jueves, 31 de marzo de 2016

EL TÍO VANIA (1897), DE ANTÓN CHÉJOV. AFÁN DE VIDA.

Casi en todas las ocasiones en las que voy al teatro (demasiado escasas en realidad, por desgracia), procuro haber leído antes la obra literaria que voy a ver representada en escena. Es una manera de ir prevenido acerca de la temática que se va a desarrollar y las distintas variantes que posiblemente el director ha agregado o suprimido de la obra. Esta vez lo he hecho al revés, pero ha resultado una experiencia muy estimulante, puesto que asistir a El tío Vania sin conocer los detalles de la trama hace que uno siga su desarrollo con más interés, si cabe. Además, la compañía Moma ha presentado en los teatros del Canal, en Madrid, una versión de montaje minimalista, que pone su énfasis en la estupenda interpretación de todos sus actores, que otorgan a sus personajes una personalidad muy definida que trasciende a la que fijó Chéjov en la obra original. Un espectáculo de dos horas que para el espectador transcurren en una exhalación.

El planteamiento de El tío Vania es aparentemente sencillo: la visita del propietario (más bien el padre de la propietaria) de una pequeña finca revoluciona la vida cotidiana en la misma. El profesor Serebriakov, a pesar de sus continuas quejas por su edad y por su salud, es una de esas personas que han gozado de una vida afortunada y que, cuando llega el momento de hacer balance, no saben agradecer a la existencia los dones que le han sido otorgados. Cierto es que a Serebriakov lo vemos a través del prisma del tío Vania, que proclama que sus honores académicos han sido de todo punto inmerecidos, así como su joven y bella esposa, Elena, una mujer admirada por todos que está harta de halagos y se aburre de su gris existencia.

El tío Vania es un hombre maduro y que se considera derrotado por la vida. Se compara a Serebriakov y clama contra la injusticia de que él no haya podido conseguir nada, mientras aquel lo ha logrado todo. Mirando atrás se ve como una especie de esclavo, ya que su existencia ha estado vinculada casi en exclusiva al cuidado de la finca, sin más recompensa que un magro sueldo. Quisiera rebelarse contra su destino, pero ni siquiera eso es posible ya. Lo peor de todo es que sabe que su situación es enteramente culpa de su indecisión, de no haberse sabido arriesgar en momentos claves de su existencia. Vania no es más que la voz de la conciencia de todos nosotros cuando llegamos al momento de la madurez y examinanos los intrincados caminos por los que hubiéramos podido transitar si nos hubiéramos atrevido a optar por otras opciones: 

"Yo era una individualidad luminosa... Imposible ironizar de una manera más venenosa. He cumplido los cuarenta y siete. Hasta el año pasado yo procuraba, lo mismo que usted, escudarme deliberadamente tras esta escolástica suya para no ver la vida auténtica. Y pensaba que hacía bien. Pero, ahora, ¡si supiera usted! Me paso las noches en blanco, de pesar y de rabia, por haber malgastado tan estúpidamente el tiempo cuando podía haber tenido todo lo que mi vejez me niega ahora."

El contrapunto a Vania lo pone su amigo el doctor Astrov, un hombre mucho más activo que él, ecologista del siglo XIX que ha consagrado su existencia al servicio de los demás, y que sabe que no obtendrá recompensa alguna por ello. No obstante, posee algo de lo que Vania carece: capacidad de seducción, quizá porque, después de todo, sigue estando en el mundo, aunque sea a regañadientes. 

No obstante el personaje más trágico de esta obra sublime es Sonia, la hija medio despechada de Serebriakov, a la que trata más como una sirvienta que como su heredera. A diferencia de Elena, Sonia es un ser puro y trabajador, pero carece del don de la belleza física. Si la finca funciona y produce, es gracia a su eficaz administración. Profundamente enamorada del doctor Astrov, en el fondo sabe que no es correspondida, pero prefiere vivir alimentando la llama de una leve esperanza.

El encuentro de todos estos personajes, cada uno con sus propios intereses, anhelos, esperanzas y frustraciones, está planteado magistralmente por un Chéjov que utiliza en esta obra unos diálogos aparentemente sencillos, que encubren profundos dilemas filosóficos y existenciales. Una obra inolvidable, en la que uno no puede evitar encariñarse con todos y cada uno de sus personajes, unos seres profundamente humanos.

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