domingo, 17 de enero de 2016

MORTALIDAD (2012), DE CHRISTOPHER HITCHENS. LA LECCIÓN FINAL DEL ESCÉPTICO.

¿Que haría usted si le detectasen una enfermedad terminal? ¿Se sometería a tratamiento contra toda esperanza de curación? ¿Pondría en orden sus asuntos? ¿Se desesperaría y apelaría a la piedad divina? ¿Se tomaría el asunto con serenidad o no acabaría de creerlo? Nunca pensamos en eso, pero algún día nos llegará el turno de afrontar hechos parecidos, a no ser que nuestra muerte sea repentina, un acontecimiento relativamente afortunado a tenor de los padecimientos que narra Hitchens acerca de su propia experiencia en el país de los moribundos. Por suerte (para nosotros), el periodista y pensador británico siguió haciendo hasta el final lo que más le gustaba: escribir, y fue capaz de establecer una última conexión con sus lectores para afrontar lo que nunca le hubiera gustado tener que emprender: narrar su agonía prácticamente en tiempo real. Con una voluntad de hierro, Hitchens siguió haciendo uso de la palabra escrita todo el tiempo que pudo, quizá porque esta era la actividad que le hacía sentir más vivo:

"Tecleo esto justo después de recibir una inyección para reducir el dolor de mis brazos, manos y dedos. El principal efecto secundario de este dolor es el entumecimiento de las extremidades, que me llena de un miedo no irracional a perder la capacidad de escribir. Sin esa capacidad, estoy seguro de antemano, mi «voluntad de vivir» quedará enormemente atenuada. A menudo digo de forma grandilocuente que escribir no es solo mi forma de ganarme la vida, sino mi verdadera vida, y es verdad. Casi como con la amenaza de perder la voz, que actualmente alivian unas inyecciones temporales en los pliegues vocales, siento que mi personalidad e identidad se disuelven mientras contemplo las manos muertas y la pérdida de las correas de transmisión que me conectan con la escritura y el pensamiento."

Resulta irónico que la enfermedad le golpeara repentinamente al autor cuando se encontraba en plena promoción de su libro de memorias, Hitch 22, en el que había bromeado acerca de la oportunidad de escribir un volumen de estas características cuando todavía se sentía joven. Cuando se conoció la noticia de su cáncer de laringe, una oleada de solidaridad surgió de sus amigos y conocidos y también de sus lectores. Pero el hecho de que Hitchens viniera siendo, desde la exitosa publicación de Dios no es bueno, uno de los abanderados del pensamiento ateo a nivel mundial, dio lugar a otro tipo de reacciones, de tono mucho más oscurantista. Algunos fanáticos religiosos pensaron que la enfermedad del autor era una especie de castigo divino por su pensamiento blasfemo. Incluso se organizaron apuestas respecto a la fecha en la que un aterrado Hitchens se convertiría. En algunos foros de internet podían leerse comentarios tan llenos de odio como éste: 

"¿Quién más piensa que el hecho de que Christopher Hitchens tenga un cáncer terminal de garganta [sic] es la venganza de Dios por haber usado la voz para blasfemar? A los ateos les gusta ignorar los HECHOS. Les gusta actuar como si todo fuera una «coincidencia». ¿En serio? ¿Es solo una «coincidencia» [que], de todas las partes de su cuerpo, Christopher Hitchens tenga cáncer en la parte del cuerpo que usó para la blasfemia? Sí, seguid creyendo eso, ateos. Va a retorcerse de agonía y dolor, y se marchitará hasta desaparecer y tener una muerte horrible, y DESPUÉS viene la verdadera diversión, cuando vaya al FUEGO INFERNAL y sufra eternamente la tortura y el fuego."

Para ser justos, hay que señalar que fueron muchos los religiosos que habían polemizado con él en el pasado que reprobaron estas conductas y defendieron el derecho de Hitchens a la libertad de conciencia. En cualquier caso, una vez establecido que la proximidad de la muerte no le va a hacer cambiar de idea, Mortalidad es una crónica brutalmente sincera de cómo la enfermedad va deteriorando las funciones corporales entre oleadas de sufrimiento, mientras el escritor no sabe nunca si las palabras que plasma sobre el papel serán las últimas, porque pudiera ser que perdiera la capacidad de hacerlo incluso antes de morir (lo que para él podría definirse como una muerte en vida). Hitchens se siente prisionero de su cuerpo y va notando como el cáncer va venciendo la partida, centímetro a centímetro. Él no siente que esté luchando contra la enfermedad, sino que la enfermedad ha emprendido una brutal ofensiva contra su cuerpo, que no encuentra medio de defenderse. La medicina no es capaz más que de retrasar unos meses el inevitable final. La cruel paradoja es que ganar tiempo implica también sumar nuevos padecimientos.

Hay que leer Mortalidad como el testimonio de un hombre que es coherente con sus ideas y su forma de vida hasta el final, el de alguien que acepta valientemente el destino que le ha tocado en suerte y quiere hacernos partícipes de un singular experimento: la descripción realista de la enfermedad, sin eufemismos ni falsas esperanzas. A pesar de que su muerte fue "obscena como el cáncer, amarga como el vómito", Hitchens supo mirar a su rostro de frente y, lo que es más importante, no traicionarse a sí mismo, siendo el mismo ser humano de siempre al afrontar una experiencia que en buena medida puede calificarse como inhumana.

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