: la suciedad de un conflicto que manchaba sin distinción a todos los contendientes. 

Con la llegada de las cámaras fotográficas, los corresponsales de prensa tuvieron entre sus manos un instrumento muy poderoso para hacer llegar al público una representación verídica de lo que significa luchar en una guerra y sus horrorosas consecuencias. En cualquier caso, las primeras imágenes bélicas no eran más que representaciones del paisaje después de la batalla, en muchas ocasiones con sus elementos manipulados en pos de un resultado más simbólico. En otras ocasiones eran imágenes de contenido patriótico, de gallardos soldados que se prestan a cumplir con su deber. Entre las dificultades de manejo de esos primeros equipos tan pesados, que debían sostenerse sobre un trípode y la censura militar, era difícil conseguir fotografías que reflejaran las realidad del campo de batalla. Otra cosa era fotografiar a los mutilados, a los que habían quedado sin rostro después de ser heridos. En el periodo de entreguerras se llegó a difundir de forma masiva esta clase de fotografías, creyéndose ingenuamente que la gente, al contemplar tales horrores, renunciaría para siempre a la guerra. Como sabemos, no fue así, porque la capacidad de manipulación de los dirigentes políticos sobre su pueblo, unificándolos contra un enemigo real o ilusorio, es una constante en la historia.

La Guerra Civil Española es quizá el primer conflicto en el que la fotografía se utiliza como arma de denuncia, en la que los europeos, que estaban a punto de sentir en sus propias carnes lo que sucedía en la Península Ibérica, pueden identificarse con esos civiles que mueren en los bombardeos mientras sus ciudades son arrasadas. En la Segunda Guerra Mundial la censura siguió siendo bastante efectiva y buena parte de la producción fotográfica fue utilizada como propaganda del propio bando, con hitos como la famosa y manipulada imagen de los soldados alzando la bandera en Iwo Jima, historia de la que Clint Eastwood realizó una notable película. También son tristemente recordadas las fotos del Holocausto, aunque la mayoría de ellas fueran realizadas una vez liberados los campos. 

Este último hecho, debe servirnos de reflexión acerca de una realidad que se produce más que nunca en nuestro tiempo: lo que no tiene representación visual masiva no existe. Si el Holocausto, la Guerra de Vietnam o la Segunda Guerra Mundial son recordados en buena parte es porque existe una ingente cantidad de fotografías, películas y libros que rememoran constantemente estos acontecimientos. Otros hechos históricos, igualmente aberrantes, como el genocidio armenio, son infinitamente menos conocidos, precisamente por existir escasos documentos visuales acerca de los mismos. La fotografía viene cumpliendo desde hace bastante más de un siglo con su objetivo de denunciar, pero también de transformar la realidad al antojo de determinados intereses, por lo que a veces también son un instrumento ideológico: 

"Las fotografías objetivan: convierten un hecho o una persona en algo que puede ser poseído. Y las fotografías son un género de alquimia, por cuanto se las valora como relato transparente de la realidad.
 

A menudo algo se ve, o da la impresión de que se ve, «mejor» en una fotografía. En efecto, una de las funciones de la fotografía es el mejoramiento de la normal apariencia de las cosas. (Por eso siempre nos decepciona un retrato que no nos favorece). El embellecimiento es una clásica operación de la cámara y tiende a depurar la respuesta moral ante lo mostrado. El afeamiento, mostrar de algo su peor aspecto, es una función más moderna: didáctica, incita una respuesta activa. Para que las fotografías denuncien, y acaso alteren, una conducta, han de conmocionar."

La Guerra de Vietnam fue un punto de inflexión en la fotografía bélica, la antítesis para Estados Unidos de lo conseguido en Iwo Jima. Este conflicto es un ejemplo de cómo unas imágenes realistas y sin censura de lo que significa combatir pueden horrorizar a la opinión pública, hasta el punto de que una parte de la misma se rebele contra el gobierno para pedir el regreso de las tropas. Los estadounidenses aprendieron bien la lección y desde entonces la información de las guerras que ha emprendido ha estado férreamente controlada, transmitiendo una imagen de conflicto aséptico, como si la guerra se hubiera transformado en un video juego controlado por heroicos marines y pilotos de cazabombarderos:

"Si los gobiernos se salieran con la suya, la fotografía de guerra, como la mayor parte de la poesía bélica, fomentaría el sacrificio de los soldados."

Lo que no pudo impedirse - y el atentado fue planificado para ser retransmitido por televisión - es la inmensa conmoción causada por el atentado a las Torres Gemelas, unas imágenes que han quedado en la retina de millones de personas debido a tres factores: su carácter absolutamente inesperado, su crueldad y a la vez su semejanza con decenas de películas que Hollywood había ofrecido en los años precedentes. La administración de aquel país, sí que impidió que se difundieran imágenes de cadáveres, algo que no sucedió en absoluto con ocasión de los atentados de Madrid, cuando distintos periódicos y televisiones ofrecieron a sus espectadores todo tipo de imágenes de muertos y heridos, haciendo que la convulsión por el atentado fuera aún mayor.

Y en el momento actual, como ya se ha apuntado, es de una sobreexposición a imágenes de todo tipo que quieren captar nuestra atención. Algunas la consiguen, como la del niño sirio ahogado y devuelto cruelmente a la costa, pero sus logros, aunque espectaculares al principio, por la rapidez de difusión y su capacidad de generar emociones intensas, finalmente son limitados, precisamente porque pronto nuevas urgencias reclamarán el interés del espectador. Como bien nos recuerda Sontag, la nuestra es la sociedad del espectáculo, una sociedad capitalista donde la competencia también se extiende a las distintas desgracias que intentan arañar unos minutos de telediario. 

En este sentido existe una lógica perversa en nuestra relación con el Estado Islámico: para captar nuestra atención deben superarse cada día en atrocidades. Ellos saben bien que una muerte ejecutada con crueldad abrirá los telediarios. También saben, para nuestra desgracia, que el asesinato de un occidental provocará mucha más conmoción que el de doscientos africanos o asíáticos. ¿Debemos sentirnos culpables por ello? Es muy difícil para nosotros, espectadores desorientados y manipulados acerca de lo que pasa en el mundo, que reaccionemos adecuadamente ante cada acontecimiento, porque al final tanto bombardeo de imágenes nos insensibiliza, a pesar de que jamás renunciemos a nuestra condición de voyeurs. Son pocas las que consiguen erigirse en icónicas, contar la historia completa de un acontecimiento y convertirse en ejemplos y advertencias para el futuro. Como bien nos recuerda Susan Sontag, no existe la memoria colectiva, pero sí es posible la instrucción colectiva, una especie de educación sentimental que compartimos:   

"El conocimiento de determinadas fotografías erige nuestro sentido del presente y del pasado inmediato. Las fotografías trazan las rutas de referencia y sirven de tótem para las causas: es más probable que los sentimientos cristalicen ante una fotografía que ante un lema. Y las fotografías ayudan a erigir —y a revisar— nuestro sentido del pasado más lejano, con las conmociones póstumas tramadas gracias a la circulación de fotografías hasta entonces desconocidas. Las fotografías que todos reconocemos son en la actualidad parte constitutiva de lo que la sociedad ha elegido para reflexionar, o declara que ha elegido para reflexionar. Denomina a estas ideas «recuerdos», y esto es, a la larga, mera ficción. En sentido estricto no existe lo que se llama memoria colectiva: es parte de la misma familia de nociones espurias, como la culpa colectiva. Pero sí hay instrucción colectiva."

miércoles, 11 de noviembre de 2015

SPECTRE (2015), DE SAM MENDES. EL ESPÍA INVULNERABLE.

La etapa de Daniel Craig como James Bond comenzó de una manera insuperable, redefiniendo al personaje desde sus orígenes, adaptando la primera novela que Ian Fleming dedicó a 007: Casino Royale. La película de Martin Campbell nos ofrecía a un héroe absolutamente imperfecto, que intentaba ocultar sus sentimientos en todo momento, pero que sangraba, se enamoraba y al que se le podía engañar, como a cualquier ser humano. Además el Bond de Craig se caracterizaba por su físico imponente, lo que hacía más verosímiles unas escenas de acción que, por otra parte, se alejaban del tono exagerado que había caracterizado a la serie, sin renunciar a su espectacularidad. En la extraña Quatum of solace, se seguía retratando a un personaje asesino, rabioso y brutal, pero se trata de una producción lastrada por la huelga de guionistas de aquel momento, por lo que la historia que cuenta apenas tiene interés. Skyfall es un Bond de autor. Para su realización se contrató a Sam Mendes (el director de la cinta que nos ocupa) y eso se nota en la exquisita dirección y fotografía. En su primera mitad, Skyfall es una estupenda recreación del universo de James Bond desde una perspectiva adulta, aunque la historia decaiga en su tramo final debido a un guión lleno de agujeros argumentales. A pesar de eso, la valoración del conjunto era muy positiva, lo que hacía albergar grandes esperanzas para esta nueva entrega.

El magistral prólogo de Spectre, parecía confirmar todas las espectativas positivas. El haberlo ambientado en Ciudad de México, durante la celebración del día de los muertos es todo un acierto, porque el personaje parece moverse como pez en el agua en un entorno así. Además, del ya famoso plano-secuencia, la música de Thomas Newman acompaña a los movimientos de Bond casi como si de una danza de la muerte se tratara. Todo termina a bordo de un helicóptero, un espectáculo inolvidable que no tiene reflejo alguno en el resto de la cinta. Y es que ya la canción y los títulos de crédito son enormemente decepcionantes, nada que ver con Skyfall. Y a partir de ahí el espectador se va a encontrar con un Bond-Craig desganado y lacónico. Un ser superior que no necesita apenas esforzarse para realizar las mayores hazañas, que siempre va un par de pasos por delante de amigos y enemigos y que se basta y se sobra a sí mismo para completar la misión. Si en Casino Royale cada esbirro era una dura prueba que dejaba a Bond sudoroso y sangrando profusamente, aquí es capaz de recibir una monumental paliza del personaje interpretado por Dave Bautista, deshacerse de él y continuar como si tal cosa.

Respecto al resto de personajes, el interpretado por Monica Bellucci, tan publicitado como una auténtica innovación en el mundo de 007, no da más que para una aparición circunstancial, de pocos minutos y absolutamente superflua y Léa Seydoux, con un papel mucho más relevante en la trama, nos ofrece una actuación tan plana como poco creíble, rematada con una química inexistente con Daniel Craig. Nada que ver con ese inolvidable romance con Vesper Lynd (Eva Green), que nos regaló Casino Royale y que aquí se intenta evocar sin acierto. Pero el caso más sangrante es el de Christoph Waltz, presentado como el enemigo definitivo de James Bond, e incluso emparentado con él, que se muestra como un villano de opereta, que cae en todos los tópicos de las peores películas de espionaje. La misma organización Spectre, tan siniestra (quizá inspirada en las teorías conspiranoicas sobre el Club Bildenberg), no es un obstáculo demasiado serio para un Bond que, meramente armado con su pistola y unas dosis de suerte inauditas, acabe con ella en un par de escenas. 

No todo es desdeñable en Spectre. A pesar de que la profundidad del personaje principal ha bajado alarmantemente muchos enteros, hasta el punto de que en algunos momentos parece que vamos a ver aparecer a Roger Moore por allí, hay que reconocer que existen algunos momentos memorables, aparte del ya nombrado en México: la reunión en Roma a la que Bond asiste entre sombras o la pelea brutal en el tren, que evoca a la que se produce en la clásica Desde Rusia con amor. Desde mi punto de vista, la película de Mendes es un paso atrás en lo que se había ido construyendo desde que Daniel Craig se hizo cargo del personaje. Ahora no sé si lo que más conviene a la serie es un nuevo comienzo con un nuevo protagonista o rectificar este error volviendo a la esencia, que nunca debió dejar de desarrollarse de Casino Royale

lunes, 9 de noviembre de 2015

HISTORIA DE LAS CREENCIAS CONTADA POR UN ATEO (2013), DE MATTHEW KNEALE. LA EVOLUCIÓN DE LA RELIGIÓN.

En demasiadas ocasiones, las personas muy religiosas no se detienen a reflexionar acerca de los orígenes de sus creencias, no parecen interesadas en indagar por qué esa determinada doctrina prohibe unas cosas y permite otras o realiza una serie de rituales más o menos elaborados, quizá porque inconscientemente saben que eso podría derivar en cuestionamientos de una cómoda y esperanzadora fe. Muchos creen que su religión surgió porque Dios envió a alguien con un mensaje reformador para la raza humana (o para el pueblo elegido), en el que se detallan los requisitos para alcanzar la salvación eterna. Pero lo que nos dice la historia es que existe una ley de la evolución en las creencias, que unas religiones derivan de otras, apenas maquillando lo ya conocido con algún elemento nuevo y adaptándolos a las inquietudes de un momento histórico concreto. Cuando una religión se mantiene durante siglos, esta evolución se produce en su propio seno. Pocos cristianos actuales reconocerían a su religión en lo que se practicaba en el siglo I de nuestra era, aunque un vistazo más atento nos hará constatar que la esencia sigue siendo la misma, pero aclimatado a preocupaciones contemporáneas:

"Dicho con sencillez, las creencias tienen tendencia a subsistir. A despecho de lo que llevan siglos afirmando los visionarios religiosos, yo opino que no existen religiones nuevas . Las religiones son como núcleos de hielo. En cada una de ellas podemos encontrar una capa tras otra de creencias anteriores. Las creencias religiosas, incluso las de hace 33.000 años, siguen presentes en nuestro mundo."

La religión es una realización enteramente humana, una respuesta ante un mundo aterrador y hostil, que solo podía ser explicado por la presencia de fuerzas superiores y ocultas que no podía controlar el hombre. El consuelo a estos temores y la respuesta a estas básicas preguntas hicieron que se intentara aplacar a esas fuerzas a través del ritual y la magia. Desde la Prehistoria, a la gente no le importó trabajar y sacrificarse en grandes obras (algo que tendría su culminación en las pirámides de Egipto) para tener contentos a los dioses, al principio para que sus faraones y casta dirigente se ganaran una recompensa eterna, aunque esta idea de la vida dichosa después de la muerte poco a poco se fue democratizando y se crearon paraísos también para la gente más humilde.

Precisamente el secreto del Cristianismo fue saber adaptarse. Desde el fracaso de un profeta judío más, que dejó dicho que el fin del mundo estaba muy cerca, la nueva religión pudo competir en el exigente mercado romano de las creencias porque supo acercarse a las clases más bajas del Imperio y prometerles la vida eterna, convencerles de que la vida de aflicciones actual no era más que un espejismo y que la verdadera existencia llegaría tras la muerte. Los militantes ocultos del Cristianismo se sentían secretamente superiores a sus amos ricos. Como las mártires entrarían directamente en el Paraíso, muchos de los primeros cristianos hicieron todo lo posible por convertirse en mártir y asumían con gozo el terrible trago de morir en el circo romano. Bien es cierto que el Cristianismo, con los siglos, se convirtió en una religión intolerante, pero eso es una pauta que se ha repetido en demasiadas ocasiones, según la versión de la misma que triunfe en cada momento histórico.

Esta es la pauta que consigue la religión con el creyente: menos miedo al sentido de la existencia y a lo que puede suceder después de la muerte y más esperanza. Una comunidad que ofrece respuestas a todas las preguntas y que hace que sus miembros se sientan importantes, elegidos. Un importante factor que históricamente ha sido decisivo para la difusión masiva de una fe es su alianza con el poder constituido, aunque no siempre tiene por qué ser así. Lo verdaderamente importante es saber tocar la fibra sensible del creyente y saber, en cierto modo, institucionalizarla, para hacer de ella un elemento fundamental de la vida cotidiana de los habitantes de un determinado territorio. ¿Y qué sucede cuando la religión falla en sus previsiones o dios parece alejarse de los hombres, porque no los protege de una gran catástrofe? Nada en absoluto. La duda no cabe, solo la culpa propia:  

"(...) a lo largo de la historia la gente ha reaccionado a la falta de atención por parte de sus dioses no con resentimiento, como cabría esperar, sino más bien con una devoción redoblada. Se han culpado a sí mismos por no haber complacido a sus dioses y han intentado hacerlo mejor."

Como inventos humanos que son, los dioses han estado presentes en todas las culturas, aunque hayan permanecido aisladas unas de otras (el caso más claro es el del continente americano). La evolución de la religión ha sido más o menos la misma en todas partes. Así lo asegura Kneale tras echar un vistazo a este territorio y a la historia religiosa de China:

"(...) este vistazo a las creencias de China y de América indica lo asombrosamente poco originales que somos los seres humanos. Si se pone a la gente en una determinada situación, con formas de alimentarse concretas e intentando sobrevivir, tendrán más o menos los mismos temores e intentarán consolarse inventándose creencias similares, todo lo cual parece confirmar la noción de que la religión es una especie de espejo que refleja aquellas cosas que más ansiedad nos producen."

Historia de las creencias contada por un ateo es un ensayo de lectura sencilla y a la vez un análisis profundo e inteligente de uno de los más persistentes fenómenos de la historia humana, que ha prosperado desde muy antiguo, adaptándose a todo tipo de circunstancias a través de los siglos. Es bueno conocer en profundidad de donde viene la religión y qué necesidades humanas cubre para comprender un poco mejor el desarrollo psicológico y social del animal humano.

sábado, 7 de noviembre de 2015

MEJOR... IMPOSIBLE (1997), DE JAMES L. BROOKS. LOS AMORES DIFÍCILES.

Una gran jornada ayer en nuestro taller de literatura y cine, ya que nos encontramos con una película que goza de un guión muy bien elaborado, con buenas dosis de comedia y repleto de asuntos para la reflexión. Aquí el enlace:

http://asociacioncristobalcuevas.blogspot.com.es/2015/11/mejor-imposible-de-james-l-brooks.html

viernes, 6 de noviembre de 2015

PLATA QUEMADA (1997), DE RICARDO PIGLIA Y DE MARCELO PIÑEYRO (2000). PERROS ATRAPADOS.

Plata quemada, tiene todos los elementos para convertirse en una excelente muestra de género negro: basándose en hechos reales, cuenta la historia de unos criminales que perpetran un espectacular atraco a un furgón blindado en Argentina y huyen a Uruaguay, el país vecino, esperando pasar de alguna manera a Estados Unidos. Los jóvenes no han actuado solos, cuentan con cómplices, algunos de los cuales pertenecen a las altas esferas del país, y estos últimos se ven burlados con la huida de los delincuentes. Ahora no solo son buscados como delincuentes, sino que hay interés en que mueran, para que no impliquen en su acción a quien no desea ser relacionado con ellos. 

Y aunque la novela de Piglia desarrolla todos estos ingredientes, el principal interés del autor parece ser el retrato de los personajes, ahondar en la perturbada psique del delincuente y examinar sus respuestas ante diversos estímulos de gente que está acostumbrada a vivir cada día como si fuera el último. Claro que, en su caso, puede que lo sea. Plata quemada empieza bien, con la presentación de los protagonistas y la rutilante escena del atraco y la huida, para luego pasar una especie de pausa, un compás de espera, que se hace demasiado largo tanto en la novela como en la película, hasta la explosión de violencia final, que evidencia junto con el tono general del relato, cierta influencia del cine de Tarantino, muy de moda en la época en la que fue escrita. A veces, incluso se intentan describir las consecuencias de un tiroteo con imágenes casi cinematográficas:

"Porque los que mueren heridos por las balas no mueren limpiamente como en las películas de guerra donde los heridos dan un giro elegante y caen, enteros, como un muñeco de cera; no, los que mueren en un tiroteo, son desgarrados por los tiros y trozos de sus cuerpos quedan desparramados en el piso, como restos de un animal salido del matadero."

La película de Piñeyro es bastante fiel al libro, aunque pone su foco casi en exclusiva en los personajes de el Nene, el Gaucho y el Cuervo. Respecto a sus intérpretes, Sbaraglia realiza un gran trabajo, el de Echebarri no está mal y el de Noriega es muy mejorable. Los tres tienen caracteres muy diferentes, las malas vidas que han llevado les ha afectado de distinta manera pero, a la hora de la verdad, cuando se ven atrapados en un cerco policial del que no van a salir vivos, la reacción visceral es la misma: afrontan la situación tan temida con un entusiasmo animal. Una vez que no tienen ya nada que perder deciden que el acto final de sus existencias se convierta en un espectáculo de violencia inolvidable, en el que desatan las emociones acumuladas durante su breve vida clandestina en Montevideo. Y es que al final su nihilismo se ve reforzado al asumir que es el azar el que todo lo guía:

"Las cosas nunca salen como uno las piensa, la suerte es más importante que el coraje, más importante que la inteligencia y las medidas de seguridad. El azar, paradójicamente, está siempre del lado del orden establecido y es (junto a la delación y a la tortura) el medio principal que tienen los pesquisas para cerrar el lazo y atrapar a los que tratan de hacerse invisibles en la selva de la ciudad."

miércoles, 4 de noviembre de 2015

TRUMAN (2015), DE CESC GAY. EL ANIMAL MORIBUNDO.

La muerte es una putada que todos vamos a tener que afrontar, pero como la mayoría pensamos que nos falta mucho para ese combate, aplazamos la angustia para más adelante. Otra cosa es que un médico nos diagnostique una fecha próxima para tan desagradable evento. Entonces seguramente el mundo se volverá en blanco y negro y podremos contemplar en todo su esplendor el absurdo de la existencia. Lo mejor es aceptar este hecho cuanto antes, aunque esto es mucho más fácil predicarlo que aplicárselo a uno mismo. El ser moribundo se transforma de pronto en alguien en tránsito. Un dia cualquiera de la cuenta atrás, el blanco y negro se esfuma y vuelven los colores del mundo, pero solo para atormentarle con una belleza que pronto dejará de ver. Si es cierto que solo valoramos lo que tenemos cuando lo perdemos, saber que vamos a perder la vida debe producir nostalgia anticipada por cualquier pequeño acto, por un olor, por un sabor o por algo tan sencillo como contemplar un atardecer.

Para Julián (Ricardo Darín) el ocaso de la existencia es ya un hecho. Padece un devastador cáncer terminal y ha decidido que ha llegado la hora de dejar el tratamiento, pues esta solo es una forma de prolongar su agonía. Prefiere despedirse en paz con el mundo y dedicar sus últimas semanas a dejar arreglados sus asuntos. Hasta Madrid, su ciudad de residencia, viaja desde Canadá Tomás (Javier Cámara), su mejor amigo, para tratar de convencerle de que se aferre hasta al final a la esperanza y que siga con la radioterapia. Pronto se dará cuenta de que sus (tímidos) esfuerzos son inútiles y comprenderá la posición de Julián, porque estando a su lado puede asomarse al abismo de su sufrimiento, de la extrañeza y locura que es saber que dentro de poco uno estará ausente. Seguramente, como el personaje, uno situará sus últimas esperanzas en sueños de no extinción de su ser después de la muerte. Julián compra un significativo volumen de Elisabeth Kluber-Ross, Sobre la muerte y los moribundos y lo lee en sus horas de insomnio, esperando encontrar una respuesta que, en el fondo, sabe que solo va a hallar cuando llegue ese momento tan temido.

Truman plantea de forma magistral dos temas importantes: la muerte y la amistad. Para muchos Julián se ha vuelto una especie de apestado, alguien a evitar, pues su rostro demacrado recuerda a los demás que la enfermedad o la desgracia pueden tocarle a cualquiera. Además, muchos no saben qué decirle. Las palabras de consuelo son inútiles, simplemente porque para la mayoría la muerte no existe. Encontrarnos con alguien que está padeciendo su cuenta atrás es casi como ver a un fantasma, alguien que se encuentra al borde de la no-existencia. Compadecerlo es demasiado fácil. El único ser que puede hacerle compañía es su mejor amigo, que tendrá paciencia para escucharle y vivirá con él sus momentos de rabia, lágrimas, frustraciones y pequeñas alegrías. Julián está en una situación en la que debe actuar, no puede dejar lo eternamente aplazado para más adelante. Como dice Ricardo Darín, un actor que interpreta su papel con una naturalidad pasmosa, en una entrevista concedida al diario 20 minutos:
  
"Cesc ha utilizado como disparador el tema de la muerte pero creo que lo que quiso hacer fue desparramar temas como la forma en la que nos relacionamos con los demás o qué espacio le otorgamos a los que decimos amar. Muchas veces con los que amamos, precisamente porque hay una corriente grande de afecto, lo vamos dejando todo para más adelante. Siento que a veces vivimos la vida como si fuéramos a vivir cuatrocientos años. Es raro eso"

Y por supuesto, también está Truman, el perro que da título a la película. Truman es el ser más inocente del reparto y la vez, seguramente, el que mejor comprende la situación, el que se solidariza más profundamente con su amo, porque su instinto le dice que algo ha cambiado en la profunda relación que mantiene con él desde hace años. Truman comienza siendo un problema, ¿qué será de él cuando Julián fallezca?, pero quizá el perro, con su mirada sabia, tenga la solución para perpetuar la esencia de la amistad con Tomás. No se pierdan la película de Cesc Gay, un estupendo ejemplo de cómo el cine puede hablar de sentimientos, de relaciones humanas sin caer en la sensiblería.

martes, 3 de noviembre de 2015

CLUBES DE LECTURA EN MÁLAGA EN NOVIEMBRE. NOSTALGIA DEL DESCUBRIMIENTO.

Nacemos sin prevención alguna de lo que vamos a encontrar en el mundo. Dicho en otras palabras, venimos a la vida sin manual de instrucciones. Los niños se dividen en dos grupos: los que se resignan a esperar acontecimientos en su propia existencia y los que intuyen que esta existencia será mucho más rica si son capaces de acercarse a otras experiencias a través de los libros. Para los niños que aman la palabra escrita, los libros tienen algo de misterioso y de sagrado. No alcanzan a comprender bien de dónde viene esa atracción, pero su disfrute de una historia es puro, sin los matices que le impondrán más tarde el bagaje previo de lecturas. Me recuerdo a mí mismo entrando tímidamente en una librería o una biblioteca, como se entra a un templo, queriendo conocer a todos los autores y no sabiendo nada apenas de ninguno, como el chico de la fotografía, que mira con avidez un escaparate repleto de sugerencias, quizá secretamente preparado para él mismo. Los niños que llegan a Más Libros Libres rebuscan con nerviosismo en las estanterías dedicadas a literatura infantil. Cuando encuentran un libro que les atrae (o el libro los encuentra a ellos), sonríen y se encaminan triunfantes al mostrador. Quizá han hallado a un amigo para toda la vida.

Fotografía: Día del libro, Barcelona, por Gabriel Casas, 1932.

Respecto a los clubes de lectura de Más Libros Libres, como es habitual, pueden verlos con detalle en este enlace:

http://maslibroslibres.com/clubes-de-lectura-de-mas-libros-libres-en-noviembre/

En el club de lectura de la Biblioteca Cristóbal Cuevas, tenemos al autor de una gran novela policiaca con vertiente sociológica (estará en persona): Pablo Aranda con El protegido.

En el club de lectura de la Biblioteca Provincial, otra novela de tema policial, aunque con una vena más tarantiniana: Plata quemada, de Ricardo Piglia, que gozó de una adaptación cinematográfica a cargo de Marcelo Piñeyro.

Y tenemos nuevo club de lectura, especializado en literatura rusa, como no podía ser de otra manera si quien lo organiza es esa magnífica institución de nuestra ciudad, el Museo Ruso. La primera sesión fue este domingo y se dedicó a uno de los valores universales de aquellas letras: Antón Chéjov con Historia de mi vida.

En el club de lectura de Fnac Málaga, El nadador en el mar secreto, de William Kotzwinkle, dedicado nada menos que a dos de los grandes temas que han ocupado durante milenios a las mejores mentes humanas: el nacimiento y la muerte.

En los clubes de lectura del Centro Andaluz de las Letras se comentarán, por una parte, La sala de profesores, de Markus Orths, acerca de una escuela donde se ha instalado un gobierno tiránico por parte de su director y por otra, El tren cero, de Yuri Buida, una novela rusa de finales del siglo pasado, que da otra vuelta de tuerca acerca del pasado comunista (en su vertiente estalinista) del gobierno del país.

En el club de lectura de la Casa del Libro de Málaga, eligen a un valor seguro: Ian McEwan con La ley del menor, novela que toca el tema religioso y la prohibición de los Testigos de Jehová de recibir transfusiones de sangre.

En el club de lectura del Ateneo de Málaga, otro autor ruso irrepetible: Iván Turguènev con Padres e hijos, un clásico que describe magistralmente las diferencias generacionales y de ideas en la Rusia de mitad del siglo XIX, una época de cambios.

En el club de lectura de la librería Luces, El mayor Pettigrew se enamora, de Helen Simonson, acerca de una relación amorosa que no es aceptada en el ambiente social conservador de un pequeño pueblo de Inglaterra.

Y en nuestra tertulia temática de la Biblioteca Cristóbal Cuevas, hablaremos acerca de los laberintos de la mente humana, de esas enfermedades que hacen que ciertas personas tengan difícil encajar en la sociedad. La película será Mejor... imposible, de James L. Brooks y el libro Un antropólogo en Marte, del recientemente fallecido Oliver Sacks.

Tengan cuidado con los cambios de tiempo propios de esta estación (en esta ciudad el verano dura prácticamente hasta finales de octubre) y cuidado con los resfriados. Yo mismo escribo estas líneas con unas décimas de fiebre... ¡Felices lecturas!

lunes, 2 de noviembre de 2015

HISTORIA DE MI VIDA (1896), DE ANTÓN CHÉJOV. SOBRE LA EMANCIPACIÓN DE LOS DÉBILES.

Como la gran mayoría de los escritores rusos de finales del siglo XIX, Chéjov era un hombre profundamente preocupado por las desigualdades sociales en un país donde la clase aristocrática acaparaba la propiedad de la tierra y los altos cargos en la administración, frente a la gran masa obrera y campesina, iletrada y privada de los más elementales derechos. El joven Misael Polosnev, protagonista de Historia de mi vida, pertenece a la clase acomodada, pero se niega a asumir como propios los privilegios que le corresponden por nacimiento. Misael se aburre en los trabajos burocráticos que consigue por influencia de su padre, el arquitecto municipal de la pequeña ciudad en la transcurre la novela, y anhela conquistar su libertad a través del ejercicio de alguna profesión de las consideradas viles por los suyos: cualquier trabajo manual que conlleve esfuerzo y ensucie la propia ropa.

A ojos de su padre, los deseos de Misael son un ejercicio subversivo intolerable. Renunciar a la propia posición social es una locura que no puede ser perdonada, un atentado contra el orden natural del mundo. A pesar de que ya se había abolido la servidumbre en Rusia, los campesinos y los obreros seguían siendo considerados una especie de infrahombres cuya única misión en la Tierra era la de servir fielmente a sus amos. Cualquier proyecto de emancipación social de los mismos debía estar condenado al fracaso y sancionado por el Estado. El protagonista hace oídos sordos a todas estas consideraciones y empieza a vivir la vida que cree que debe corresponder a todos los hombres. A pesar de las dificultades y la miseria que le rodea en esta nueva existencia, Misael considera que, lejos de ser una actividad vil, el trabajo físico compartido por todos sería un instrumento de igualdad social:

"Es absolutamente necesario que todos, los fuertes y los débiles, los ricos y los pobres, tomen parte, en la misma medida, en la lucha por la existencia. Cada uno debe contribuir, con arreglo a sus fuerzas, en el trabajo humano. El trabajo físico debe ser obligatorio para todos, sin excepción, y sólo así se logrará que desaparezcan todas las injusticias sociales. Sólo así los fuertes dejarán de oprimir a los débiles y la minoría dejará de considerar a la mayoría una bestia de carga que debe trabajar para los parásitos."

Pero pronto las expectativas del protagonista se van a ver en buena medida frustradas por la realidad que encuentra cuando intenta mejorar la vida de un grupo de campesinos junto a su mujer, perteneciente como él a la clase social privilegiada, pero atraída por las ideas de Misael. Juntos comprobarán que siglos de opresión han dejado en los campesinos una mentalidad medieval: ofrecerán obediencia absoluta al amo que se muestre inflexible con ellos y se intentarán aprovechar de los que les tiendan la mano. El protagonista fracasará en proyecto tolstoiano, porque ante le idea de crear una escuela para sus hijos, la cooperación de los campesinos es mínima, porque no son capaces de advertir los beneficios a largo plazo que ejercerá sobre las vidas de sus hijos. Sus únicos horizontes vitales son el trabajo duro y las borracheras con vodka para soportarlo, aunque Misael será capaz de ver un poco más allá, encontrando indicios de una esperanzadora nobleza que quizá sirva para su emancipación en el futuro:   

"(...) los campesinos vivían como cerdos, se emborrachaban, eran a menudo estúpidos, engañaban al prójimo…, y, sin embargo, yo advertía que en la vida campestre había una base sólida, real, una base de que carecía la vida ciudadana. Viendo al campesino trabajar la tierra olvidaba uno su estupidez, sus borracheras, y descubría en él una gravedad, una importancia que no existía en Macha ni en el doctor Blagovo; aquel campesino sucio, bestia y borracho aspiraba a la justicia, tenía la convicción profunda de que sin justicia la vida es imposible."

En cierta medida, Historia de mi vida puede ser leído como una denuncia de las condiciones en las que se encontraba el campesinado ruso a finales del siglo XIX, condiciones que motivaron en gran medida la Revolución de unas décadas más tarde, unos hechos de los que Chéjov ya no pudo ser testigo, debido a su temprana muerte.