sábado, 23 de abril de 2016

WALDEN (1854), DE HENRY DAVID THOREAU. LA INVENCIÓN DE LA SOLEDAD.

Aunque en la sociedad actual, tan tecnificada, tan dependiente de la conexión permanente a las redes sociales y a novedades que se quedan obsoletas enseguida, cueste entenderlo, existen almas que prefieren la soledad, el sosiego de reflexionar en los magníficos entornos que ofrece la naturaleza, a la vida apremiante y constamente regulada de las ciudades. Para muchos de ellos, Thoreau constituye una especie de apóstol, cuyos escritos, en los que refleja su experiencia personal, son una auténtica inspiración a la hora de abordar lo que se quiere hacer con la propia existencia. Porque pocas vidas, como la de Thoreau, son un ejemplo en sí mismas de una determinada doctrina de carácter filósofico, en este caso el trascendentalismo, cuyo principal impulsor fue Ralph Waldo Emerson, el maestro del autor de Walden:

"Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentarme sólo a los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, y para no descubrir, cuando tuviera que morir, que no había vivido. No quería vivir lo que no fuera la vida, pues vivir es caro, ni quería practicar la resignación a menos que fuera completamente necesario. Quería vivir con profundidad y absorber toda la médula de la vida, vivir de manera tan severa y espartana como para eliminar cuanto no fuera la vida, abrir un amplio surco y arrasarlo, arrinconar a la vida y reducirla a sus términos inferiores y, si resultaba mezquina, coger toda su genuina mezquindad y hacerla pública al mundo; o, si era sublime, saberlo por experiencia y ser capaz de dar cuenta de ello en mi próxima excursión. La mayoría de los hombres, a mi juicio, se halla en una extraña incertidumbre respecto a si la vida es cosa de Dios o del diablo, y ha concluido algo precipitadamente que el principal fin del hombre es «glorificar a Dios y gozar de él por siempre»."

Lo más importante para Thoreau, cuando decide irse a vivir en comunión con la naturaleza es seguir los propios impulsos, obviando las exigencias sociales. Para él las ciudades - y los pueblos, donde ya han llegado las leyes del comercio - están repletos de seres desesperados que apenas pueden disimular estos sentimientos bajo una máscara de aceptación de unas normas que suelen imponer para quien desea prosperar el endeudamiento y la angustia. Ya en una época tan temprana Thoreau denuncia el deseo de bienes superfluos, esos objetos inútiles cuya única finalidad es distinguir a unos seres humanos de otros y establecer categorías sociales. Bien es cierto que cuando empieza a construir su cabaña junto a la laguna Walden, el autor no pretende aislarse por completo de la sociedad, solo poder estar solo y dedicar tiempo a observar la naturaleza con todo detalle. De hecho su vivienda no está lejos de las vías de ferrocarril (de vez en cuando puede escuchar la locomotora en la distancia) y volver a la civilización solo le cuesta un paseo a pie. En la cabaña también hay tiempo para recibir a amigos e improvisar tertulias en el más delicioso de los entornos. Hay tres constantes que transmite todo el tiempo la escritura de Thoreau: felicidad, serenidad y seguridad en sí mismo.

Como la mayor parte de los dos años que el autor de Desobediencia civil pasó en este estado seminatural no tuvo compañía, está claro que su interlocutor, el constante receptor de sus impresiones debía ser el futuro lector. En este sentido Walden no es un libro fácil. Está repleto de prolijas descripciones del entorno de la laguna, realizadas por alguien que está convencido de que los magníficos paisajes en los que habita son un reflejo de sus elevados sentimientos. También está implícita en el texto una especie de idea de alcanzar la pureza, simbolizada en las aguas cristalinas de la laguna:

"En un día como ese de septiembre u octubre, Walden es un perfecto espejo del bosque, rodeado de piedras tan preciosas para mis ojos como si fueran escasas o raras. No hay nada tan hermoso, tan puro y, al mismo tiempo, tan grande como un lago en la superficie de la tierra. Agua del cielo. No necesita cercado. Las naciones van y vienen sin ensuciarla. Es un espejo que ninguna piedra podrá romper, cuyo azogue no se gasta nunca y cuyo dorado repara continuamente la naturaleza; ni las tormentas ni el polvo oscurecerán su superficie siempre fresca; un espejo en el que se hunden todas las impurezas que se le presentan, barridas y despejadas por el brumoso cepillo solar, un ligero paño que no retiene hálito alguno, sino que exhala el suyo propio para que flote como las nubes en lo alto sobre su superficie y se refleje de nuevo en el fondo."

Walden es un libro fundamental para explicar los orígenes de una cierta manera de entender la idea de libertad que configuró a los Estados Unidos. De hecho, se trata de un ensayo de lectura obligatoria en múltiples centros educativos de aquel país. Alivia pensar que los alumnos tienen al menos la posibilidad de asomarse a un punto de vista alternativo a la jungla de competencia económica, a la ansiedad por lograr un determinado estatus, que muchos de ellos tendrán como horizonte al llegar a su vida adulta. Como él mismo dejó escrito, el libro "es la obra de arte más próxima a la vida".

Aunque en los capítulos de Walden apenas encontremos un tono moralista, resulta curioso que, casi al final del texto, Thoreau no quiera despedirse sin ofrecer unos consejos al lector, abundando en las equivocadas ideas de pobreza y riqueza que detenta la mayoría de la gente:

"Por mediocre que sea vuestra vida, aceptadla y vividla; no la esquivéis ni la denostéis. No es tan mala como vosotros. Parece más pobre cuando más ricos sois. Quien a todo le saca punta encontrará faltas incluso en el paraíso. Amad vuestra vida por pobre que sea. Tal vez tengáis una hora grata, conmovedora, gloriosa, incluso en un asilo. El sol poniente se refleja en las ventanas de la casa de la caridad con el mismo resplandor que en la morada del rico; la nieve se funde en su puerta igual de pronto en primavera. No veo sino que un hombre tranquilo pueda vivir tan contento aquí, y albergar pensamientos tan joviales, como en un palacio. Creo que el pobre de la ciudad suele vivir la vida más independiente de todas. Tal vez sea suficientemente magnánimo para recibir sin recelo. La mayoría piensa que está por encima de tener que ser mantenida por la ciudad, pero a menudo ocurre que no está por encima de ser mantenida por medios deshonrosos, lo que debería ser más indecoroso. Cultivad la pobreza como un jardín de hierbas aromáticas, como la salvia. No debe preocuparos lograr más cosas, sean vestidos o amigos. Dad la vuelta a los viejos; volved a ellos. Las cosas no cambian; cambiamos nosotros. Vended vuestras ropas y conservad vuestros pensamientos. Dios proveerá para que no os falte compañía. Si estuviera confinado en el rincón de una buhardilla el resto de mi vida, como una araña, el mundo seguiría siendo tan grande mientras tuviera mis pensamientos conmigo. Un filósofo decía: «A un ejército de tres divisiones podríamos quitarle al general y ponerlo en desbandada, pero ni siquiera al más abyecto y vulgar de los hombres le podríamos quitar su pensamiento». No busquéis con tanta ansia vuestro desarrollo ni someteros a demasiadas influencias que puedan obrar sobre vosotros; todo es disipación. La humildad, como la oscuridad, revela las luces celestiales. Las sombras de la pobreza y la mediocridad nos rodean «y, mirad, la creación se ensancha con nuestra mirada». A menudo nos recuerdan que, si nos dieran la riqueza de Creso, nuestros fines deberían seguir siendo los mismos y nuestros medios esencialmente los mismos. Aunque la pobreza restrinja vuestra esfera de acción y no podáis comprar libros ni periódicos, por ejemplo, quedaréis limitados a las experiencias más significativas y vitales; os veréis obligados a tratar con la materia prima que proporciona más azúcar y vigor. Cuando la vida está en los huesos es más dulce. Entonces ya no podéis ser frívolos. Nadie pierde en un nivel inferior por la magnanimidad en uno superior. La riqueza superflua sólo puede comprar cosas superfluas. No hace falta dinero para comprar lo que el alma necesita."

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