jueves, 27 de octubre de 2016

MANUAL PARA MUJERES DE LA LIMPIEZA (2015), DE LUCÍA BERLIN. ALCOHOL, SORDIDEZ Y VIDA.

El mundo de la literatura a veces guarda tesoros ocultos y absolutamente inesperados. Hasta hace unos meses, Lucía Berlin era una absoluta desconocida, salvo en algunos círculos muy restringidos.  Ahora, la edición de una amplia selección de sus cuentos, bajo el título de Manual para mujeres de la limpieza, empieza a hacer justicia con la dedicación literaria de esta mujer cuya vida azarosa fue el mejor material de sus relatos.

Como lector, los cuentos de Berlin me producen dos sensaciones ambivalentes: por un lado no puedo dejar de espantarme de lo sórdido de algunas situaciones que se describen con pelos y señales, pero por otro esta sensación se compensa por la certeza de estar ante una escritora irrepetible, una mujer que es capaz de exponer los errores y aciertos de la propia existencia a través de un lenguaje literariamente impecable y absolutamente accesible. Respecto a su temática, a su falta de pudor a la hora de describir miserias humanas, Berlin recuerda a Thomas Bernhard, aunque sus estilos y sus intenciones sean totalmente diferentes.

Berlin es capaz de establecer las comparaciones más improbables y salir airosa. Posee la capacidad de hacernos reir frente a una situación dramática y reflexionar ante lo que debería producir risa. Todo es consecuencia de la singular vida de la autora - vidas cabría mejor decir - en las que probó todos los ambientes, desde los más pijos a los más miserables, experimentó la desgracia de ser alcohólica, de no saber cuidar a sus hijos, pero también supo salir adelante ante dificultades que hubieran hundido a cualquiera, en gran parte debido a su capacidad de adaptarse a toda clase de oficios. Seguramente se trataba de una mujer tan fuerte y contradictoria cómo nos hace ver su literatura.

Su prologista, Lydia Davis lo expresa muy bien:

"La capacidad de una escritora para plasmar el mundo resulta más evidente aún cuando su mirada abarca lo cotidiano junto a lo extraordinario, la vulgaridad y la fealdad junto a la belleza."

Y añade:

"Berlin es implacable, no se anda con contemplaciones, y aun así la brutalidad de la vida siempre queda atenuada por su compasión ante la fragilidad humana, por la inteligencia y la agudeza de esa voz narrativa, y su fino sentido del humor."

Como ya he apuntado, la propia existencia es la materia prima de la gran mayoría de los relatos. A través de ellos - teniendo en cuenta que no nos encontramos ante cuentos autobiográficos, sino ante narraciones que se inspiran sus vivencias - podemos seguir la trayectoria vital de la autora, e intuir qué etapas fueron las más felices y cuáles las más difíciles. Desde luego, las más estremecedores son los dedicados a su alcoholismo, porque destilan una veracidad prácticamente imposible de lograr por quien no haya vivido una experiencia similar:

"A los pacientes les daban Antabus a partir del tercer día. Si bebes alcohol en un margen de setenta y dos horas después de haberlo tomado, te pones a morir. Convulsiones, dolores en el pecho, shock tóxico; incluso puede resultar letal. Los pacientes veían la película del Antabus cada mañana a las nueve y media, antes de la terapia de grupo. Más tarde, en la galería, los hombres calculaban cuándo podrían volver a beber de nuevo."

Al final, aunque sea de manera póstuma, Lucía Berlin ha logrado el reconocimiento casi unánime que se le escapó en vida. Quizá su mejor epitafio sean sus propias palabras, extraídas del relato Volver al hogar:

"La única razón por la que he vivido tanto tiempo es porque fui soltando lastre del pasado. Cierro la puerta a la pena al pesar al remordimiento. Si permito que entren, aunque sea por una rendija de autocompasión, zas, la puerta se abrirá de golpe y una tempestad de dolor me desgarrará el corazón y cegará mis ojos de vergüenza (...)"

sábado, 22 de octubre de 2016

TORO (2016), DE KIKE MAILLO. EL ANTIHÉROE CANSADO.

Tenía curiosidad por ver esta película, que tanto se anunció en el pasado festival de Málaga, precisamente porque no proliferan las producciones que enseñen nuestra ciudad, una urbe que puede ser tan cinematográfica como cualquier otra, pero que tiene ese acusado contraste entre zonas urbanas, algunas razonablemente adecentadas, otras directamente miserables y concebidas como barrios obreros allá por los años setenta y ochenta la mayoría, que pueden dar mucho juego a la hora de ambientar cualquier historia. En el caso de Toro, el guión se decanta por el cine negro: una historia de venganzas y pasiones encendidas. El planteamiento en principio parece interesante, sostenido por un diseño de producción sólido. Pero bien pronto el guión empieza a hacer aguas, a delirar y se decanta por lo decidamente ridículo, por lo que hace reir al espectador, cuando el director pretende que se estremezca.

Y ni siquiera el que pretende ser el gran punto fuerte de la producción, su ambientación, acaba funcionando. Hay una escena que parece que va a dar pie a un planteamiento interesante. Romano (un José Sacristán que realiza una interpretación muy gris), el capo de la mafia de Torremolinos - o algo así - es nombrado hermano mayor de una de esas cofradías de Semana Santa cuyos cargos pueden constituir una plataforma para establecer relaciones con las personas más influyentes - a nivel económico o político - de la sociedad malagueña. El momento evoca al comienzo de El Padrino III, pero Maillo, en vez de explorar las posibilidades de este contraste entre mafia y religión, utiliza el nombramiento únicamente desde un punto de vista estético: para justificar la decoración decididamente kitsch, repleta de cristos y vírgenes barrocos, del apartamento del jefe mafioso. Y no se conforma con eso, sino que también utiliza música inspirada en las marchas de Semana Santa para ambientar todavía más una vivienda absolutamente orientada a los gustos obsesivos de su morador. Nada más. No sabemos cómo compagina Romano tanto fervor con la dirección de un grupo criminal, ni con la facilidad con la que ordena matar a aquel que quiere retirarse del mismo, más allá de su afición por revivir las procesiones de su cofradía en pantalla gigante.

No sé cómo andarán los asuntos mafiosos en la Costa del Sol. Supongo que es una especie de santuario para ciertos criminales y los negocios turbios se llevarán con cierta discrección por ramificaciones de grupos rusos o sudamericanos. El caso de Romano es muy singular, puesto que en la película se nos muestra la pobreza de medios con los que parece poder erigirse en la piedra angular de la criminalidad de esta zona geográfica. No creo que anden tan mal las cosas entre los mafiosos de mi tierra para que a Romano le baste con una decena de tipos con armas tan improbables como palos, hachas y escopetas de cañones recortados de los años setenta - de las de un solo tiro -  para protegerse. El final pretende ser una especie de homenaje al de El precio del poder, pero todo resulta un poco más ridículo que sublime en la escena que se desarrolla en el interior de ese edificio de Torremolinos tan psicodélico. Mención aparte merece un mal endémico de muchas películas de nuestro cine: la dicción de sus actores. Estando presente Mario Casas como protagonista el espectador tiene garantizado que no se enterará del sentido de la mitad de las frases que pronuncie. Algunos de los diálogos con su pareja cinematográfica, Ingrid García Jonsson, parecen directamente hablados en otro idioma. En resumen, Toro es una película que tenía todos los ingredientes para convertirse en una sólida producción de cine negro, pero al final resulta un título fallido, debido a que mezcla que se realiza de aquellos resulta decidamente indigesta.

martes, 18 de octubre de 2016

EL MUNDO SUMERGIDO (1962), DE JAMES G. BALLARD. LA HUMEDAD DE LAS TINIEBLAS.

Las catástrofes ecológicas no tienen por qué ser siempre provocadas por la mano del hombre. Un evento cósmico, como una fuerte tormenta solar, podría alterar el frágil equilibrio que mantiene a nuestro planeta como un lugar habitable y acogedor para la raza humana. Precisamente esto es lo que nos explica Ballard que sucede en su novela-hipótesis: la atracción gravitatoria se vuelve más débil y las temperaturas empiezan a subir, provocando que los polos se derritan, dejando bajo el agua a buena parte de las poblaciones costeras, cambiando para siempre la geografía y dejando inhabitable buena parte del planeta. Gran parte de la población se ha desplazado a los polos, los únicos lugares donde todavía la temperatura es soportable, pero el futuro se presenta muy negro para nuestra especie. Los reptiles vuelven a ser la forma de vida dominante en la Tierra. 

El mundo sumergido nos presenta una expedición científica que se ha asentado durante un tiempo en un Londres devastado e irreconocible. La antigua capital británica ha sido devorada por enormes lagunas de las solo sobresalen sus edificios más altos. Lagartos, caimanes y toda clase de alimañas se mueven a sus anchas por lo que hasta hace unas décadas fue una de las urbes orgullo de nuestra civilización. Los hombres se mueven entre la indeferencia y la melancolía, sabiendo que, después de muchos siglos, van a ir cediendo puestos en la pirámide de la escala evolutiva. Kerans, el protagonista, ha empezado a tener unos extraños sueños en los que se siente parte de la nueva situación, como unas reminiscencias de nuestro pasado común reptiliano que hubieran quedado almacenadas durante generaciones en lo más profundo de nuestro cerebro:

"Kerans se sentía cada vez más como un náufrago abandonado en el mar del tiempo, enclaustrado en una masa de realidades disonantes de las que estaba separado por un abismo de millones de años."

Es indudable que la prosa de J.G. Ballard es exquista, sobre todo cuando dedica su talento a describir los paisajes apocalípticos que ha provocado la subida de las aguas. Resulta especialmente fascinante cómo el hombre acaba siendo descrito como una forma de vida similar a cualquier otra, sometida a las crueles leyes que exigen a toda criatura adaptarse a situaciones siempre cambiantes o perecer. Nuestra inteligencia parecía haber ganado definitivamente la partida a la evolución pero, como sabemos, cualquier alteración de los equilibrios que nos mantienen como el equipo ganador podría llegar a revertir nuestra ventajosa situación. Pero lo que falla en El mundo sumergido es precisamente la narrativa. Ballard no logra aquí hilvanar una historia medianamente interesante más allá del escenario donde ésta tiene lugar. Hasta su evocación de El corazón de las tinieblas resulta bastante fallida. En cualquier caso, la novela resulta una puerta de entrada perfectamente válida a la obra de uno de los escritores más influyentes del siglo pasado y es capaz de abrir el apetito hacia obras más maduras y de elaboración mucho más equilibrada, sin abandonar la obsesión del escritor británico por las posibles catástrofes que podrían asolar nuestro planeta.

viernes, 14 de octubre de 2016

LAS TRAMPAS DEL DESEO (2008), DE DAN ARIELY. CÓMO CONTROLAR LOS IMPULSOS IRRACIONALES QUE NOS LLEVAN AL ERROR.

Me interesa mucho leer acerca de cómo el capitalismo, usando técnicas de marketing y psicología social (economía conductual, se llama a esta nueva ciencia), hace que cada vez nos veamos a nosotros mismos menos como ciudadanos y más como consumidores. En cierto modo todos intuimos que nos manipulan, que saben cómo hacernos picar para que compremos mucho más de lo que necesitamos, mucho más de lo que podemos llegar a disfrutar. Y es que esa pequeña satisfacción que lleva aparejado el hecho de sacar la tarjeta de crédito es adictiva y los economistas conductuales lo saben. La norma que rige el mercado no es la de la racionalidad, sino la de la maximización de beneficios. Hay que hacer que el deseo de novedades, de probar nuevas experiencias, al final derive siempre en lo mismo. Los expertos en marketing son unos consumados especialistas en vendernos el mismo producto repetidas veces, bajo distintos envoltorios.

Dan Ariely ha pasado muchos años estudiando estos temas, realizando pequeños experimentos con sus alumnos para aprender de qué pie cojeamos cuando tomamos decisiones irracionales, de esas de las que luego acabamos arrepintiéndonos, una labor indudablemente útil cuando se difunde a través de un ensayo tan clarificador y entretenido como Las trampas del deseo:

"No es probable que nos traslademos a vivir a una ciudad distinta sin preguntarles a los amigos que viven allí qué les parece a ellos, o incluso que decidamos ir a ver una película sin leer primero alguna crítica. Siendo así, ¿no es extraño que invirtamos tan poco en aprender sobre las dos caras de nuestras emociones? ¿Por qué deberíamos reservar ese tema para las clases de psicología cuando el hecho de no entenderlo puede hacernos fracasar repetidamente en numerosos aspectos de nuestra vida? Debemos explorar las dos caras de nosotros mismos; necesitamos entender el estado frío y el estado caliente; hemos de ver en qué sentido la brecha que nos separa los estados frío y caliente nos beneficia, y en qué sentido nos lleva por el mal camino."

Los vendedores saben jugar con las fluctuaciones de precios, con las ofertas engañosas (esos tres por dos que al final acaban costando prácticamente lo mismo que cuando no hay oferta) y con nuestra tendencia a bajar las defensas ante la palabra gratis. Pero no solo se dedica Ariely a experimentar con nuestra afición al consumismo. Hay otras características muy humanas que, vistas fríamente, pueden resultar sorprendentes. Un ejemplo es el efecto placebo. Se ha probado científicamente que el hecho de tomar un medicamento prescrito bajo receta, aunque éste carezca de propiedades curativas, suele mejorar al instante el estado del paciente. Pero esta mejora es mucho más acusada cuanto más caro sea dicho medicamento. Y esta regla sirve también para otros ámbitos, como el de la comida. Cuanto más caro sea el menú que pedimos en el restaurante, mayor será nuestra tendencia a considerarlo delicioso, a pesar de que en muchas ocasiones nos den gato por liebre. 

Otro de los capítulos del libro, uno de los más interesantes, se dedica a analizar las pequeñas trampas y deshonestidades que cometemos cada vez que tenemos ocasión. Del análisis de Ariely se deriva que, cuanto más alejado esté el fraude del dinero físico (un delincuente de cuello blanco jamás se atrevería a quitarle el bolso a una señora, aunque supiera que no iban a pillarle), más fácil es para nuestra conciencia justificar nuestras acciones. En los experimentos realizados por el autor, cuando a los sujetos se les daba alguna advertencia ética o religiosa antes de empezar, la tendencia al fraude disminuía poderosamente. Curioso que en la mayoría de la gente sigan funcionando los más viejos métodos de control social. 

Desde luego, las conclusiones a las que llega Las trampas del deseo pueden servir para mejorar muchos aspectos de nuestra vida social, para disminuir la tendencia a alcanzar estatus (sea en el ámbito que sea) a base de consumir productos que en realidad no nos son demasiado útiles. Además, aplicando sus recetas, quizá disminuirían los niveles de corrupción en los ámbitos político, jurídico y empresarial. Pero, por otra parte ¿qué sería de nuestro sistema sin irracionalidad y sin corrupción?

miércoles, 12 de octubre de 2016

LISIS (S. IV A.C.), DE PLATÓN. LA FILOSOFÍA DE LA AMISTAD.

La amistad es uno de esos conceptos, como el amor, cuya auténtica naturaleza se nos puede escapar. Filósofos de todas las épocas han intentado establecer sus definiciones y describir el concepto, pero siempre queda una pequeña parte de irracionalidad, algo humano, demasiado humano, que no puede ser completamente teorizado. Podría decirse que de la amistad ambas partes sacan beneficios mutuos, pero en demasiadas ocasiones no es así. Se me ocurre ahora evocar la hermosa amistad que se reflejaba en El secreto de sus ojos entre el protagonista y el amigo alcohólico: el personaje que interpretaba Ricardo Darín siempre estaba allí para sacarle las castañas del fuego y ofrecerle consuelo, fuera cual fuera el comportamiento de aquel.

La forma en la que Platón aborda el tema de la amistad tiene que ver con su habitual técnica filosófica de alcanzar la verdad mediante el diálogo con diversos interlocutores. En primer lugar, está claro que la amistad, al igual que el amor, es cosa de dos. Si alguien se siente amigo de otro, pero ese otro no corresponde esos sentimientos, no podemos hablar más que de un deseo insatisfecho. Y es el concepto de deseo una de las claves del tema que estamos abordando. Aquí el deseo no tiene que ver con la belleza del cuerpo, sino con la del alma. El amigo nos va a ayudar a satisfacer una necesidad más o menos perentoria: de compañía, de conversación, de compartir gustos afines. Pueden surgir amistades inquebrantables de las situaciones más difíciles (una guerra, por ejemplo), pero después irse evaporando al cambiar la situación en la que aquella surgió. Las amistades más firmes son las que se sostienen con intereses mutuos, puesto que el deleite que proporciona cualquier conversación será mayor.

Así pues, es difícil hablar de amistades desinteresadas, puesto que, aunque sea inconscientemente, todos esperan sacar algo de esta experiencia. Es curioso que el diálogo platónico quede a medias, puesto que en ningún momento se logra una definición completa de este sentimiento. Lisis puede resultar en ocasiones un tanto enrevesado, pero esta característica no hace sino provocar mayor fascinación e interés en el lector, que asiste a un diálogo producido hace veinticinco siglos entre un hombre maduro y unos jóvenes que hacen filósofía planteándose mutuamente preguntas que a veces no cuentan con una respuesta clara y absoluta. El de amistad es uno de esos conceptos que difícilmente pueden ser descritos. Más bien tienen que ser vividos, por lo que conviene que cada uno de nosotros establezca sus propios diálogos con las personas más cercanas al respecto.

martes, 11 de octubre de 2016

UN MONSTRUO VIENE A VERME (2016), DE JUAN ANTONIO BAYONA. LA MUERTE Y SUS METÁFORAS.

Todos sabemos que vamos a morir, menos los animales y los niños. La relación de un niño con la muerte es episódica, pero cuando sucede, la extrañeza ante el fenómeno puede ser absoluta. No es un hecho concebible. Ni siquiera cuando somos adultos la aceptamos al cien por cien, puesto que apenas podemos soportar la idea de que es el futuro cierto que nos espera a todos. El fallecimiento de un ser querido es un momento especialmente difícil, para el que jamás podemos estar preparados. La muerte es un monstruo que devora la existencia, que establece un límite a un ser irrepetible, una idea tan real como aparentemente absurda. Por eso nos cuesta tanto acostumbrarnos a la ausencia de alguien, porque hemos trasladado nuestra idea de la propia inmortalidad al ser querido. Para un niño - yo he tenido la inmensa suerte de no tener que vivir la experiencia a esas edades - la pérdida de alguien tan cercano como la madre constituye un inmenso trauma. Y si el niño es ya casi un adolescente, que empieza a comprender la dimensión de lo que está sucediendo, el trago puede ser incluso más difícil de superar. La crueldad de la existencia en todo su esplendor, sobre todo si la muerte sobreviene a través de una enfermedad terminal. Susan Sontag lo expresa muy bien en su ensayo La enfermedad y sus metáforas:

"La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara. A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar. (...) es casi imposible residir en el reino de los enfermos sin dejarse influenciar por las siniestras metáforas con que han pintado su paisaje."

Un monstruo viene a verme se ocupa de estos temas a través de una metáfora tan efectiva como excesiva. La idea de la que parte es excelente: el niño sufriente que quiere evadir la realidad a través de un personaje monstruoso creado por su imaginación, que le cuenta historias en buena medida también metafóricas, con el objetivo de que el joven Conor acabe contando la suya propia. Lo malo de la propuesta de Bayona no es lo que cuenta, sino cómo se cuenta. Con una puesta en escena impecable y una integración perfecta de los efectos especiales al servicio de la narración, la película se pierde en lo reiterativo, en unas escenas que son espejos unas de otras, provocando cierto hastio en el espectador. Pero lo peor no esto, sino que el director abunda en un defecto ya detectado en su anterior obra, la exitosa Lo imposible: su vocación lacrimógena. Bayona hace precisamente lo imposible para que el espectador sienta pena por el niño, apelando de manera brutal a sus sentimientos. Primeros planos del rostro de Conor, del sufrimiento de una madre sometida al cruel proceso de una enfermedad terminal y de la pena que transmiten ambos a los que le rodean. Y para más inri, resulta que el protagonista es un niño que sufre acoso escolar (situación que, por cierto, se resuelve de una manera bastante ridícula).

Así pues, Un monstruo viene a verme se nos presenta como una gran producción comercial que apela constantemente de manera bastante forzada (casi manipuladora) a quienes ven la película, controlando sus reacciones y poniendo toda la carne en el asador para que se identifiquen con la tragedia de Conor. Y tengo que decir que, cuando terminó la proyección, fui testigo de que dicho objetivo se había conseguido de una manera casi unánime. Si a la mayoría del público le gusta esta simplicidad emocional, auguro un gran futuro a Juan Antonio Bayona, un director con un gran potencial que debe empezar a explorar caminos más complejos si quiere parecerse a su gran ídolo Steven Spielberg.

sábado, 8 de octubre de 2016

LA GUERRA DE LOS IVANES (2005), DE CATHERINE MERRIDALE. VÍCTIMAS DE DOS TIRANÍAS.

Hasta hace algunos años, cuando los historiadores debían abordar un tema tan complejo como la Segunda Guerra Mundial, se solían centrar en las grandes batallas, en las estrategias de los líderes militares, en sus errores y sus aciertos, así como en la planificación general y economía de guerra, en los destrozos causados por los bombardeos y en las innovaciones militares, pero el padecimiento de soldados y civiles se trataba como de pasada, reduciendolo a meras cifras. Si echamos un vistazo a dichas cifras en el caso de la antigua Unión Soviética, no podemos sino estremecernos ante el precio que el país debió pagar para hacer frente a la invasión nazi. Los historiadores discrepan, pero el número de muertos debió estar entre los treinta millones, un tercio de éstos militares. Un número tan frío no debería ocultarnos las implicaciones que supone, el inmenso sufrimiento que implica. Además, detrás de tantos muertos hay un número mayor de heridos, de traumas psicológicos y pérdidas familiares y materiales: Si la URSS consiguió desalojar a los alemanes de su territorio fue a base de una estrategia casi suicida: exponiendo a sus soldados a que murieran a millares en cada operación y practicando la táctica de tierra quemada para no dejar nada aprovechable al invasor.

El objetivo del libro de Catherine Merridale es acercar al lector a la experiencia de los soldados que tuvieron que librar algunas de las batallas más brutales de la historia. Merridale utiliza una técnica cercana a la de la premio Nobel bielorrusa Svetlana Aleksiévich - a la que nombra en más de una ocasión - , procurando acercarse y entrevistar a los últimos supervivientes de aquellos hechos históricos, aunque después, a diferencia de Aleksiévich, sea su propia voz la que narre y ordene los acontecimientos. Los recuerdos de los antiguos soldados suelen ser estremecedores, pues están repletos de hechos indescriptibles, de tanques en llamas embistiéndose entre sí, de bombardeos tan devastadores que se sentían como el peor de los terremotos, de ciudades ardiendo y de montañas de cadáveres calcinados. Pero también están las evocaciones de la camaradería de aquellos días, de los amigos perdidos y, ya al final, del orgullo de haber protagonizado la victoria más costosa de todos los tiempos. En cualquier caso debe ser un esfuerzo conversar con estos ancianos, bucear en unos recuerdos en gran parte traumáticos, auténticas evocaciones de estancias en el peor de los infiernos:

"Nada aislaría más a los soldados que la experiencia común de la batalla. Incluso los hombres que trataron de hablar, de contárselo a sus esposas y amigos, se encontraron con que eran incapaces de llenar el abismo que separaba a quienes habían presenciado los combates de todo el resto. (...) Cuando una persona se sienta a escribir tras haber sobrevivido a una carnicería (...) su objetivo no es rememorar el infierno, sino escapar de él."

Los soldados rusos que tuvieron peor suerte fueron los que tuvieron que afrontar los primeros meses de la invasión nazi. El Ejército Rojo no se hallaba preparado para un ataque de tal envergadura, por lo que las bajas se contaban por cientos de miles en cada uno de los intentos defensivos que se opusieron a la fuerza irresistible de las divisiones blindadas alemanas. Hasta Stalingrado los días fueron amargos y el futuro se atisbaba muy negro. La línea oficial del Partido hablaba de victoria, pero la realidad probaba que ésta, si llegaba a producirse, estaba muy lejana. Los soldados seguían luchando y muriendo y, para asegurarse de ello, el Estado montaba líneas detrás de las propias tropas para disparar a quien se atreviera a dar un paso atrás. Los combatientes soviéticos no solo debían preocuparse por conservar su propia vida en un entorno ciertamente hostil, sino también, en muchísimos casos, por adivinar la suerte que habían corrido sus familiares, habitantes de alguna de las miles de ciudades y pueblos devastados por la guerra. Para los que caían prisioneros, el destino estaba sellado: morirían de inanición sometidos a trabajos forzados en los campos nazis. Para los pocos que sobrevivieron a dicha experiencia, el destino no serían mucho mejor: el Estado Soviético los consideraría traidores. 

Porque la guerra contra los nazis no solo era una guerra patriótica para liberar el propio territorio, sino también una batalla ideológica para probar la superioridad del Estado comunista, por lo que el soldado estaba constantemente aleccionado por los discursos de sus comisarios políticos y  vigilado por unidades de la policía secreta de Stalin, que combatía cualquier desviación en las propias tropas con un celo inquisitorial. La austeridad, el sufrimiento y las constantes privaciones fueron el pan cotidiano de los soldados soviéticos. Cuando éstos llegaron a Occidente, a Hungría, a Polonia y sobre todo a Prusia, pudieron comprobar que el nivel de vida era mucho más alto que en su propio país, quedando fascinados por el bienestar material imperante. Para Stalin, este era el momento más peligroso, por lo que puso énfasis en la idea de venganza: proclamó que todo aquello era fruto del saqueo de los demás países de Europa y que el soldado soviético tenía derecho a tomar lo que quisiera, incluidas la mujeres alemanas. Aquello fue tomado al pie de la letra. Aunque en principio fueron silenciadas, el testimonio de los cientos de miles de violaciones acaecidas aquellos días se fueron recuperando poco a poco. Algunos combatientes rusos se sentían muy perturbados por todo aquello. Como escribió un oficial llamado Leonid Rábichev:

"(...) mujeres, madres e hijas, yacen a derecha e izquierda a lo largo de la ruta, y delante de cada una de ellas se halla un ruidoso ejército de hombres con los pantalones bajados. (...) A las mujeres que sangran o pierden el conocimiento se las aparta a un lado, y nuestros hombres disparan a las que tratan de salvar a sus hijas. Mientras tanto, había allí cerca un grupo de oficiales sonrientes, uno de los cuales estaba dirigiéndolo, o, mejor dicho, regulándolo todo, con el fin de asegurarse de que todos los soldados sin excepción tomaran parte."

La embriaguez de la victoria duró algunos meses. Poco a poco la situación se fue normalizando y algo parecido a leyes empezó a imperar en los territorios conquistados por los soviéticos. Para el soldado de a pie, el máximo anhelo era iniciar una vida mejor. Muchos creían que el inmenso precio pagado por la derrota nazi debía tener alguna compensación, que por fin el Estado se ocuparía de la felicidad presente, y no futura, del individuo:

""Cuando acabe la guerra - había señalado un escritor soviético en 1944 -, la vida en Rusia será muy placentera". Su esperanza - como la de millones de personas más - era que las nuevas relaciones de amistad con Estados Unidos y Gran Bretaña darían un fruto duradero, que el prestigio de la Unión Soviética en el mundo abriría puertas que llevaban cerradas desde 1917. "Habrá mucho ir y venir - proseguía - , con un montón de contactos con Occidente. Se permitirá a todo el mundo leer lo que quiera. Habrá intercambios de estudiantes y será más fácil viajar al extranjero."

Pero la realidad que se encontrarían los soldados en su vuelta a casa sería mucho más prosaica. Después de un recibimiento triunfante en la estación, los hombres descubrían a sus familias viviendo en refugios inmundos, a la población pasando hambre y todo tipo de necesidades. Alrededor de las ciudades, los campos se hallaban devastados por las batallas recientes. Las cosechas no habían podido llevarse a cabo y los caminos se encontraban sembrados de minas. La reconstrucción sería otra gran guerra a afrontar en los próximos años. Pero mientras tanto, adaptarse a la vida civil no era fácil. Los traumas seguían ahí y el reconocimiento oficial del Estado a sus veteranos fue muy tibio, cuando no directamente represivo, como en el caso de muchos mutilados, que recibieron una muy deficiente atención médica. Muchos de ellos acabaron su vida como mendigos, a falta de cualquier ayuda por parte de un Estado por el que habían sacrificado su entera existencia. Una vez asentado de nuevo en el poder, Stalin se dedicó a lo que mejor sabía hacer: a reivindicar la victora de un modo absolutamente personal y a iniciar nuevas purgas contra cualquiera que pudiera hacerle sombra. Para el ciudadano soviético la vuelta a la existencia cotidiana significó la vuelta a las colas para conseguir un poco de comida y enfrentarse a una interminable burocracia para conseguir una vivienda habitable para su familia:

"(...) la auténtica tragedia, la perfidia de los últimos años de Stalin, fue el robo que obligó a unos ciudadanos decentes a consentir la tiranía por culpa del miedo: el robo de casi todos los grandes ideales por cuya salvación habían luchado."

Los veteranos que rememoran aquella época, recuerdan el esfuerzo colectivo de la victoria, pero muchos de ellos no pueden evitar estar resentido por los escasos frutos que derivaron de la misma para el pueblo. Los antiguos aliados pasaron bien pronto a considerarse los nuevos enemigos y el país se impregnó otra vez de retórica bélica: era el comienzo de la Guerra Fría, la auténtica vencedora de la Segunda Guerra Mundial.

martes, 4 de octubre de 2016

CLUBES DE LECTURA EN MÁLAGA EN OCTUBRE. EL PRECIO DE LOS LIBROS.

El otro día, dando una vuelta por la Feria del Libro de Ocasión de Málaga, me dio por reflexionar acerca del precio de los libros. El debate en los últimos años ha estado centrado en la idea de que si liberalizarlos sería bueno o no, siendo generalmente la respuesta negativa, pues en ese caso las grandes cadenas de librerías terminarían de merendarse a sus hermanas pequeñas. Entonces ¿qué hacer? A nadie se le escapa que los libros están demasiado caros. Cualquier novedad del género ensayístico, el que más suele interesarme cuando entro en una librería, está en torno a los treinta euros. En ocasiones el precio resulta prohibitivo, pero los aficionados a este tipo de libros tenemos el lastre de que nada nos garantiza que podamos disfrutar de una edición en bolsillo en unos meses, como sí sucede en países como Estados Unidos. Con este panorama, eventos como la Feria del Libro de Ocasión son un oasis de precios razonables cuya base son restos de edición que en nada desmerecen al fondo que podemos encontrar en una librería tradicional. Mi propuesta sería dejar los precios como hasta ahora los primeros meses, pero luego tener un margen para bajarlos, al menos en los volúmenes que no entren en la categoría de best sellers. Quizá las editoriales venderían más si repensaran su política de precios. Es curioso que un producto de primer orden cultural como una película de Orson Welles esté a distintos precios en diferentes tiendas y grandes almacenes, pero que un libro como Cincuenta sombras de Grey mantenga su precio único para proteger esa misma cultura. ¿Cuál sería la mejor solución a todo esto?
Como de costumbre, tienen lugares y horarios de los clubes de lectura malagueños en la columna de la derecha.

sábado, 1 de octubre de 2016

EL RENACIDO (2015), DE ALEJANDRO GONZÁLEZ IÑÁRRITU. LA FRIALDAD DE LA NATURALEZA.

En las primeras décadas del siglo XIX los actuales Estados Unidos constituían una enorme extensión de tierras salvajes en la que un puñado de europeos se iban adentrando poco a poco, con el fin de conquistarlas y, sobre todo, explotarlas económicamente. Ni que decir tiene que estos pioneros se encontraban expuestos a todo tipo de peligros y que el porcentaje de mortandad por hechos violentos entre ellos era enorme. En esta época la base de la economía de estos territorios no era el oro - lo sería posteriormente - sino el comercio de pieles. Los hombres que querían enriquecerse se arriesgaban en territorio hostil para reunir grandes cantidades de las mismas. Quizá éstos fueron también pioneros en la explotación desmedida de la naturaleza en los años de expansión de la Revolución Industrial, aunque no fueran conscientes de este hecho, pues bastante tenían con intentar conservar intacta su piel día tras día. Como dice el director en una entrevista concedida a la revista Dirigido:

"En este periodo que marcó el inicio del capitalismo no vemos seres humanos, vemos simplemente naturaleza. Peros los seres humanos toman, quitan, cortan y se comen lo que encuentran. Toman las cosas para ganar dinero sin ver cuáles van a ser las consecuencias de lo que están haciendo."

El renacido comienza con una escena verdaderamente espectacular, el ataque de unos indios a un grupo de cazadores de pieles, que son sorprendidos y diezmados y deben huir dejando atrás la mayor parte de su valiosa carga. Pronto descubrimos que los atacantes también tienen intereses económicos, pues venden las pieles a un grupo de franceses, que aparecen como los seres más ruines de la creación. La supuesta pureza en la que vivían los nativos americanos ha quedado hecha añicos hace tiempo, pues después de haber conocido la forma de vida de los visitantes europeos, ellos no carecen de ambiones en este sentido y han aceptado las reglas del capitalismo más salvaje de forma natural. 

Pero El renacido no contiene solo una reflexión acerca de la relación del hombre con la naturaleza el abuso de éste sobre aquella, sino también sobre la capacidad de supervivencia de un hombre al que le guían sus pasiones, desatadas por un deseo obsesivo de venganza. No podemos hablar de esta película sin referirnos a la escena del ataque del oso, una de las más estremecedoras y realistas de la historia del cine, concebida para que el espectador se sienta  partícipe de la misma y casi sienta el dolor y la angustia del protagonista. La madre naturaleza no aparece aquí como un ente amable, sino con un mecanismo frío e indiferente dominado por las leyes que Darwin iba a estudiar varias décadas después. El ataque del animal no se percibe como algo personal, sino como una reacción institiva de defensa que se viene produciendo en el medio natural desde hace millones de años, exterminando así de manera sistemática a los seres débiles que no son capaces de adaptarse al medio.

Pronto veremos que, a pesar de todo, Hugh Glass es un superviviente, alguien a quien mantiene vivo su deseo de venganza y que es capaz de enfrentarse a sus terribles heridas, a la belleza y a la crueldad de la naturaleza en pos de consumarla. Una de las grandes virtudes de El renacido es el equilibrio que existe entre la pura narración cinematográfica y la descripción del espectacular paisaje norteño, que actúa como un personaje más en la película, acentuada por la espectacular fotografía de Emmanuel Lubezki. La obra de González Iñárritu, que con este título se consolida como uno de los grandes directores de nuestro tiempo, es una auténtica joya, una especie de inmenso lienzo en el que el hombre, a pesar de su inmeso espíritu, de su inmensa inventiva y sus grandes dosis de crueldad, queda reducido a la mínima expresión cuando se confronta con los infinitos espacios dominados por la naturaleza.