domingo, 31 de enero de 2016

APOLOGÍA DE SÓCRATES (s. IV A.C.), DE PLATÓN. LA DIGNIDAD DEL FILÓSOFO.

Hay que imaginar al filósofo frente a sus acusadores, enfrentándose a una condena a muerte que podía evitar aceptando las imputaciones y retractándose de ellas, humillándose ante la ciudad y renegando de una vida filosófica y virtuosa. No quiso. Más bien, según la crónica que nos dejó su discípulo Platón, se dedicó a impartir su última lección, dejando a todos en evidencia y encarando la muerte, no con valentía, porque no la necesitaba, sino con la serenidad de quien ya había meditado desde mucho tiempo atrás acerca de ese trance y se reía del miedo que parecía inspirar en todos, hasta el punto de estar institucionalizada como el máximo castigo:

"(...) a mí la muerte, si resulta un poco rudo decirlo, me importa un bledo. pero, en cambio, me preocupa absolutamente no realizar nada injusto e impío."

"La muerte es una de estas dos cosas: o bien el que está muerto no es nada ni tiene sensación de nada, o bien, según se dice, la muerte es precisamente una transformación, un cambio de morada para el alma de este lugar de aquí a otro lugar. Si es una ausencia de sensación y un sueño, como cuando se duerme sin soñar, la muerte sería una ganancia maravillosa. (...) Si, por otra parte la muerte es como emigrar de aquí a otro lugar y es verdad, como se dice, que allí están todos los que han muerto, ¿qué bien habría mayor que éste, jueces?"

El juicio de Sócrates, según se trasluce de la lectura de la obra de Platón, tuvo mucho de político, una especie de venganza de los enemigos del libre pensamiento, que no podían soportar que un hombre ciertamente popular cuestionara las verdades establecidas por el Estado. La acusación contra el filósofo precisaba que Sócrates no creía en los dioses de la ciudad, que quería introducir otros, además de la de ser un corruptor de la juventud. Para un hombre que había dedicado su existencia a buscar la verdad a través de la palabra, dialogando constantemente con sus vecinos, no iba a ser difícil defenderse, dejando pronto en evidencia a los que le acusaban, sobre todo porque lo virtuoso de su actuación podía probarse en su nula pretensión de aprovecharse de cargo ni dádiva pública alguna. Su única voluntad durante el juicio es servir a la ley de manera ejemplar, hasta sus últimas consecuencias.

A pesar de todo, Sócrates prefiere ser condenado y para asegurarse de ello expone como alternativa a su muerte ser alimentado durante el resto de su vida en el Pritaneo, la sede del poder ejecutivo, una auténtica burla a los jueces y una muestra de desprecio altanero a quienes considera unos auténticos ignorantes. Si bien él también se definía en esos términos (recordemos su "sólo sé que no sé nada"), al menos él partía de esa ignorancia para construir un sistema filosófico y no se consideraba, como casi todos los demás, un ignorante desconocedor de su propia ignorancia.

La Apología de Sócrates es una obra seminal en la construcción del pensamiento occidental, en la que se inspirarán otros sistemas filosóficos y religiosos, como el cristiano. El discurso de Sócrates frente a sus conciudadanos tiene algo de evangélico, de ejemplo cimero de cómo ser consecuente con las propias ideas ante una circunstancia adversa. El filósofo, como ser curioso, no puede dejar de ver en esta situación una oportunidad, la oportunidad de experimentar la muerte y, después de ésta, quizá, la mayor de las dichas:   

"Además, ¿cuánto daría alguno de vosotros por estar junto a Orfeo, Museo, Hesíodo y Homero? Yo estoy dispuesto a morir muchas veces si esto es verdad (...) Y lo que es más importante, pasar el tiempo examinando e investigando a los de allí, como ahora a los de aquí, para ver quién de ellos es sabio, y quién cree serlo y no lo es. ¿Cuánto se daría jueces, por examinar al que llevó a Troya aquel gran ejército, o bien a Odiseo o a Sísifo o a otros infinitos hombres y mujeres que se podría citar? Dialogar allí con ellos, estar en su compañía y examinarlos sería el colmo de la felicidad."

jueves, 28 de enero de 2016

LA GRAN APUESTA (2015), DE ADAM McKAY. EL PUÑETAZO DE LA MANO INVISIBLE.

Todavía recuerdo, recién estallada la burbuja inmobiliaria a nivel mundial, gestada a través de las subprime, al presidente francés de aquella época, Nicolás Sarkozy, haciendo un llamamiento a suspender el capitalismo durante un tiempo, mientras era secundado por los mayores empresarios españoles. Y es que la mano invisible de Adam Smith, aquella que habían agarrado con alborozo los economistas neoliberales de la Escuela de Chicago, acababa de asestar un puñetazo en el corazón del sistema y los grandes bancos, aseguradoras y multinacionales parecían estar a punto de desplomarse como si de enormes piezas de un inmenso dominó económico se trataran. Ahora tocaba mirar al despreciado Estado para lograr la salvación. Algunos pedían el rescate casi de rodillas y se comprometían a apoyar futuras regulaciones de los mercados, un sistema que había ido perdiéndose con las medidas liberalizadoras de los gobiernos de Ronald Reagan, George Bush (padre e hijo) y Bill Clinton. Eran tiempos de gran incertidumbre, de pérdidas masivas de puestos de trabajo, de quiebras fulminantes, pero también de una cierta esperanza de cambios en el sistema, de que la diosa razón pusiera un poco de orden y equidad en el caótico sistema económico mundial.

Pero, como bien sabemos, no sucedió nada de eso. No hubo responsables entre dirigentes políticos, banqueros, empresarios o dirigentes del FMI (con alguna notable excepción). El tan denostado Estado respondió generosamente a las demandas de los poderosos y le otorgó un monumental rescate, pagado con el dinero de los contribuyentes que acababan de ser estafados por los rescatados, sin exigir apenas contrapartidas. Los banqueros sonrieron, respiraron y se repartieron jugosos dividendos para celebrar el inesperado éxito. Pero ¿cómo se gestó todo esto? ¿Cómo es posible que ningún organismo de control pudiera prever el desastre que se nos venía encima? La gran apuesta no responde a estas preguntas, pero nos presenta a alguien que sí que supo otear el futuro y aprovecharse de ello. Michael Burry (Christian Bale), era (y lo sigue siendo) un analista financiero muy poco convencional. Aquejado de un evidente autismo, prefería trabajar en un despacho aislado del resto de los empleados. Consumía sus horas en una tarea obsesiva: analizar uno tras otro todos los productos bancarios basados en hipotecas, para lo cual debía ir calculando el riesgo vinculado en cada una de ellas. Una tarea titánica, al alcance de muy pocos, pero que le hizo comprender que el mercado inmobiliario estaba experimentando una brutal burbuja que pronto estallaría. La película sigue su historia y la de otros reducidos grupos de personas que, por casualidad o por convicción, llegaron a la misma conclusión. A destacar la actuación de un inmenso Steve Carell, un actor especializado en comedia cuya carrera ha experimentado en los últimos tiempos una insólita progresión.

Hay que dejar claro que los protagonistas de La gran apuesta no se comportan como héroes. Ninguno pretende avisar a las autoridades, ahorrarle al mundo una tremenda crisis (tampoco les hubieran hecho mucho caso), sino sacar el mayor rédito posible a la información privilegiada de la que disponen. Después de todo es su oficio. La película de McKay muestra a la perfección cómo funciona el casino global que llamamos Economía. Está bien narrada, retrata correctamente a los distintos personajes y se aprecia en ella una vocación didáctica, explicando al espectador, usando muy bien el humor y la ironía, el funcionamiento de los más complicados productos financieros, concebidos para seducir al personal a base de palabrería. En realidad nadie se preocupaba demasiado de saber de qué estaban hechas las famosas subprime. Todo el mundo suponía que funcionaban, que daban beneficios, sin sospechar que su base eran miles y miles de hipotecas otorgadas a gente que no iba a poder pagarlas. 

La gran apuesta sigue la tradición (creo que inaugurada por ese clásico llamado Wall Street, de Olvier Stone), y continuado en nuestros días por joyas como Inside Job, de Charles Ferguson, Up in the air, de Jason Reitman, El lobo de Wall Street, de Martin Scorsese o Margin Call, de J. C. Chandor. Películas que hablan de la locura que vivimos desde hace décadas, de ese capitalismo de Casino que sin duda está fraguando ya en estos momentos su enésima crisis en la que, como de costumbre, ganarán unos pocos a costa de la inmensa mayoría. . Una economía fuerte, como la de Estados Unidos, que debería fundamentarse en la producción de bienes de consumo, en productos tangibles, es en buena parte una casa de apuestas en la que unos cuantos brokers se juegan los ahorros de la gente. Quizá el último sueño de los grandes ricos sea bañarse en una enorme piscina de doblones de oro, como Tío Gilito, y seguro que están cerca de conseguirlo, no por nada en particular, sino para demostrar que su estatus se lo permite, mientras a su alrededor millones de desgraciados jamás podrán llegar a tener una vida digna.

miércoles, 27 de enero de 2016

LAS ENTREVISTAS DE NÚREMBERG, REALIZADAS POR LEON GOLDENSOHN (2004), DE ROBERT GELLATELY (ED). LA VISIÓN DE LOS VENCIDOS.

Una vez acabada la Segunda Guerra Mundial en Europa, con la derrota total de Alemania, los vencedores pusieron en práctica una iniciativa que venían barajando desde años antes: instituir un Tribunal que enjuiciara los crímenes de guerra de los nazis, idea que se vio reforzada cuando se constató la magnitud de la matanza sistemática al pueblo judío, para el que se había organizado una red de campos de exterminio sostenida por una inmensa burocracia. La idea de procesar a los principales criminales era nueva: por primera vez en la historia las potencias vencedoras se atribuían de manera unilateral el derecho de juzgar al enemigo vencido, algo que estaba en contra del principio general de irretroactividad de la ley penal. Pero es que las circunstancias eran especiales y dramáticas, el mundo no podía dejar sin castigo el mayor de los genocidios que ha conocido la historia, ni la agresión a países neutrales, ni el tratamiento a los pueblos sometidos obviando los más elementales derechos humanos, ni otros muchos actos de barbarie que caracterizaron el paso de los nazis por la Europa conquistada. En buena parte, el proceso de Núremberg era un ajuste de cuentas jurídico, pero también moral y ejemplarizante.

En Las entrevistas de Núremberg se recoge un documento único: la transcripción de las conversaciones que mantuvo Leon Goldensohn, psiquiatra del Ejército Estadounidense, con los principales encausados en este proceso. El espíritu con el que se realizaron estas entrevistas era más científico que médico o judicial. Goldensohn veía en ellas una oportunidad única de explorar las auténticas motivaciones de quienes eran considerados por la opinión pública como una especie de criminales degenerados:

"Goldensohn compartía la creencia, generalizada en la época, de que los dirigentes nazis sufrían una especie de "patología", y, pese a la amabilidad en el trato, estaba especialmente interesado en encontrar una explicación a sus "depravaciones"".

Los encuentros - siempre en la celda de los acusados - fueron en la mayoría de las ocasiones conversaciones cordiales, muy bien acogidas por los acusados, puesto que veían en ellas la oportunidad de explicar su punto de vista acerca de su papel en el régimen nazi en un ambiente más relajado que el del tribunal. Casi todos ellos manifestaban casi de inmediato su inocencia y se retrataban a sí mismos como víctimas de un sistema que les reclamaba obediencia absoluta y ciega. Algunos aprovechaban para contar historias acerca de judíos a los que habían salvado y, cuando se les preguntaba acerca de su actuación en algún caso concreto, respecto al que se contaba con documentación, solían responder con evasivas. Solían coincidir también en atribuir toda la responsabilidad de lo sucedido en las personas de Hitler, Himmler, Goebbels y Bormann, todos ellos fallecidos o desaparecidos. "¿Qué podía hacer yo?", se lamentan todos en un discurso que va desde lo cínico a lo patético. Una excepción la constituyó Rudolf Höss, comandante de Auschwitz, que no tenía reparos en admitir su responsabilidad en la muerte de millones de personas pero, eso sí, justificando su actuación en la obligación de cumplir órdenes: 

"Le he preguntado que cuantas personas habían sido ejecutadas en Auschwitz en todo ese tiempo.

  - El número exacto es difícil determinarlo. Yo calculo que alrededor de dos millones y medio de judíos.
  - ¿Sólo judíos?
  - Sí
  - ¿Y eso qué le parece?

Höss se queda impávido e indiferente. Le repito la pregunta y añado si a él le parecía bien lo que ocurría en Auschwitz.

  - Yo recibía órdenes personales de Himmler.
  - ¿Protestó usted alguna vez?
  - No podía hacerlo. Las razones que me daba Himmler las tenía que aceptar.
  - En otras palabras, ¿usted cree que estaba justificado matar a dos millones de hombres, mujeres y niños?
  - No es que estuviese justificado, pero Himmler me dijo entonces que si no se exterminaba a los judíos , el pueblo alemán sería exterminado para siempre por los judíos.
  - ¿Cómo podían los judíos exterminar a los alemanes?
  - No lo sé, eso es lo que dijo Himmler. Himmler no me lo explicó.
  - ¿Usted no tiene opinión propia?
  - Sí, pero cuando Himmler nos decía algo, era tan correcto y tan natural que nosotros  obedecíamos sin cuestionarle.
  - ¿Tiene usted algún sentimiento de culpa por todo ello?
  - Sí, ahora, naturalmente, me hace pensar que no fue correcto hacerlo." 

La conversación con Höss haría pensar en ese famoso término acuñado por Hannah Arendt en su estudio Eichmann en Jerusalén, esa banalidad del mal que tan bien define al funcionario típico nazi, que no se planteaba en muchas ocasiones si lo que estaba haciendo era o no correcto, sino que asumía su condición de pieza de un engranaje consagrado a un fin superior que controlaban personas más inteligentes que ellos y a los que se debía obediencia absoluta. En este sentido, Las entrevistas de Núremberg es una colección de testimonios de criminales prisioneros que, con tal de salvarse, son capaces de justificar lo injustificable sirviéndose de un discurso retorcido e interesado. Un libro de historia muy recomendable si se quiere conocer un poco mejor a los inductores y ejecutores de la mayor desgracia acaecida sobre Europa, cuyo enjuiciamiento se produjo justamente hace setenta años. 

domingo, 24 de enero de 2016

TAL COMO ÉRAMOS (1973), DE SYDNEY POLLACK. LOS AMORES DIFÍCILES.

Resulta curioso que convencer a Robert Redford para que hiciera el papel de Hubbell Gardiner no fuera una tarea fácil, quizá porque todavía en aquella época (principios de los años setenta), resultaba un tanto insólito que el protagonista masculino fuera un poco a remolque de un papel femenino (el de Barbra Streinsand) mucho más enérgico y rotundo. Katie Morosky ha luchado mucho por pagarse sus estudios universitarios y se toma la vida muy en serio, dedicando gran parte de su tiempo libre a la militancia política en el Partido Comunista, hasta el punto de que un gran retrato de Stalin decora una de las paredes de su apartamento.

Nos encontramos en los años treinta y Katie hace campaña a favor de la República Española, agredida por el golpe de Estado del general Franco. Katie es una de esas personas apasionadas por la defensa de una causa, capaces de realizar cualquier sacrificio personal por ella. Sin poder calificarla como fanática, sí que está un poco ciega respecto a lo que significa vivir bajo la égida de Stalin, por muy modélico que aparezca el sistema comunista sobre el papel. Ella se dedica fundamentalmente a repartir panfletos, pronunciar discursos y regañar a todo aquel que se toma la vida de una manera relajada y es capaz de bromear sobre la actualidad política. A pesar de todo, Katie provoca cierta admiración en Hubbell, un personaje antagónico, al que parece que la mera existencia le ha regalado una serie de dones que el administra de una manera relajada y efectiva: belleza física, inteligencia, facilidad para practicar deportes y una aptitud para la escritura que pronto se traducirá en el interés de Hollywood en adaptar una de sus primeras novelas.

Así pues, estos dos personajes tan antagónicos terminarán enamorándose. Tal como éramos recorre tres décadas de una relación sincera, pero también difícil, repleta de altibajos, marcada por las visiones del mundo, incompatibles, de uno y otro. Si a Hubbell le gustaría disfrutar de la vida sin plantearse remordimiento alguno sobre su bienestar material, Katie sigue siendo la militante apasionada a la que le cuesta empatizar con los puntos de vista de los demás, considerando frívolo todo lo que no tenga que ver con sus ideales políticos (lo cual le va a acarrear más de una situación incómoda en el círculo de amistades de ambos). Podría decirse que, a través de los años, lo máximo a que pueden aspirar ambos es a transitar caminos paralelos, pero jamás el mismo sendero.

En cierto modo, la de Pollack es una película fallida, en el sentido de que quiere abarcar muchas temáticas (la militancia comunista, la Segunda Guerra Mundial, la Caza de Brujas de McCarthy, los amores imposibles), pero no es capaz de profundizar en ninguno. Existe buena química interpretativa entre la pareja protagonista y una buena dirección, pero el guión de Tal como éramos acaba siendo víctima de su ambición.  

miércoles, 20 de enero de 2016

STAR WARS. FILOSOFÍA REBELDE PARA UNA SAGA DE CULTO (2007), DE CARL SILVIO Y TONY VINCI (ED). UNA GALAXIA MUY CERCANA.

A pesar de la decepción que ha supuesto para muchos aficionados la nueva entrega de Star Wars, es indudable que la saga creada por George Lucas sigue siendo la más popular de la historia del cine, objeto de culto por millones de espectadores, que revisan una y otra vez las dos trilogías buscando nuevos detalles que enriquezcan aún más su percepción de un universo vasto y complejo. Porque Star Wars comparte con grandes sagas literarias como El señor de los anillos o Juego de Tronos, la creación de un mundo fantástico, en buena parte inspirado en el nuestro, pero con sus propias reglas. En el caso que nos ocupa, la galaxia cuenta con una complejísima historia configurada por un gran número de diferentes planetas y razas que coexisten bajo sistemas políticos cambiantes. A los espectadores se nos han mostrado dos de ellos: la República y el Imperio.

Una de las características más sobresaliente de la saga, con todas sus imperfecciones y errores, es la de haber sabido estimular continuamente la capacidad de sorpresa del espectador. Lo que al principio parecía una película de aventuras espaciales con un ritmo trepidante, acabó convirtiéndose en la crónica de una gran tragedia, la de la caída y posterior redención de Anakin Skywalker (y a la vez de la galaxia), que es el gran tema del que se ocupan las seis películas. Existe una gran diferencia entre las dos trilogías, que se fundamenta en el deseo de Lucas de ofrecer algo nuevo a los fans, pero también en las características de la sociedad de uno y otro tiempo, separados por dos décadas: 

"Estas diferencias temáticas entre las trilogías de Star Wars pueden explicarse a través de una diferencia fundamental entre las culturas que engendraron las películas. El clima cultural de la época en que se creó la trilogía original - mediados y finales de los setenta - valoraba el individualismo y, en particular, el moviento y los valores anti-establishment. (...) Al contrario, con el cambio de siglo  - cuando se fraguó la trilogía de la precuela - es la institución la que otorga al individuo su poder. En esta época en la que todos los elementos de la vida occidental pueden tratarse como un producto, el clima cultural es marcadamente conservador y acepta el statu quo."

Yo debo ser de los pocos aficionados (aunque mi nivel de conocimiento se limita prácticamente a las películas y a algún que otro cómic suelto), que disfrutan con el visionado de la primera trilogía (o la última, si nos atenemos a la cronología del rodaje), y aprecian bastante coherencia entre ambas, a pesar de que existan algunos detalles que deberían haberse pulido un poco más para que ambas encajaran a la perfección. Es cierto que la elección de Hayden Christensen para un papel de la entidad del joven Darth Vader fue poco afortunada, aunque tampoco su actuación es tan mala como dicen. Al menos en esta trilogía nos muestran situaciones nuevas, planetas distintos y una trama política muy elaborada, en la que los conceptos del bien y del mal no son tan diáfanos como en el relato del pasado que ofrecía Obi Wan a Luke Skywalker en Una nueva esperanza. Aquí los Jedis son una fuerza de paz para resolver disputas en cualquier rincón de la galaxia, pero a la vez son una institución con una evidente ansia de poder, cuyas decisiones se toman en muchas ocasiones con más cálculo político que espiritual. 

La tragedia de Anakin tiene mucho que ver con la confusión que le producen las decisiones autoritarias del Consejo Jedi. En este sentido, su hijo Luke lo va a tener más fácil, porque su visión de los Jedis va a ser mucho más mística, idealista y pura, por lo que será complicado que las dudas se instalen en su corazón. Los tres primeros episodios constituyen una especie de aviso, muy en consonancia con el momento en el que fueron estrenados, para que los Estados democráticos no sucumban a la tentación de cambiar sus libertades por una presunta seguridad. Lo que viene a decir Lucas que el mayor peligro para las grandes democracias no son los enemigos externos, sino las fuerzas que intentan cambiar el sistema desde dentro.

Pocos productos culturales han sido más comentados, más reinterpretados y tomados como suyos por los fans. Porque si bien Star Wars es una obra creada por George Lucas, al final son los aficionados los que cuentan con fuerza suficiente como para presionar con sus demandas respecto a cual debe ser el futuro de la saga. Descontentos en su mayoría con el tono adoptado por los episodios I, II y III, demasiado complejo y demasiado político en comparación con los otros tres, el deseo de volver a los orígenes ha sido cumplido con creces en El despertar de la fuerza, la película estrenada el año pasado, hasta el punto de que su trama es un calco de Una nueva esperanza y se devuelve a la pantalla a los actores originales para que den el relevo a los nuevos. El despertar de la fuerza es una producción concebida por los fans, no tanto por lo anteriormente expuesto, sino también porque para comprender la trama en toda su extensión hay que acceder a comics, libros y otras fuentes que solo están al alcance de los inciados. Y es que en cierto modo el culto a este universo a veces toma la forma de una especie de religión: la gente acude a los estrenos vestidos como sus personajes favoritos y sus historias y vicisitudes son objeto de interminables debates en las redes sociales.

Pues bien, Star Wars, Filosofía rebelde para una saga de culto, es una lectura muy recomendable para cualquier amante de este universo. Escrito desde un punto de vista académico, en sus páginas, escritas por diversos especialistas, se relaciona el contenido de las películas con todo tipo de temas, desde el feminismo al sistema capitalista. El último capítulo, quizá el más interesante junto al que habla del fetichismo de las espadas láser, relaciona la trama de Star Wars con el cristianismo y, sobre todo, con las religiones orientales y la mitología de Japón y China. Y es que el secreto del enorme éxito de la saga de Lucas es haber sabido actualizar los esquemas de las historias tradicionales que se repiten en casi todas las culturas convirtiéndolas en un espectáculo emocionante y ameno, protagonizado por personajes complejos y a la vez prototípicos.  

martes, 19 de enero de 2016

EL HIJO DE SAÚL (2015), DE LÁSZLÓ NEMES. EL ALMA DEL SONDERKOMMANDO.

Uno de los detalles más viles de la organización del Holocausto por parte de los nazis es que las SS escogían a grupos de prisioneros (denominados Sonderkommandos), encargados de realizar el trabajo más sucio: guiar a los grupos de cautivos recién llegados hasta las duchas y, una vez gaseados, registrar los cadáveres en busca de objetos valiosos y posteriormente trasladarlos para ser incinerados. Los componentes de estos grupos veían prolongada su existencia tres o cuatro meses, pero debían convertirse en cómplices involuntarios del más tremendo crimen que ha cometido la humanidad. Algunos de ellos hablaban de sí mismos como "portadores del secreto", los únicos que podían dar testimonio de lo que estaba sucediendo en Auschwitz. Solo unos pocos sobrevivieron para contarlo y pudieron ratificar sus afirmaciones con una prueba incontestable: las fotografías de una cremación de cadáveres al aire libre, que fueron tomadas clandestinamente, en unas circunstancias muy difíciles.

El protagonista de la película de Nemes muestra un rostro sin emociones, propio de quien lleva meses inmerso en un infierno cotidiano, por lo cual lo que sucede a su alrededor le es en gran parte indiferente. Saúl se limita a obedecer órdenes, a realizar su trabajo y a aislarse de la realidad en la medida de lo posible. Para el espectador, el protagonista es una especie de Virgilio que le va a guiar por el escenario más dantesco posible, pero desde su particular punto de vista: el del veterano que en buena parte se ha adaptado a las condiciones del Averno. Paradójicamente, Saúl solo va a reaccionar ante una muerte muy concreta: la de un niño al que reconoce como su propio hijo. Como espectadores, no sabemos si lo es verdaderamente (sospechamos que no, que se trata de un delirio del protagonista), pero somos testigos de la transformación de Saúl: de no querer saber nada del mundo pasa a obsesionarse por el cadáver del niño, hasta el punto de arriesgarlo todo con el fin de que no sea incinerado y obtenga un funeral conforme a los ritos de su religión.

Con este argumento, no puede esperarse de El hijo de Saúl que sea una gran crónica del Holocausto, al estilo de La lista de Schindler, sino que nos encontramos ante una propuesta mucho más íntima. El director explica sus intenciones en una entrevista publicada en la revista Caimán, Cuadernos de cine

"(...) Quería hacer una película a partir de un único personaje, pegándome a él, pero sabiendo que no podía mostrar aquello que el cine suele mostrar en estos casos y que para ello debería de reducir el alcance de lo visible. En el cine, menos es más; en el caso del Holocausto, si muestras mucho al final acabas empequeñeciéndolo todo. Y no queríamos empequeñecerlo, queríamos servirnos del espectador como un médium para dar a entender el horror absoluto, como si aquello estuviese sucediendo en su propia mente.

(...) Porque se trata de que el espectador se sienta como un acompañante del protagonista, otro interno. No se trata de prestarle atención a todo lo que sucede alrededor del protagonista, el horror, el exterminio, que a él no le llama la atención porque es algo a lo que está acostumbrado. Mantiene un perfil bajo, pero presta atención a todo aquello relacionado con el niño y con su objetivo. En esos momentos, la perspectiva puede ampliarse y la imagen puede mostrar mucho más."

Así pues, el infierno que nos muestra Saúl es mucho más sonoro que visual, lo acrecienta la sensación de subjetividad, de estar viviendo lo mismo que el protagonista, una sensación tremendamente incómoda que Nemes consigue que el espectador experimente desde el primer minuto hasta el final del film. Todo es tan terrible, tan surrealista y tan confuso cómo lo debió ser en el propio Auschwitz. No hay que olvidar jamás que los nazis pretendieron que aquel fuera un episodio oculto de la historia, que no sobrevivieran víctimas capaces de testimoniar la inmensa matanza. Por eso, entre otras muchas cosas, El hijo de Saúl es una nueva llamada de atención acerca de la necesidad de no olvidar (y ese mensaje no solo sirve para el Holocausto, sino para todo tipo de episodios oscuros sucedidos en el último siglo a lo largo de toda la geografía mundial, incluyendo a nuestro país) y constituye una nueva vuelta de tuerca en la filmografía que se ha dedicado a retratar el exterminio del pueblo judío. La de Nemes es una película que es necesario visionar para poder reflexionar con serenidad y extraer el mensaje de la crudeza de sus imágenes y sus sonidos.

domingo, 17 de enero de 2016

MORTALIDAD (2012), DE CHRISTOPHER HITCHENS. LA LECCIÓN FINAL DEL ESCÉPTICO.

¿Que haría usted si le detectasen una enfermedad terminal? ¿Se sometería a tratamiento contra toda esperanza de curación? ¿Pondría en orden sus asuntos? ¿Se desesperaría y apelaría a la piedad divina? ¿Se tomaría el asunto con serenidad o no acabaría de creerlo? Nunca pensamos en eso, pero algún día nos llegará el turno de afrontar hechos parecidos, a no ser que nuestra muerte sea repentina, un acontecimiento relativamente afortunado a tenor de los padecimientos que narra Hitchens acerca de su propia experiencia en el país de los moribundos. Por suerte (para nosotros), el periodista y pensador británico siguió haciendo hasta el final lo que más le gustaba: escribir, y fue capaz de establecer una última conexión con sus lectores para afrontar lo que nunca le hubiera gustado tener que emprender: narrar su agonía prácticamente en tiempo real. Con una voluntad de hierro, Hitchens siguió haciendo uso de la palabra escrita todo el tiempo que pudo, quizá porque esta era la actividad que le hacía sentir más vivo:

"Tecleo esto justo después de recibir una inyección para reducir el dolor de mis brazos, manos y dedos. El principal efecto secundario de este dolor es el entumecimiento de las extremidades, que me llena de un miedo no irracional a perder la capacidad de escribir. Sin esa capacidad, estoy seguro de antemano, mi «voluntad de vivir» quedará enormemente atenuada. A menudo digo de forma grandilocuente que escribir no es solo mi forma de ganarme la vida, sino mi verdadera vida, y es verdad. Casi como con la amenaza de perder la voz, que actualmente alivian unas inyecciones temporales en los pliegues vocales, siento que mi personalidad e identidad se disuelven mientras contemplo las manos muertas y la pérdida de las correas de transmisión que me conectan con la escritura y el pensamiento."

Resulta irónico que la enfermedad le golpeara repentinamente al autor cuando se encontraba en plena promoción de su libro de memorias, Hitch 22, en el que había bromeado acerca de la oportunidad de escribir un volumen de estas características cuando todavía se sentía joven. Cuando se conoció la noticia de su cáncer de laringe, una oleada de solidaridad surgió de sus amigos y conocidos y también de sus lectores. Pero el hecho de que Hitchens viniera siendo, desde la exitosa publicación de Dios no es bueno, uno de los abanderados del pensamiento ateo a nivel mundial, dio lugar a otro tipo de reacciones, de tono mucho más oscurantista. Algunos fanáticos religiosos pensaron que la enfermedad del autor era una especie de castigo divino por su pensamiento blasfemo. Incluso se organizaron apuestas respecto a la fecha en la que un aterrado Hitchens se convertiría. En algunos foros de internet podían leerse comentarios tan llenos de odio como éste: 

"¿Quién más piensa que el hecho de que Christopher Hitchens tenga un cáncer terminal de garganta [sic] es la venganza de Dios por haber usado la voz para blasfemar? A los ateos les gusta ignorar los HECHOS. Les gusta actuar como si todo fuera una «coincidencia». ¿En serio? ¿Es solo una «coincidencia» [que], de todas las partes de su cuerpo, Christopher Hitchens tenga cáncer en la parte del cuerpo que usó para la blasfemia? Sí, seguid creyendo eso, ateos. Va a retorcerse de agonía y dolor, y se marchitará hasta desaparecer y tener una muerte horrible, y DESPUÉS viene la verdadera diversión, cuando vaya al FUEGO INFERNAL y sufra eternamente la tortura y el fuego."

Para ser justos, hay que señalar que fueron muchos los religiosos que habían polemizado con él en el pasado que reprobaron estas conductas y defendieron el derecho de Hitchens a la libertad de conciencia. En cualquier caso, una vez establecido que la proximidad de la muerte no le va a hacer cambiar de idea, Mortalidad es una crónica brutalmente sincera de cómo la enfermedad va deteriorando las funciones corporales entre oleadas de sufrimiento, mientras el escritor no sabe nunca si las palabras que plasma sobre el papel serán las últimas, porque pudiera ser que perdiera la capacidad de hacerlo incluso antes de morir (lo que para él podría definirse como una muerte en vida). Hitchens se siente prisionero de su cuerpo y va notando como el cáncer va venciendo la partida, centímetro a centímetro. Él no siente que esté luchando contra la enfermedad, sino que la enfermedad ha emprendido una brutal ofensiva contra su cuerpo, que no encuentra medio de defenderse. La medicina no es capaz más que de retrasar unos meses el inevitable final. La cruel paradoja es que ganar tiempo implica también sumar nuevos padecimientos.

Hay que leer Mortalidad como el testimonio de un hombre que es coherente con sus ideas y su forma de vida hasta el final, el de alguien que acepta valientemente el destino que le ha tocado en suerte y quiere hacernos partícipes de un singular experimento: la descripción realista de la enfermedad, sin eufemismos ni falsas esperanzas. A pesar de que su muerte fue "obscena como el cáncer, amarga como el vómito", Hitchens supo mirar a su rostro de frente y, lo que es más importante, no traicionarse a sí mismo, siendo el mismo ser humano de siempre al afrontar una experiencia que en buena medida puede calificarse como inhumana.

viernes, 15 de enero de 2016

45 AÑOS (2015), DE ANDREW HAIGH. AMOR CONGELADO.

Cada pareja, cada matrimonio cuenta con su propia historia. Cuantos más años haya durado, más historias habrá para narrar. Para Kate y Geoff, que llevan 45 años casados, el matrimonio es ya prácticamente una rutina, hasta el punto de que cada uno de ellos se sentiría extraño e incompleto si faltara el otro. En cuatro décadas y media han tenido tiempo de experimentar muchas vivencias y de conocerse casi como a sí mismos. O eso cree Kate. Cuando llega una carta para su marido, informando de la localización de un cadáver congelado, el de una muchacha que fue dada por desaparecida hace cincuenta años, la confianza depositada en él durante tantos años empieza a resquebrejarse.

Y es que a pesar de su ritmo pausado, la narrativa de 45 años comprende varios niveles: por una parte, el misterio de la otra, el primer amor de Geoff que permanece conservada en hielo, en eterna juventud, mientras la belleza de Kate se marchitó hace tiempo y, por otra, el pequeño tormento interior que sufre ella al comprender que lo que damos por supuesto, lo que tenemos por verdades establecidas, puede venirse abajo si se dan las circunstancias adecuadas. Geoff tenía un secreto, un episodio de su pasado que le provocó un trauma que ha renacido con las nuevas noticias. La presencia de Katya, la joven a la que su marido amó (y al parecer, sigue amando), puede sentirse casi como un fantasma rondando por el hogar del matrimonio.

45 años habla de las relaciones personales de dos personajes, que llevan casi en su totalidad el peso de la historia, aunque el hogar común, con ese desván oscuro que podría revelar algunos secretos, también sea un personaje, en cierta manera (y hay que destacar también la aportación del pastor alemán en este sentido, un animal muy noble y silencioso, que se pone a ladrar precisamente en un momento clave de la película). La de Haigh no es una historia apta para todos los paladares, pero los buenos amantes del cine sabrán apreciar su sobriedad y su discurso extremadamente intimista. No se trata aquí de la crónica de una gran tragedia, sino de un hecho que podría cambiar completamente el sentido de cuarenta y cinco años de matrimonio, lo cual signfica prácticamente una vida entera. Mención especial al maravilloso trabajo de Charlotte Rampling, absolutamente merecedora de la nominación al Oscar a la mejor actriz de este año.

miércoles, 13 de enero de 2016

HITCH 22 (2010), DE CHRISTOPHER HITCHENS. UNA VIDA PLENA.



Una de las cosas que más me gustan de la estimulante autobiografía de Hitchens, escrita poco antes de su sorpresivo fallecimiento, es el tono que emplea para describir su realidad vital. El periodista británico, naturalizado estadounidense, expresa, no sabemos si en broma o en serio, la alta improbabilidad de la propia existencia, pero también que, una vez aquí, lo mejor es aprovechar para gozar de una vida plena, haciendo lo que te gusta. Y Hitch 22 es en buena parte un manifiesto acerca de todo esto. Hitchens viajó por todo el mundo como periodista, no tuvo reparo en cambiar muchas de sus ideas juveniles ni en polemizar con quien hiciera falta, incluso poniendo en peligro con ello alguna amistad sólida. Por ello no nos encontramos ante un autobiografía al uso, en la que el escritor narra cronológicamente su vida y milagros. Hitchens prefiere ir insertando sus experiencias personales con reflexiones ideológicas e históricas con distintos episodios de la segunda mitad del siglo XX que él tuvo la oportunidad de vivir de cerca.

Nacido inmediatamente después de terminada la Segunda Guerra Mundial, en una familia de clase media, su juventud estuvo marcada por el incomprensible suicidio de su madre y por el laconismo expresivo de su padre, que luchó durante toda la guerra en la Marina y no vio suficientemente recompensados sus servicios. A pesar de todo, Hitchens consiguió estudiar en Oxford y se aprovechó plenamente del ambiente elitista e intelectual de una de las mejores universidades del mundo. A pesar de su temprano pensamiento marxista, que le llevó a ser parte de una expedición de jóvenes que visitó el recién instaurado Estado comunista en Cuba, su experiencia en ese viaje y sus atentas lecturas a autores como George Orwell (su auténtico padre intelectual), le llevaron a establecer prevenciones frente a los conceptos absolutos que en demasiadas ocasiones acaban derivando en sociedades totalitarias. Pese a todo, jamás dejó de pensar que la lucha por mejorar las condiciones de vida de las clases más humildes era una de esas causas que realmente merecen la pena:

"Varios aspectos de esa Gran Bretaña hasta entonces oculta se alojaron en mi mente. En primer lugar, sus habitantes trabajaban sobre todo bajo tierra, como los morlocks de H. G. Wells. En segundo lugar, hablaban un idioma que no era inglés en casa y en la iglesia, y se consideraban conquistados y desposeídos como nación y oprimidos como clase. En tercer lugar, veían la huelga como un acto generoso de solidaridad y emancipación, y no como un «secuestro del país». En cuarto lugar —aunque no sé por qué lo pongo al final de mi lista—, concebían la educación y el aprendizaje como las avenidas que llevaban a una vida mejor para sus compañeros y para ellos mismos, y no como una cara forma de declararse superiores a quienes eran menos afortunados."

En las páginas de Hitch 22 el autor nos ofrece retratos de algunos de sus amigos, que son precisamente figuras intelectuales de gran relevancia: los escritores Martin Amis, Ian McEwan y Susan Sontag o el erudito palestino Edward Said, narra su extraño encuentro con Jorge Luis Borges en una Argentina tomada por la Junta Militar, pero sin duda el capítulo más emocionante es el que ofrece en tributo a Salman Rushdie, al que defiende a capa y espada como a un héroe de la libertad, frente a quienes se mostraban medianamente comprensivos con la indignación de una buena parte de los musulmanes. Su condena a muerte por aquel iluminado de Irán, uno de los episodios más infames del siglo XX, no fue seguida por el cierre de filas que hubiera sido necesario en Occidente para hacer frente al totalitarismo religioso. Hitchens elogia a su amigo y se coloca a su lado en sus peores momentos con estas encendidas palabras:

"Si hay que defender la literatura y la ironía hasta la muerte, está bien tener a un individuo soberbiamente leído e irónico como ejemplo. No puedo recordar un momento en que dijera o hiciera algo grosero, levantara la voz indebidamente o respondiera a la altura de los que se burlaban de él o lo acosaban."

La de Christopher Hitchens se nos muestra como una vida dolorosamente breve, pero gozosamente plena. Pudo viajar, ser testigo de conflictos como el de los Balcanes o las dos Guerras del Golfo, conoció de cerca a personajes históricos y jamás dejó de decir lo que pensaba, incluso cuando defendió posturas tan impopulares como la invasión de Irak en 2003 (algo que dedica un capítulo a justificar, describiendo las terribles condiciones de vida bajo Saddam Hussein). También aprovecha siempre que puede para arremeter contra la ideología religiosa, algo lógico viniendo del emblemático autor de la extraordinario ensayo Dios no es bueno

Es curioso (y el autor, extrañamente, parece profetizar sobre ello en uno de los pasajes del libro) que Hitchens terminara de escribir su autobiografía precisamente pocos meses antes de que le diagnosticaran la enfermedad que le llevaría a la tumba y de cuya existencia él no sospechaba en ese momento. En cualquier caso el autor de Amor, pobreza y guerra ha dejado un legado muy valioso. Las últimas palabras de Hitch 22 bien podrían ser consideradas su epitafio y un resumen de su actitud ante la vida, de las que podríamos extraer valiosas lecciones: 

"A lo largo de la última década, he sido vívidamente consciente del desafío literalmente letal de la clase de gente que opera con certezas absolutas y se cree impulsada y justificada por una autoridad superior. Haber pasado tanto tiempo aprendiendo relativamente poco, y que gente que ya lo sabe todo, y que tiene toda la información que necesita, amenace todos los aspectos de mi vida… Aún es más deprimente ver que, frente a este asalto feroz, muchos de los mejores carecen de toda convicción y dudan a la hora de defender lo que posibilita su existencia, mientras que los peores están llenos de brío y hierven de exaltación asesina.
 

Es una tarea ímproba combatir a los absolutistas y a los relativistas al mismo tiempo: sostener que no existe una solución totalitaria e insistir al mismo tiempo en que, sí, los de nuestro lado también tenemos convicciones inalterables y estamos dispuestos a luchar por ellas. (...) Pertenecer a la tendencia o facción escéptica no es, en absoluto, una opción blanda. La defensa de la ciencia y la razón es el gran imperativo de nuestro tiempo, y me siento absurdamente honrado cuando la mente pública me agrupa con grandes profesores y estudiosos como Richard Dawkins (...), Daniel Dennett y Sam Harris. Ser no creyente no solo significa poseer «una mente abierta». Es, más bien, una admisión decisiva de incertidumbre, que está dialécticamente conectada con el repudio del principio totalitario, en la mente y en la política."

domingo, 10 de enero de 2016

PLATOON (1986), DE OLIVER STONE. LA PRIMERA VÍCTIMA DE LA GUERRA ES LA INOCENCIA.

Todavía recuerdo cuando acudí al cine a ver esta película. Era la primera sesión adulta a la que entraba y esperaba algo muy distinto a lo que estaba acostumbrado, pero nada me había preparado para una historia tan cruda y realista como la que se narra en Platoon, basada en las vivencias personales en el infierno de Vietnam de Oliver Stone.

La tensión se palpa desde los primeros fotogramas de la película. La llegada a la base en Saigón del protagonista ya vaticina lo que está a punto de vivir en aquella tierra exótica: las bolsas de cadáveres que vuelven a Estados Unidos, con las que se cruza, nada más bajar del avión, son un testimonio elocuente de ello. Lo que provoca más asombro es que Chris Taylor ha solicitado acudir al frente de manera voluntaria. Chris pertenece a una familia adinerada y podía haber conseguido un puesto mucho menos expuesto, incluso sin salir de su país. Pero Chris es un idealista, un auténtico patriota de izquierdas que quiere experimentar en sus propias carnes lo que significa defender a su país contra sus enemigos en primera línea de batalla. Pronto se va a dar cuenta de que sus compañeros son la escoria de la sociedad, aquellos que ocupan los puestos de trabajo de peor cualificación y que, cuando vuelvan a casa, nadie va a reconocer su sacrificio.

La guerra en la jungla de Vietnam tenía características especiales. El protagonista pertenece a un pelotón cuya misión es infiltrarse en la selva para localizar al enemigo. Como es lógico, existen demasiadas ocasiones en las que los presuntos cazadores pasan a convertirse en la presa. Los soldados del Vietcong saben como mimetizarse con el entorno y ser invisibles. Sus acciones bélicas se basan sobre todo en pequeñas emboscadas y trampas, que van minando la moral de las fuerzas estadounidenses, cuyos miembros pronto van a percibir a cada vietnamita como a un potencial enemigo, lo cual tendrá consecuencias fatales.

Porque Chris pronto se va a dar cuenta de que la lucha contra el Vietcong es solo una de las batallas en las que se va a ver inmerso. También tendrá que tomar partido en el conflicto interno que se desatará en el pelotón entre los dos hombres-alfa que lo lideran: los sargentos Elías y Barnes (el teniente Wolfe, su superior, es ninguneado por éstos). Los dos llevan ya años peleando en la jungla y son los únicos que pueden decirles a sus hombres lo que deben hacer para sobrevivir, pero mientras Elías es, a su manera, un humanista y no carece de empatía para acercarse a los novatos, Barnes es un auténtico psicópata, que estima que la guerra solo puede ser ganada por gente como él y que los reemplazos recién llegados no son más que carne de cañón, que deben ganarse su estimación sobreviviendo unas pocas semanas, probando así que son dignos de luchar.

La política de Barnes, de venganza total contra el enemigo es la que provoca una de las escenas más estremecedoras de la película, la de la llegada del pelotón a una aldea en medio de la jungla. Sus pobres habitantes, asustados, atrapados entre dos fuegos son las mayores víctimas de una guerra absurda y cruel, un paraíso para los sádicos y psicópatas, que pueden dedicarse a aterrorizar a ancianos, mujeres y niños, seguramente para desquitarse del propio terror que experimentan día a día cuando buscan al Vietcong en la espesura de la selva. 

Si bien Apocalypse Now sigue siendo la mirada cinematográfica más sublime a la Guerra de Vietnam, Platoon ofrece una perspectiva mucho más íntima, la de un jovencísimo soldado que debe trocar rápidamente su patriótica inocencia en una despiadada agresividad si quiere sobrevivir. El soldado, que es presentado a la opinión pública como un héroe (véase, Los boinas verdes, de John Wayne) ofrece aquí su verdadero rostro representado en la perplejidad del protagonista, un buen chico que es obligado a presenciar, cuando no a protagonizar, acciones más propias de criminales que de defensores del estilo de vida americano. En su momento, la hiperrealista Platoon fue una contundente contestación a la tendencia de Hollywood (patrocinada por la Administración de Reagan) a presentar la derrota de Vietnam como un episodio heroíco de la historia americana (películas como Rambo o Desaparecido en combate son de la misma época). 

jueves, 7 de enero de 2016

CLUBES DE LECTURA EN MÁLAGA EN ENERO. UN LIBRO EN BLANCO.

Comenzar un nuevo año es como empezar a leer un libro nuevo, un libro del que ya hemos leído las partes anteriores, pero que no tenemos ni idea de cómo se va a desarrollar. Quizá la trama sea tan previsible como habíamos supuesto antes de comenzar, pero también es posible que contenga sorpresas (positivas o negativas), algunas inverosímiles y otras con cierta lógica respecto al devenir de los acontecimientos. Todos somos personajes literarios, porque somos partícipes de una historia propia, que puede ser aburrida o emocionante, aventurera, costumbrista o romántica, pero que nunca carece de grandes espacios dedicados a interminables monólogos interiores, pues en ellos transcurre gran parte de nuestra existencia. Esperemos que nuestros posibles lectores mantengan el interés en nuestros distintos episodios. Si cierran el libro, las consecuencias son imprevisibles.

En el club de lectura de la Biblioteca Provincial, comenzamos el año hablando de nuestras propias lecturas navideñas, lo cual sin duda dará pie a un debate sobre temas de actualidad.

En el club de lectura de la Biblioteca Cristóbal Cuevas, la segunda parte de la exitosa serie de novelas de Ciencia Ficción (basadas en el universo de Blade Runner), que ha emprendido Rosa Montero: El peso del corazón.

Respecto a los clubes organizados por Más Libros Libres, me remito a este enlace:

http://maslibroslibres.com/clubes-de-lectura-de-mas-libros-libres-en-enero/

En los clubes de lectura del Centro Andaluz de las Letras, por una parte Acceso no autorizado, una novela de Belén Gopegui, una novela de 2011 que se hace eco de la reciente irrupción en nuestras vidas de la importancia de las redes de información en las nuevas tecnologías y por otra, El fundamentalista reticente, de Moshin Hamid, una historia que tiene como telón de fondo el 11 de septiembre y sus consecuencias para un joven pakistaní que busca realizar el sueño americano.

En el club de lectura del Ateneo de Málaga, La nieta del señor Linh, de Philippe Claudel, una novela de plena actualidad, pues trata el tema del refugiado y su difícil adaptación al país al que huye desde una guerra.

En el club de lectura de la Librería Luces, El bar de las grandes esperanzas, de J.R. Moehringer, una historia de padres e hijos en la que un bar muy especial tendrá gran importancia. 

Y por fin, en la Tertulia Temática que celebramos todos los meses en la Biblioteca Cristóbal Cuevas, el tema a tratar es el capitalismo y la idea de darwinismo social que conlleva. El libro es Capitalismo canalla, de César Rendueles y la película El capital humano, de Paolo Virzi. 

¡Feliz año nuevo, y que la novela de su vida se desarrolle de la mejor manera posible y con muchos capítulos! 

martes, 5 de enero de 2016

LA CIUDAD DE N (1935), DE LEONID DOBYCHIN. EL TIEMPO DETENIDO.

La tragedia de la cultura rusa en el siglo XX constituye un capítulo especial en la historia universal de la infamia, sobre todo si nos centramos en la época de Stalin. Leonid Dobychin es uno de esos casos de escritores cuya obra fue truncada por los acontenimientos políticos, en una época en la que solo cabía, para triunfar oficialmente, acogerse al estilo del realismo soviético, aunque ni así el autor podía verse totalmente libre de las suspicacias inquisidoras de un Estado totalitario. La obra de Dobychin se divulgó de manera prácticamente clandestina y la misma muerte del autor tiene mucho de literario: su cuerpo fue encontrado en el río Neva y hasta hoy no se sabe la causa de la muerte, si fue por suicidio o por cualquier otra circunstancia.

El punto de vista de La ciudad de N es el de la inocencia. El narrador es un niño que poco a poco se convierte en un adolescente y va descubriendo el mundo que le rodea. Nos encontramos a finales del siglo XIX y principios del XX, una época muy convulsa, en la que se producen los primeros ensayos revolucionarios que culminarán, en 1917, con la creación del Estado Soviético. Así pues, lo que describe el protagonista es un mundo ya desaparecido, pero lo hace en un tono tal que parece que dicha sociedad va a ser eterna. A pesar de eso hay ciertos apuntes que denotan movimientos subterráneos que finalmente desembocarán en la ruptura total con lo antiguo en el intento de crear una nueva humanidad, con valores radicalmente distintos.

El mundo idílico del pequeño, perteneciente a una clase social acomodada, se mueve entre juegos, observación de sus mayores, asistencias a actos religiosos y los primeros amores. Hay un esfuerzo permenente por dotar de normalidad a las descripciones, aunque de fondo resuenen acontecimientos inquietantes. El mundo del proletariado apenas tiene relevancia en la realidad del protagonista, pero en algunos párrafos puede intuirse que existe una realidad mucho más dura: la de los mendigos y la de los trabajadores explotados, que parecen vivir al margen del contrato social. Su presencia no es invisible, pero trata de ser minimizada en la vida cotidiana de los privilegiados:

"Cuando ya había oscurecido, se dispararon las sirenas de los talleres y desde las ventanas oímos a los trabajadores pasar corriendo por la calle. Maman se levantó y cerró la ventana porque desprendían un olor a aceite de maquinaria y hollín que entraba en la casa."

Las costumbres de la Rusia urbana de finales del XIX están marcadas por una gran devoción religiosa, algo que la emparenta con la sociedad de nuestro país de la misma época. Si que existe un ambiente de cierta tolerancia religiosa, e incluso puede darse la ocasión de que el protagonista se acerque a libros poco convenientes para su edad, porque podrían originar fisuras en la pureza de su fe:  

"En un armario encontré un libro titulado La vida de Jesús. Me sorprendió. No creía que fuera posible dudar de la divinidad de Jesucristo. Lo leí a escondidas sin decírselo a nadie. «Entonces, ¿de qué puede uno estar plenamente seguro?», me dije a mí mismo."

La ciudad de N es literatura decimonónica escrita en pleno siglo XX, quizá como protesta frente a una realidad gris y represiva. El estilo de Dobychin trata de parecerse al de Chéjov, aunque carezca del toque que hacía de éste uno de los grandes maestros de la literatura universal. La novela también puede ser leída como una especie de variante de A la busca del tiempo perdido, de Proust, por su poder de evocación y atención a los más nimios detalles de la experiencia pasada.   

lunes, 4 de enero de 2016

CAPITALISMO CANALLA (2015), DE CÉSAR RENDUELES. UNA HISTORIA PERSONAL DEL CAPITALISMO A TRAVÉS DE LA LITERATURA.

Recientemente César Rendueles consiguió una hazaña que está al alcance de muy pocos escritores en nuestro país: conseguir que su ensayo Sociofobia fuera un éxito de ventas y que su interesantísimo y original contenido generara cierto debate en ambientes académicos y culturales. En él se cuestionaba el ciberfetichismo propio de nuestra época, se analizaba el verdadero valor de internet y las redes sociales y se criticaba una sociedad entregada a la banalidad del consumo permanente.

En esta nuevo ensayo Rendueles se propone analizar el devenir del capitalismo pasado y presente, sirviéndose por el camino de algunas obras literarias representativas de algún momento histórico y que nos hablan mejor que muchos tratados de las motivaciones de las clases dominantes y de los padecimientos de la mayoría trabajadora. El autor quiere llamar la atención acerca de un discurso que, a base de haber sido infinitamente repetido, ha ido calando en buena parte de la ciudadanía: que no existen alternativas a las políticas económicas y sociales que se han ido aplicando en los últimos años y que cualquier otra disyuntiva provocaría un desastre sin precedentes. No sabemos si nuestros políticos mantienen esto por inoperancia o porque los intereses de sus auténticos valedores están muy lejos de los de sus votantes, pero no se trata de un argumento nuevo, sino que ha estado muy presente en el pasado:

"A lo largo de la historia, las clases dominantes se han distinguido por su paupérrima imaginación política. Los miembros de las élites siempre han estado plenamente convencidos de que el sistema político cuya cúspide ocupaban —ya fuera el esclavismo, el feudalismo o la tiranía— era inconmovible y la única alternativa al caos.

(...) Hemos entregado el control de nuestras vidas a fanáticos del libre mercado con una visión delirante de la realidad social, que nos dicen que nada es posible salvo el mayor enriquecimiento de los más ricos: ni profundizar en la democracia, ni aumentar la igualdad, ni limitar la alienación laboral, ni preservar los bienes comunes"

Según Rendueles los Parlamentos actuales se asemejan más a una cámara de comercio que al lugar donde se reúnen los representantes elegidos por el pueblo. ¿Por qué muchos diputados, senadores y miembros del gobierno acaban formando parte de los consejos de administración de las mayores empresas del país? El ciudadano tiene derecho a sospechar que se trata de una recompensa por los servicios prestados. Los programas con los que los partidos se presentan a las elecciones pronto pasan a ser papel mojado y los recortes y medidas draconianas son justificadas como mandatos impuestos por Europa o por la gravedad de la situación. Una situación tan grave que jamás justifica un aumento de la carga impositiva por parte de los que más tienen, una clase social minoritaria que cuenta con el privilegio de poder beneficiarse de amnistías fiscales.

Mientras tanto el trabajo asalariado se convierte en un bien escaso, en un lujo que conviene no perder, porque es difícilmente recuperable. Los contratos se precarizan, los sindicatos se vuelven irrelevantes y los trabajadores tienen miedo. El miedo a estar un poco peor, a acabar como los vecinos que fueron desahuciados enmudece cualquier atisbo de protesta. El trabajo se convierte en un mal menor, un espacio en el que las libertades y los derechos menguan y se supeditan a la consecución de un fin estrictamente económico, que no tiene por qué ser beneficioso para la sociedad en su conjunto. Para el empresario es el lucro, para el empleado la supervivencia. Y para los que no tienen trabajo, aunque sea precario, intentar llevar una vida corriente, basada simplemente en poseer una vivienda, tener hijos, comer todos los días y gozar de un mes de vacaciones pagadas se ha convertido en un sueño utópico. La tragedia de todo esto es que nuestras sociedades son cada vez más ricas (en este sentido, el capitalismo funciona extraordinariamente bien), pero esta riqueza se encuentra cada vez peor repartida y los daños que se le está infligiendo al medio ambiente puede ser irreservesible. En nuestro sistema no es la ética lo que hace ganar dinero.

Si hubo un momento de esperanza para el Viejo Continente, este llegó con el final de la Segunda Guerra Mundial. Contra todo pronóstico, en Gran Bretaña ganó las elecciones un laborismo que, con imaginación, entusiasmo y audacia, sentó las bases de un Estado del bienestar que solo unos años antes se decía que era de imposible construcción, que provocaría la bancarrota del país. Este es el espíritu, ambicioso y con los pies en la tierra, que deberían  tomar como ejemplo las nuevas generaciones de políticos. Se habla mucho de reformar la Constitución, pero sería mejor leer con atención su contenido y pasar a aplicarlo, algo que, en buena parte, no se ha hecho todavía en este país. Hasta que la idea de que la democracia es un debate de ideas alternativas y no la imposición de un pensamiento único inamovible no se instale en la ciudadanía (ya lo ha hecho en parte) será difícil sacudirse el miedo generalizado al cambio:

"En cierta ocasión, le preguntaron a Margaret Thatcher cuál había sido su principal logro político. Respondió: «Tony Blair y el nuevo laborismo». Tenía toda la razón. El neoliberalismo transformó el contrato social vigente desde la Segunda Guerra Mundial. Redefinió completamente lo que se consideraba políticamente posible, imposible o deseable. Así, millones de personas empezaron a sentirse más identificadas con los estilos de vida y las preocupaciones de unas élites inalcanzables que con vecinos de los que apenas les separaban un puñado de puntos porcentuales en la escala de ingresos."

Es indudable que en ciertas áreas existe mayor bienestar hoy que en décadas pasadas, consecuencia del avance científico y técnico, aunque la otra cara de la moneda sea una acusada dependencia a las nuevas tecnologías, objeto de un desmesurado consumismo y fetichismo. En nuestra sociedad se valora menos el valor de uso de las cosas y más la capacidad de adquirirlas. Lo importante es que sean el reflejo del estatus social del propietario de las mismas. No queremos que los ricos se bajen del pedestal, que paguen más impuestos y contribuyan al bienestar de la mayoría, sino que queremos parecernos a ellos, consumir como ellos. Y la frustración que genera la imposibilidad de llegar a sus niveles se palia a través de compras compulsivas e inútiles, aunque sea acudiendo al Tiger o al Chino de la esquina. ¿Cómo querer cambiar el sistema, si lo que verdaderamente se desea es formar parte de sus clases privilegiadas?

"A ellos les entregamos el poder… y la gloria. No sólo dejamos que controlaran el mundo personas que mantenían una relación patológica con la realidad social. Hicimos lo imposible por vivir como ellos. El consumo de masas es una pálida imitación aspiracional del estilo de vida de los ricos tal y como lo imaginan para nosotros los suplementos dominicales de los diarios."

Capitalismo canalla es un ensayo modélico, por cuanto habla directamente al lector con un lenguaje cristalino y le expone con claridad la realidad de la sociedad donde habita. Lo verdaderamente original de Rendueles es haber sabido escoger grandes obras literarias y analizarlas desde una perspectiva muy concreta. Así Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad u Oliver Twist, de Charles Dickens, se convierten en espejos de sus respectivas épocas. Esperemos que nosotros no vayamos hacia la distopía que predijeron Pohl y Kornbluth en Mercaderes del espacio, un planeta dominado por las leyes de las grandes multinacionales, que gozan de la capacidad de insertar publicidad corporativa hasta en los sueños del consumidor. Todavía estamos a tiempo de evitarlo.

domingo, 3 de enero de 2016

EL DESAFÍO (2015), DE ROBERT ZEMECKIS. ALCANZANDO LAS NUBES.

Hace más o menos un año tuve la oportunidad de ver Man on wire, un documental que refleja los mismos hechos que se narran en El desafío. Por eso, cuando supe que Zemeckis había rodado esta película, pensé que se trataba de una decisión casi tan temeraria como la que tomó Philippe Petit cuando se obsesionó con la idea de caminar por un cable entre las dos torres gemelas, que estaban a punto de ser finalizadas en 1974, aunque ya había mucha gente trabajando en sus oficinas. En aquellos tiempos las opiniones de los neoyorkinos acerca de los nuevos edificios se encontraban muy divididas entre quienes se encontraban fascinados por sus dimensiones casi inabarcables y quienes pensaban que eran dos enormes archivadores que afeaban el perfil de la ciudad. Con el tiempo, todos se acostumbrarían a considerarlas parte integrante del paisaje de su ciudad, una seña de identidad que por las noches, con sus ventanas iluminadas, cobraba una inusitada hermosura. Por eso lo que sucedió el 11 de septiembre de 2001 no fue un mero atentado terrorista, sino una auténtica amputación, muy traumática para Nueva York. Tanto, que se ha dicho que El desafío viene a ser una especie de terapia para exorcizar aquel hecho terrible.

El retrato que ofrecew Zemeckis de Philippe Petit, es bastante fiel, mostrando al personaje con sus luces y sus sombras. Petir era en aquella época un joven obsesionado por lograr su sueño, un sueño que a veces se convertía para él en su única realidad y en una fuente de tormento para los que le rodeaban, aunque de entre éstos en la película solo se preste atención a su pareja, Annie. Al principio la narración adquiere un punto de vista onírico, con un Petit encaramado a la estatua de la libertad contando directamente al público su historia, teniendo como fondo a una Nueva York que exhibe con orgullo sus dos torres gemelas. El protagonista aparece entonces como alguien egocéntrico y caprichoso, pero también carismático y genial. Y este último calificativo no es gratuíto, porque la hazaña que logró Petit, tanto en planificación, para burlar a las autoridades, como en ejecución, parece imposible y, viéndola reflejada cinematográficamente, apenas parece creíble, hasta que los que vimos en su día el documental comprendemos que todo sucedió exactamente de la manera que se nos está mostrando.

Bien es cierto que las medidas de seguridad de los años setenta distan mucho de las podría haber en una obra de esas dimensiones en estos tiempos de terror generalizado. Resulta curioso, por otra parte, que precisamente en la época en la que Nueva York estaba viviendo sus peores momentos, con una criminalidad que se desbordaba por momentos y una permanente amenaza de bancarrota, se inaugurara este símbolo de optimismo en el futuro que era el World Trade Center. No hay referencia alguna - al menos no de forma directa - a la increíble destrucción que sucedería treinta años más tarde. En este sentido El desafío constituye todo un homenaje a unas maravillas arquitectónicas desaparecidas trágicamente y una especie de llamamiento a los neoyorkinos que todavía puedan estar traumatizados por aquello a que recuerden también otro momento singular, pero esta vez en sentido positivo, el instante en el que un hombre realizó una hazaña absolutamente increíble y ofreció un espectáculo que, a ojos de los afortunados que pudieron verlo, ser convirtió en una auténtica obra de arte, en un acto hermoso en sí mismo.

El director de El vuelo ha filmado esta historia con mucho oficio, con absoluto respeto a la autobiografía de Petit y con un sentido de la espectacularidad en su último tercio, en el que se consuma el sueño del protagonista, que hacen que merezca la pena su visionado, a pesar de que el recuerdo de Man on wire sea tan reciente.