sábado, 26 de noviembre de 2016

REBELDE SIN CAUSA (1955), DE NICHOLAS RAY. UN ICONO ATEMPORAL.

Existen ciertas películas que emiten una aureola mítica, que dejan en el espectador un regusto a clásico tan evidente que es como si estas obras hubieran sido realizadas por una necesidad que trascendiera el mero arte cinematográfico. Es indudable que Rebelde sin causa está en el imaginario colectivo, aunque solo sea por esas imágenes de James Dean, uno de los cadáveres jóvenes más ilustres de la historia, que decoran bares, peluquerías y todo tipo de establecimientos. A pesar de haberla visto casi una decena de veces, la escena de la carrera frente al acantilado - toda una metáfora de la condición del antihéroe protagonista - sigue teniendo la misma fuerza y emoción que la primera vez que pude contemplarla. Pero sería interesante realizar un pequeño análisis de la obra desde un punto de vista más objetivo, observando que hay detrás de todo este misticismo llevado con mano maestra por el gran Nicholas Ray.

Porque si miramos con atención en el interior de Jim Stark, puede que nos encontremos con el más profundo vacío. A pesar de lo que dice el título, la rebeldía del joven sí que tiene causa, al menos una evidente: se averguenza del carácter de su padre, al que considera débil y poco viril. Esa falta de modelo paterno al que seguir le lleva a buscar eternamente conflictos con los que llamar la atención. Su familia ha de mudarse continuamente de ciudad en ciudad, evitando los escándalos de Jimmy, pero jamás ataca la raíz del problema. Mientras tanto, el joven no es capaz de hilvanar una frase coherente, de establecer relaciones sólidas con sus iguales: su vida se limita al continuo postureo al que le invita su físico privilegiado. En una sola jornada Jimmy es capaz de emborrarcharse, pasar de todo, interesarse por una chica, olvidarla, aceptar retos de honor y arrepentirse luego, huir y estar implicado en una rocambolesca historia de venganzas juveniles con muertos incluidos.

Rebelde sin causa refleja muy bien una época todavía inocente en la que la noticia de cualquier desaire protagonizado por un joven podía causar conmoción, aunque en realidad el personaje más interesante de la historia es Platón (con una increible interpretación de Sal Mineo), un muchacho solitario que ve en Jimmy a ese amigo íntimo que lleva buscando toda la vida, aunque éste se muestre bastante indiferente a sus atenciones. Pronto descubriremos que Platón padece problemas psiquiátricos graves y que tiene un concepto un poco exclusivo de la amistad, por lo que la presencia de la chica no le causa demasiada simpatía. Un tipo complejo e inquietante que es al fin y al cabo quien acaba dándole auténtico interés a un guión que sin él se hubiera quedado en una convencional historia de conflictos juveniles. En fin, la película se parece un poco a la vida de James Dean: todo sucede tan deprisa que no da tiempo a conocer la verdadera identidad del protagonista. Pero qué gran película... Me dan ganas de ponerla otra vez.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

RELATO SOÑADO (1925), DE ARTHUR SCHNITZLER Y EYES WIDE SHUT (1999), DE STANLEY KUBRICK. DESEOS BAJO LA MÁSCARA.

A la literatura de Arthur Schnitzler se la ha relacionado siempre con Sigmund Freud. No en vano, ambos vivieron en Viena en la misma época. Casi se podría decir que Schnitzler fue el gran literato del psicoanálisis, cuya temática deriva en Relato soñado en los deseos sexuales ocultos. En la novela se nos presenta a un matrimonio ejemplar, perteneciente a la alta burguesía. Los dos son jóvenes, guapos y adinerados, pero esa presunta posesión de todo lo deseable en la existencia no hace más que derivar en la canalización de nuevos deseos, que en la vida cotidiana de ambos se considerarían escabrosos y enfermizos. La conversación entre ambos, cuando empiezan a confesarse algunos episodios ocultos (bastante inocentes, por otra parte) de su biografía, no deja lugar a dudas: la perfección de su comportamiento cotidiano frente a los ojos de los demás no es más que una fina capa que oculta a seres de dos caras:

"Porque, por muy completamente que se pertenecieran el uno al otro en sentimientos y sentidos, sabían que el día anterior no había sido la primera vez que un soplo de aventura, libertad y peligro los había rozado; temerosa y atormentadamente, con sucia curiosidad, trataban de extraerse mutuamente confesiones y, acercándose más tímidamente, cada uno buscaba algún hecho, por indiferente que fuera, alguna experiencia, aunque fuera insignificante, que pudiera ser expresión de lo inefable y cuya confesión sincera pudiera librarlo quizá de una tensión y una desconfianza que, paulatinamente, comenzaban a hacerse insoportables."

Casi se podría hablar de vida hipócrita, cuando advertimos que el doctor Fridolin solo se siente verdaderamente liberado cuando se coloca la máscara para asistir a una extraña ceremonia de carácter sexual a la que no ha sido invitado. No importa que en determinado momento sea evidente que su vida podría correr peligro si es descubierto: una malsana curiosidad recorre el interior del protagonista, para que el placer de mirar, de descubrir que lo prohibido se oculta detrás de los muros de una lujosa mansión, está momentáneamente por encima de su plácida vida junto a su familia perfecta. Es lo que muchos llamarían perdición, pero que el siente como una verdadera revelación. Pronto sus pensamientos derivan en la posibilidad de consolidar esos deseos, de llevarlos a cabo sin remordimientos, de pasar de la mera curiosidad a los hechos:

"(...) llevar una especie de doble vida, ser el médico competente, digno de confianza y de prometedor futuro, el buen esposo y padre de familia… y al mismo tiempo un libertino, un seductor, un cínico que jugara con la gente, con hombres y mujeres, siguiendo su capricho… eso le pareció en aquel instante algo absolutamente delicioso."

La metáfora de la máscara es bastante evidente, pero no por eso deja de ser efectiva, sobre todo cuando está filmada por un genio como Stanley Kubrick, que realizó con su testamento cinematográfico una de las obras más fascinantes de su carrera. Eyes wide shut es una de esas películas milimétricamente planificadas, que ganan con cada nuevo visionado. Uno puede centrarse en los movimientos de cámara, en la posición de la misma o en la increíble fotografía y utilización de los colores. Todo está expresando algo, aunque sea a nivel subconsciente. Hasta Tom Cruise realiza una interpretación memorable, sin excesos. Aquí Viena es cambiada por la nueva metrópolis mundial, Nueva York y Kubrick aprovecha para ofrecer un magnífico retrato nocturno de la ciudad, que sigue ofreciendo miles de posibilidades al viandante cuando se supone que es hora de dormir, incluyendo una ceremonia prohibida - los burgueses adoptan su ¿verdadera? personalidad y dan rienda suelta a todas sus fantasías sexuales, castigando severamente a quien rompe las estrictas reglas de juego. Según parece, el director neoyorkino se inspiró en la Iglesia de Satán, una secta que tenía como normativa "la autosatisfacción de los sentidos, la vida eterna en el infierno, lugar de placer absoluto, aniquilación de los débiles y enfermos y victoria de los sanos y fuertes".

Claro que tanto placer desatado puede derivar en que se produzcan víctimas colaterales. O quizá todo tenga una explicación, es posible que lo observado tenga más de juego que de realidad. Ni Fridolin ni el lector-espectador vamos a saberlo con certeza. Pero sí estaremos seguros de que este viaje nocturno parecido a un sueño va a cambiar su visión del mundo, su idea burguesa del orden, tarea en la que su mujer quizá le siga con entusiasmo. Todos sabemos que lo prohibido suele ser lo más tentador, pero el arte cuenta con recursos para expresar esa afirmación de manera sublime. 

sábado, 12 de noviembre de 2016

PRESIDENTE TRUMP Y EL MUNDO DEL MAÑANA.

El miércoles me levanté temprano, como todos los días. Cuando estaba a punto de entrar en la ducha, lo recordé. Ya debía haberse verificado la elección de Hillary Clinton como nueva presidenta de los Estados Unidos. Cuando abrí la página de El País en el móvil, no podía creer lo que estaban contemplando mis ojos. Aquello parecía una broma de mal gusto, como si un virus informático se hubiera hecho con el control del aparato. Trump estaba ganando y se encontraba a pocos votos de proclamarse definitivamente vencedor. Aquello era como lo del Brexit, como lo de Colombia. No. Era aún peor. Esto podía traer enormes consecuencias durareras para el mundo, para el medio ambiente y para la paz. De pronto me había despertado en un mundo distópico, en una realidad paralela en la que lo improbable se hacía cotidiano, en la que los cisnes negros de Nicholas Taleb se habían hecho con el control de los cielos.

Después de la fase de negación, llega la de reflexión. A pesar de aparentar ser todo una conspiración orquestada desde quien sabe qué lugar sombrío, la realidad es que a este hombre lo han votado millones y millones de personas. A este hombre de aspecto repulsivo, que se regodea de su machismo y de su racismo, que insulta y difama a sus rivales y cuya principal característica es un narcisismo enfermizo. Después de una campaña desastrosa y errática, repleta de exabruptos, que parecía concebida para asegurar la victoria de su rival, resulta que la mitad de la población estadounidense, la que se supone la nación más avanzada de la Tierra, confía su destino a un tipo así. Como para replantearse la idea de democracia.

Todo esto nos lleva a pensar que buena parte de la sociedad norteamericana está enferma. Se suponía que el país había salido ya de la crisis, con de ocupación que rozan el pleno empleo. Se suponía que la presidencia de Obama había dejado mucho más de positivo que de negativo. Pero bajo esta capa de optimismo, se fermentaban los demonios de un populismo de corte fascista que pretende reivindicar una idea de Estados Unidos que parecía ya superada: un país en el que sea indudable la supremacía blanca, en el que no tengan cabida otras opiniones o tendencias culturales, en el que el derecho a poseer armas esté por encima de la seguridad colectiva y en el que se desprecie al inmigrante como a un parásito que viene a comerse la riqueza de la nación. La primera reacción es pensar que el caldo de cultivo de todo esto es el fanatismo y la ignorancia de quienes carecen de una mínima base educativa, pero cuando uno contempla las cifras de votantes, es indudable que no todos los votantes de Trump son iletrados. Es posible que muchos de ellos - como sucede con los que votaron a favor del Brexit en Reino Unido - se den cuenta más pronto que tarde de que han estado tirando, no piedras, sino rocas, contra su propio tejado. Pero también lo es que el nivel de frustración de buena parte de la población superaba todo lo imaginable. Si no no es posible explicarse que hayan sido capaces de transformar a este personaje turbio en una especie de mesías.

Y mientras tanto sigo viendo imágenes de Trump en los telediarios y sigo sin podérmelo creer. Es que tampoco se trata de un patriota, lo que sería comprensible. Es un tipo que ha insultado a los veteranos de guerra, a los inválidos, a las mujeres y a los inmigrantes, un magnate cuyas únicas patrias son su dinero y su ego inmenso y que quiere poner patas arriba todo lo bueno construido con décadas de esfuerzo en pos de la paz, la igualdad y la preservación del medio ambiente, tanto a nivel internacional como doméstico. Pronto empezaremos a ver las consecuencias. Los informativos van a ser muy entretenidos a partir del año que viene y empezaremos a vivir en un mundo de ficción que ni siquiera se atrevieron a vislumbrar series como House of cards o Black Mirror. Esperemos que al menos el mundo siga siendo un poco más habitable que el que nos presenta The walking dead, aunque con un personaje como este en la Casa Blanca nunca se sabe...

viernes, 11 de noviembre de 2016

EL CEBO (1958), DE LADISLAO VAJDA. RETRATO DE UNA OBSESIÓN.

Resulta sorprendente y altamente gratificante encontrar una película tan heterodoxa en el monolítico panorama del cine español de los años cincuenta, por mucho que se trate de una coproducción con Alemania (la del Oeste) y Suiza. El cebo crea desde sus primeros minutos un ambiente inquientante y malsano: nos encontramos en un país tranquilo, civilizado, pero en un páramo aparece el cadáver de una niña. Hay un demonio que habita entre los hombres con apariencia de ser humano. Lo mejor es encontrar un culpable cuanto antes posible y, si es posible, lincharlo para que conozca la justicia del pueblo. El linchamiento es evitado, pero eso no mejora la situación de un acusado que es presionado por la policía hasta el paroxismo para que se declare responsable del crimen. Está claro que el hombre no es trigo limpio, pero el espectador sabe que el verdadero asesino sigue suelto. Se trata de un psicópata que se toma su tiempo entre crimen y crimen, como si los ejecutara para reafirmar su ahogada personalidad frente al maltrato al que es sometido sistemáticamente por su esposa. Ni que decir tiene que el personaje produce fascinación, no por sus repulsivas acciones, sino porque es interpretado por Gert Fröbe, el inolvidable Auric Goldfinger de la segunda mejor película de la saga Bond.

Puede decirse que en muchos sentidos, El cebo es una película adelantada a su tiempo, pues no reniega en ningún momento de su naturaleza escabrosa y se dedica exponer algo muy obvio para cualquier aficionado a la lectura, a la historia o al cine: que bajo la aparente paz de una comunidad idílica pueden esconderse monstruos (David Lynch será muy aficionado posteriormente a dejarnos este mensaje). Las palabras de Fernando Savater resumen muy bien las sensaciones que deja la obra de Vajda:

"(...) habla de lo más brutal, pero expresa lo más tierno., conserva siempre la serenidad del relato, pero suscita un terrible desasosiego, prescinde de efectismos, pero nunca deja de ser efectiva, nos asoma al peor de los abismos, nos reafirma sin aspavientos en la solidez del amor humano; en una palabra: cuenta la verdad del horror sin hacernos perder la fe siempre amenazada en lo que merece la pena en la vida."

Mención aparte merece la actitud del inspector de policía, interpretado por Heinz Rühmann, un hombre tremendamente obsesivo que es capaz de, primero, renunciar a un tranquilo destino en un país de Oriente Medio y después poner en peligro la vida de una niña con tal de calmar la inmensa sed de justicia que le corroe por dentro. En cierto sentido, también el inspector Matthäi es un poco psicópata, un hombre que no mide bien los riesgos con tal de conseguir un resultado, por mucho que la visión general de él que se le ofrece al espectador es la de un hombre íntegro que es capaz de dedicar meses y meses de su vida a la búsqueda de la verdad, hasta el punto de da un giro de ciento ochenta grados a su vida en pos de este objetivo. Lo cierto es que El cebo, esa joya todavía poco conocida del cine español, es una de esas películas que merece más de una revisión.

martes, 8 de noviembre de 2016

SAPIENS. DE ANIMALES A DIOSES (2014), DE YUVAL NOAH HARARI. BREVE HISTORIA DE LA HUMANIDAD.

Hace setenta mil años, el Homo Sapiens, un animal que hasta entonces había seguido una rutina de supervivencia y reproducción muy parecida a la del resto de las especies, empezó a distinguirse del resto de animales. Parece ser que de alguna manera su cerebro se desarrolló de una manera especial a través de mutaciones genéticas accidentales y empezó a desarrollar un instrumento de cooperación extraordinario: el lenguaje. El hecho de ser capaz de comunicarse con otros seres de su especie y poder hacerlo mediante ideas complejas, le otorgó una ventaja decisiva, que sería la base de su futuro dominio de todo el planeta. Así, el hombre se convirtió ante todo en un animal social, en un ser que apenas era capaz de sobrevivir si se quedaba a solas, pero que junto al resto de compañeros de su tribu era capaz de hazañas asombrosas:

"La cooperación social es nuestra clave la supervivencia y la reproducción. No basta con que algunos hombres y mujeres sepan el paradero de los leones y los bisontes. Para ellos es mucho más importante saber quién de su tropilla odia a quién, quién duerme con quién, quién es honesto y quién es un tramposo."

Pero la clave de que esta cooperación se hiciera durarera y admitiera a extraños en su seno fue la capacidad de imaginar mitos, explicaciones del mundo que produjeran una sensación inédita respecto al resto de animales: otorgar sentido a la existencia y saber cual es el lugar que ocupa uno mismo en el grupo, estableciendo jerarquías que podían estar fundamentadas en la existencia de seres sobrenaturales o en reglas que solo tenían explicación en ese ámbito. Esta facultad de crear realidades de la nada es la que ha fundamentado el avance de la humanidad. Por ejemplo, otorgar valor a un trozo de papel que en realidad no sirve para nada, es la base de que se haya llegado al consenso de que el dinero tiene valor y es un medio de intercambio universal. Todas los Estados, instituciones y organizaciones humanas funcionan mediante esa lógica ficticia: existen porque todos creemos en su existencia. Si un buen día dejáramos de creer en el dinero o en las instituciones bancarias, la economía se desmoronaría. Estas entidades imaginadas se han ido haciendo cada vez más poderosas en nuestra vida cotidiana, hasta el punto de que no nos planteamos cual es su verdadero fundamento. 

A pesar de vivir en una sociedad sofisticada, de habitar entornos adaptados artificialmente a nuestro confort, la evolución del ser humano ha sido tan meteórica (y lo sigue siendo, cada vez más), que parte de nuestro subconsciente sigue siendo el de los cazadores recolectores que son nuestros antepasados. Nuestro gusto por el azúcar, hasta el punto de atiborrarnos compulsivamente de este producto tan dañino proviene de su escasez en tiempos remotos, por lo que encontrar un producto con tanto contenido calórico hacía que se aprovechara la ocasión para consumir del mismo cuanto más mejor. 

Una de las afirmaciones más curiosas de Harari tiene que ver con la invención de la agricultura. Según asegura, el asentamiento de pueblos nómadas hizo que la vida se volviera más difícil, que se tuvieran que crear aldeas difíciles de defender y que se dependiera de cosechas que podían echarse a perder por cualquier capricho del tiempo atmosférico. Los cazadores recolectores gozaban de una existencia relativamente más fácil, puesto que podían moverse por donde más les convenía, en busca de territorios vírgenes, repletos de caza abundante y huyendo de posibles competidores de la misma especie. En cualquier caso, el fin del nomadismo implicó el comienzo de la historia del progreso humano que nos ha llevado al punto en que estamos ahora, con la capacidad de transformar el planeta, destruirlo o incluso de conquistar nuevos mundos. Todo asentado, como se ha dicho antes, en nuestra capacidad de crear mitos:

"Acontenció que los mitos son más fuertes de lo que nadie podía haber imaginado. Cuando la revolución agrícola abrió oportunidades para la creación de ciudades atestadas e imperios poderosos, la gente inventó relatos acerca de grandes dioses, patrias y sociedades anónimas para proporcionar los vínculos sociales necesarios."

Teniendo en cuenta también lo siguiente:

"La mayoría de las jerarquías sociopolíticas carecen de una base lógica o biológica: no son más que la perpetuación de acontecimientos aleatorios sostenidos por mitos. Esta es una buena razón para estudiar historia."

Poco a poco el ser humano fue explorando todos los territorios vírgenes. Si hoy vivimos en un mundo globalizado, con sus ventajas e incovenientes ha sido sobre todo gracias a tres de nuestras invenciones: el dinero, la religión y los imperios. Estos elementos y no otros han sido los grandes unificadores de los seres humanos, por más que en muchas ocasiones dicho proceso no haya estado exento de sufrimientos e injusticias. Al final, la última gran resistencia de la vida tradicional, el poder de las familias, del patriarcado y de la propia tribu ha sido sustituido por el Estado y el mercado, que, al menos en teoría, son agentes que tienden a conseguir la igualdad y la libertad de todos los seres humanos. A ello debemos también que nuestras sociedades se hayan vuelto cada vez más pacíficas:

"La reducción de la violencia se debe gran parte al auge del Estado. En toda la historia, la mayor parte de la violencia era resultado de luchas locales entre familias y comunidades."

Yuval Noah Harari ha escrito una auténtica obra maestra del género ensayístico, pues no se conforma con ser riguroso en sus afirmaciones, sino que se esfuerza en que todas ellas sean comprensibles por cualquier lector. El futuro del ser humano es abordado en un segundo libro, de reciente aparición, que promete también ser una lectura apasionante: Homo Deus.

sábado, 5 de noviembre de 2016

CLUBES DE LECTURA EN MÁLAGA EN NOVIEMBRE. DESBORDADOS POR LOS LIBROS.

A muchos de los tenemos la lectura como la principal de nuestras aficiones nos sucede: llega un momento en el que nos vemos desbordados por los libros. Y en esta ocasión no abordo el problema solo desde un punto de vista material: la cuestión del espacio, de dónde colocar el nuevo volumen adquirido esta misma mañana de manera compulsiva en nuestra librería favorita es de compleja solución, puesto que contemplar los propios libros ordenados en nuestra modesta biblioteca es uno de nuestros grandes placeres. Más complicado aún nos resulta enfrentarnos a esa fila imaginaria e infinita de los libros que nos quedan por leer. Y la tragedia aumenta año tras año: cada vez conocemos a más autores - ninguna verdad más cierta que cualquier libro acaba llevando a muchos otros - y nos acercamos a géneros que hasta entonces no nos habían interesado. Ante nosotros se abren nuevos mundos que explorar, cada uno con sus propios atractivos. Abordar esta tarea nos parece algo imprescindible, pero la dura realidad se impone: el tiempo es limitado y hay que elegir sabiamente. Bien es cierto que contamos con la ventaja de que jamás en la historia había sido más fácil el acceso a la cultura, pero esta realidad también hace que nos sintamos abrumados ante la inmensa oferta existente. ¿Por dónde empezar? ¿por dónde continuar? Al elegir un determinado libro ¿estaré renunciando a otros que podrían incluso cambiarme la vida? En este sentido los clubes de lectura pueden servirnos para conocer a seres tan ansiosos como nosotros y celebrar terapias colectivas. A todo esto, acerca de este tema, recomiendo la lectura del estimulante ensayo de Gabriel Zaid, Los demasiados libros. Hoy que seguramente pasearé por la Feria del Libro Antiguo de Granada, a ver de qué me sirven mis propias palabras...

Como de costumbre, los horarios y lugares de los clubes se encuentran en la columna de la derecha. ¡Felices lecturas!

martes, 1 de noviembre de 2016

MUNICH (2005), DE STEVEN SPIELBERG. OJO POR OJO.

La imagen de ese terrorista palestino enmascarado, asomado a uno de los balcones del hotel donde residía el equipo olímpico israelí durante las Olimpiadas de Munich de 1972 se ha convertido en una de las imágenes más icónicas de la larga historia del fenómeno terrorista. Bien es cierto que para hablar de terrorismo, primero habría que definirlo. Para un palestino militante, dicha acción no sería más que un acto defensivo frente al verdadero terrorismo, el de un Israel que ocupa territorios que no le pertenecen. Lo cierto es que para nosotros los occidentales, cualquier irrupción inesperada que altere nuestra pacífica existencia es motivo de una gran conmoción, no solo por la violencia que conlleva, sino porque nos recuerda verdades incómodas, la existencia de conflictos olvidados, respecto a los cuales sus protagonistas quieren conseguir la publicidad que proporciona la cabecera de un telediario. También es verdad que desde el 11 de septiembre de 2001 el terrorismo ha adquirido un cariz más siniestro, mucho más nihilista a nuestros ojos, pero pleno de sentido a los suyos (para suicidarse en nombre de Dios, uno debe tener las cosas cristalinamente claras), sobre todo porque ahora ya no hay reivindicaciones materiales, sino justificaciones teológicas y esas son mucho más difíciles de combatir.

En cualquier caso, a menudo se nos olvida que los años setenta vivieron una edad de oro del terrorismo a nivel mundial, que se convirtió casi en una industria que nutrió a grupos como la OLP, el IRA o ETA o los grupos maoístas que surgieron en Alemania. No eran raros los secuestros de aviones, las bombas o los asesinatos en plena calle. Tal y como sucede hoy, las batallas se libraban a un nivel subterráneo, midiéndo los efectos publicitarios de cada acción y el nivel de conocimientos de las mismas que se quería que tuvieran respecto a la opinión pública. La película de Spielberg, una de las mejores de su extensa filmografía, recoge el espíritu de aquella época y, partiendo de la venganza que se organizó a partir de la masacre de Munich, constituye un verdadero ensayo acerca de cómo las espirales de violencia se retroalimentan y acaban conformando un círculo vicioso del que es muy difícil salir. Cada acción genera necesariamente una reacción, que a su vez necesita ser respondida. Solo siniestros personajes como los traficantes de armas o de información (como el que interpreta Mathieu Almaric), sacan provecho económico de dicha situación, sin ensuciarme jamás personalmente las manos.

Porque el papel del protagonista, ese guerrero anónimo que debe defender Israel desde las cloacas de un terrorismo de Estado que alcanza una dimensión internacional, es el del soldado no reconocido por quien le paga. Avner (un magnífico Eric Bana, con una interpretación llega de matices), no solo debe ser un patriota, sino no esperar ningún reconocimiento público por los atentados que organizan, que presuntamente están legitimados (aunque se realicen en las sombras) por el sagrado derecho de defensa. Pero ¿quién se defiende o quienes atacan? ¿quién empezó el conflicto? Las interpretaciones están lastradas por décadas, o incluso siglos de guerras y malentendidos. El buen soldado no debe dejarse llevar por sus sentimientos ni cuestionar las órdenes de sus superiores. Pero Avner, que acaba de ser padre, un dador de vida, sufre por dentro en su condición de asesino, un sufrimiento que también atenaza a un Spielberg más inseguro que nunca (no desde un punto de vista cinematográfico, sino desde el del mensaje que se quiere transmitir), que apabulla al espectador con unas imágenes de violencia seca y expeditiva, asesinatos ejecutados por presuntos profesionales que a veces se convierten en auténticas chapuzas: el negocio de la muerte no se basa en las ciencias exactas.

Y al final, esas estremecedoras imágenes de las Torres Gemelas en construcción, unos perfiles en penumbra que simbolizan para el hombre occidental del siglo XXI la barbarie escondida, que puede golpearnos en cualquier momento, también mientras estamos sentados cómodamente contemplando esa secuencia, y que ha engendrado otra barbarie financiada por esos Estados que dicen defender los Derechos Humanos. Conflictos complicados, que se libran entre sombras y que ni siquiera los contendientes saben si están ganando o perdiendo. Porque parece que esto último ya no tiene demasiada importancia. Lo fundamental es mantener la tensión, alimentar al propio ejército y al del enemigo para que la guerra sea eterna y lo sea también el miedo, ese gran enemigo de todo pensamiento racional.