lunes, 14 de marzo de 2016

ELOGIO DE LA LENTITUD (2004), DE CARL HONORÉ. LOS DUEÑOS DE NUESTRO TIEMPO.

Uno de los grandes aciertos de Momo, esa estupenda novela de Michael Ende que puede ser leída con idéntico provecho por gente joven y adulta, es la presencia de los hombres grises, unos seres misteriosos que dicen trabajar para una institución llamada Banco del tiempo. Los hombres grises se dedican a convencer a la gente de que hagan las cosas más deprisa y se abstengan de todo lo que se considera superfluo (pasear, leer, reflexionar), para conseguir ahorrar tiempo y gastarlo en el futuro. Aunque no lo parezca, nuestra sociedad parece estar organizada con esta premisa. De la mayoría de los ciudadanos se espera que se dediquen en cuerpo y alma a su labor profesional, que sean productivos con la fórmula de consagrar horas y horas al trabajo, descuidando con ello cualquier otra actividad, que se considera secundaria. Nuestra existencia no está organizada para que podamos dedicar tiempo a nosotros mismos, ya se entienda este concepto como estar con la familia y los hijos, desarrollarse personalmente mediante la lectura y la educación o simplemente meditar mirando pasar las nubes. Muchas de estas actividades son tachadas de improductivas por una organización social en la que lo único que parece contar es el beneficio económico, cuanto más rápido, mejor.

En la prensa es habitual leer, desde hace unos cuantos años, el típico artículo en el que se aboga por la necesidad de establecer unos horarios racionales en nuestro país, al estilo del resto de Europa. Se habla de conciliación, de disfrute del tiempo libre y de comisiones que están estudiando estos asuntos, pero nuestros políticos jamás parecen tener tiempo para ponerse a ello. En una sociedad en la que existen unos niveles de paro estratosféricos, parece una frivolidad hablar de mejorar las condiciones de quienes tienen la suerte de trabajar, pero es evidente que la reducción de horarios y la ampliación de espacios de ocio crearían nuevos alicientes económicos que llevarían a la creación de nuevos empleos. Lo cierto es que, aunque nadie se atreve a decirlo abiertamente en el ámbito laboral, los horarios de quienes trabajan suelen resultar agotadores y los niveles de resignación de quienes no encuentran trabajo, cada vez más acusados, no son precisamente un estímulo para sentirse parte útil de la sociedad. Coordinarse y conciliar horarios en una pareja con hijos cuyos dos miembros trabajan resulta una misión imposible. La impresión de mucha gente es que no viven jamás el momento, sino que habitan en una perpetua sensación de ansiedad, planificando a toda velocidad la manera de abordar en las siguientes horas una abrumadora cantidad de obligaciones.

Elogio de la lentitud se inscribe en el marco de otros títulos que pretenden que reflexionemos acerca de nuestras vidas en el acelerado mundo occidental y sentar las bases de un cambio hacia una organización social más humana, como La economía del bien común, de Christian Felber, Ansiedad, de Scott Stossel, Superficiales, de Nicholas Carr o Sonríe o muere, de Barbara Ehrenreich, ensayos llenos de sentido común que fundamentalmente hacen un llamamiento a que no desperdiciemos nuestras vidas. Honoré tiene razón en el diagnóstico, cuando estima que nuestras existencias se han acelerado en las últimas décadas hasta límites poco compatibles con una vida psicológicamente sana. En una entrevista concedida al blog La nueva ilustración evolucionista, el autor expone su declaración de intenciones:

"Sí, creo que estamos llegando al punto en el que el mundo es simplemente demasiado rápido para los seres humanos. Se pierde el arte de vivir . Cada momento del día se siente como una carrera contra el reloj hacia una meta que jamás parece poder alcanzarse. Esta cultura de correcaminos está afectando en todo, desde la salud , la alimentación y el trabajo a nuestras comunidades, nuestras relaciones y el medio ambiente. La crisis económica de los últimos años es un agudo toque de atención, un recordatorio de que nuestro modo acelerado de vida es pernicioso y en última instancia insostenible. La economía consistía toda ella en crecimiento rápido, ganancias rápidas y consumo rápido - y miren la forma en que casi nos ha conducido a un apocalipsis económico.

La gente está empezando a entender que necesitamos un cambio profundo en la forma en la que llevamos nuestras economías y sociedades, y en la forma en que convivimos. Hay una verdadera hambre de cambio, de hacer las cosas de manera diferente, para vivir a la velocidad adecuada en lugar de tan rápido como sea posible.

La lentitud no es una moda sobre la que leas en el periódico dominical, que desaparecerá dos meses más tarde. Yo creo que es una filosofía de largo alcance que puede cambiar el mundo."

El libro de Honoré fue un gran éxito a nivel mundial, lo que ayudó a difundir los principios del movimiento Slow. Hasta la llegada de la Revolución Industrial, una organización tan estricta del tiempo como la que estamos acostumbrados era impensable. El reloj dicta la llegada de nuevas obligaciones, de nuevas servidumbres. Hasta los niños se ven abrumados por la cantidad de actividades extraescolares a las que se les obliga, en parte para que aprendan a ser competitivos, en parte para ajustar su horario al de sus padres. Los días de diario se consagran casi absolutamente al trabajo y en los festivos es necesario limpiar, comprar y hacer todo lo que no se ha tenido tiempo los días anteriores. Poca gente puede permitirse el lujo de pasar tiempo consigo mismo, relajarse o dar un simple paseo por el placer de caminar:

"Desplazarse a pie también puede ser una experiencia meditativa, que fomenta un estado de ánimo caracterizado por la lentitud. Cuando caminamos, somos conscientes de los detalles a nuestro alrededor: los pájaros, los árboles, el cielo, las tiendas, las viviendas, el prójimo... Establecemos relaciones."

Leído a doce años vista, Elogio de la lentitud ha conseguido que sus principales postulados sean materia de vez en cuando como rellenos del telediario o en las páginas de psicología de los suplementos semanales de los periódicos, pero no ha conseguido calar en la mayoría de la población, cuya prioridad sigue siendo ganar más dinero para consumir más, aunque la calidad de vida se resienta. Si algo nos ha enseñado la reciente crisis económica es que el trabajo es un bien escaso (excepto para quien lo ejerce, para quien pasa a ser el motor principal de su existencia), por lo que se aceptan cualquier tipo de condiciones con tal de cobrar un salario. Además, la llegada de las nuevas tecnologías vinculadas con el teléfono móvil y las tablets hacen que apenas desconectemos, más bien se trata de instrumentos que nos incitan a que realicemos varias tareas a la vez y no nos concentremos en ninguna. La palabra lento suele usarse como despectivo, rápido se utiliza en demasiadas ocasiones como sinónimo de eficaz. Basta con conducir durante un tiempo para darse cuenta de las barbaridades que hace la gente en nombre de la idea absurda de ganar tiempo al volante.

En cualquier caso, una lectura atenta del ensayo de Honoré desvela un libro con muy buenas ideas, pero que no siempre se atreve a llevarlas hasta sus últimas consecuencias. En muchos capítulos, dedicados sobre todo a glosar ejemplos prácticos del movimiento Slow, parece que va más a los gestos simbólicos que al abordaje concreto de un problema que afecta a la gran mayoría de la gente. Es posible que a una trabajadora con dos hijos, cuyo marido también trabaja, le venga bien media hora de yoga, por ejemplo, pero esta práctica apenas aliviará el grueso de sus dificultades vitales. Tampoco que un ejecutivo se tome diez minutos de su jornada de doce horas para reflexionar en una habitación silenciosa. Son los gobiernos los que deberían ponerse a analizar con profundidad el problema y establecer una legislación más humana al respecto. No se trata, como bien apunta el autor, de destruir el capitalismo, sino de transformarlo en un sistema más llevadero:
  
"Tampoco el movimiento Slow es enemigo del capitalismo. Por el contrario, le ofrece un chaleco salvavidas. En su forma actual, el capitalismo global nos obliga a fabricar más rápido, consumir más rápido y vivir más rápido, al coste que sea. Al tratar a la gente y el entorno como valiosos, más que como elementos de los que puede prescindirse, una alternativa lenta podría hacer que la economía trabajara para nosotros, y no viceversa. El «capitalismo lento» podría significar un crecimiento inferior, algo difícil de fomentar en un mundo obsesionado por el índice Dow Jones, pero la idea de que en la vida hay algo más que lograr un máximo PIB o ganar la carrera de ratas, está consiguiendo cada vez más adeptos, sobre todo en las naciones más ricas, donde aumenta el número de personas que están considerando el elevado coste de sus frenéticas vidas.

En nuestra época hedonista, el movimiento Slow se guarda en la manga un as de marketing: ofrece placer. El dogma central del movimiento Slow es el de tomarte el tiempo necesario para hacer las cosas como es debido y, en consecuencia, disfrutar más de ellas. Sea cual fuere su efecto sobre el balance económico, la filosofía del movimiento Slow proporciona las cosas que realmente nos hacen felices: buena salud, un medio ambiente en buen estado, comunidades y relaciones fuertes y vernos libres del perpetuo apresuramiento."

Mención aparte merece su apuesta por terapias alternativas que se han demostrado anticientíficas, como el reiki o la homeopatía, auténticas falacias que poco tienen de curativo más allá del efecto placebo que puedan producir en algunos. Respecto a la necesidad de ser dueños de nuestro tiempo, sigue siendo más recomendable la lectura del estimulante Elogio de la ociosidad, de Bertrand Russell o El derecho a la pereza, de Paul Lafargue..

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