lunes, 29 de febrero de 2016

CAROL (1952), DE PATRICIA HIGHSMITH Y DE TODD HAYNES (2015). EL PESO DE LA SAL.

Therese trabaja durante la campaña de Navidad en unos grandes almacenes, en la sección de juguetes. Nos encontramos a principios de los años cincuenta y la sociedad de consumo empieza a despegar hacia su apogeo, que se producirá en la década siguiente. Therese ha tenido una infancia difícil y es una joven desorientada, que lucha por abrirse paso para triunfar en su auténtica vocación, que es la de escenógrafa. Mientras tanto, intenta sobrellevar la relación con Richard, su novio, al que aprecia, pero del que no está enamorada. Un día, mientras se encuentra en su puesto contempla una visión que la deja confundida y fascinada: la aparición de una mujer madura y muy sofisticada, que también parece fijarse en ella de una manera especial. En palabras de Roland Barthes, Therese se siente de pronto "capturada y encantada por la imagen del objeto amado":    

"Sus ojos se encontraron en el mismo instante, cuando Therese levantó la vista de la caja que estaba abriendo y la mujer volvió la cabeza, mirando directamente hacia Therese. Era alta y rubia, y su esbelta y grácil figura iba envuelta en un amplio abrigo de piel que mantenía abierto con una mano puesta en la cintura. Tenía los ojos grises, incoloros pero dominantes como la luz o el fuego. Atrapada por aquellos ojos, Therese no podía apartar la mirada."

Carol es una mujer de actitud fría y distante, pero a la vez es capaz de seducir a la muchacha con solo una mirada en la que parece resumir un prometedor futuro juntas. Therese es atraída por la mujer y no duda cuando ésta la invita a tomar algo juntas, pero a la vez se encuentra confundida. No sabe si sus sentimientos son correctos, pero no puede evitar dejarse arrastrar por el torrente interior que le provocan los mismos. Junto a Carol siente una paz y una plenitud casi plenas, a pesar de que la mujer no está viviendo precisamente el mejor momento de su vida.

Porque Carol se encuentra en un proceso de divorcio, provocado por una relación lésbica anterior, en el que se está jugando la custodia compartida de su hija. Su marido es un ser herido en su orgullo masculino y por lo tanto está dispuesto a vengar su honor denunciando a su mujer como un ser que se ha desviado de la normalidad, como alguien que ha escogido un camino erróneo y obsceno, un sendero unánimamente condenado por la sociedad, por lo que no tiene reparos en contratar un detective para que hurgue en su vida privada. Carol, un ser que, después de todo, ha disfrutado de las mieles de una vida acomodada, se siente de pronto oprimida por la dura realidad de verse de pronto excluida de los círculos en los que estaba acostumbrada a moverse. 

En cualquier caso los sentimientos de Therese parecen mucho más puros e inocentes y Carol llega a veces a comportarse de manera injusta con ella, pagando en el objeto de su deseo los sinsabores del conflicto en el que se encuentra inmersa. La mejor solución será poner tierra de por medio, huir, como décadas después lo harán Thelma y Louise, hacia el oeste, buscando la libertad que no encuentran en la gran ciudad, huyendo de la moral construida a medida de los hombres. Al menos podrán experimentar píldoras de felicidad, simulando que son otras personas, simulando que se puede volver a empezar desde cero:   

"Una vez llegaron a un pueblecito que les gustó y pasaron la noche allí, sin pijama ni cepillo de dientes, sin pasado ni futuro, y la noche se convirtió en otra de aquellas islas en medio del tiempo, suspendida en algún lugar del corazón de su memoria, absoluta e intacta. O quizá no era más que felicidad, pensó Therese, una felicidad completa que debía de ser bastante rara, tan rara que muy poca gente llegaba a conocerla."

A pesar de ser una lectura a veces un poco tediosa, la lectura de Carol (o El precio de la sal, como se tituló originariamente), no solo resulta interesante desde un punto de vista literario, sino también sociológico, puesto que no resultaba fácil escribir en la época en la que fue publicada sobre homosexualidad femenina, sobre todo cuando se trata de una historia tan psicológica como poco moralista: sus protagonistas son dos seres humanos que desean estar juntas, a pesar de que su decisión les va a traer como consecuencia el ostracismo social. Como explica en el epílogo, Highsmith estaba especialmente orgullosa de esta novela:

"Mucha gente debió de identificarse con Carol o Therese. Así, un libro que en principio fue rechazado, llegó arriba del todo. Me alegra pensar que les dio a varios miles de personas solitarias y asustadas algo en que apoyarse."

La versión fílmica de Todd Haynes es bastante fiel al argumento de la obra literaria, aunque intenta acercarse también al punto de vista de Carol, no solo al de Therese. Además, cambia la afición de esta última a la escenagrofía por la fotografía, una actividad que puede ser mucho menos social, más solitaria, lo que refuerza su carácter tímido e inocente. Con una preciosa fotografía y puesta en escena, Carol es una película tan psicológica como la novela, que pone énfasis en el detalle y aprovecha también para retratar una época desde un punto de vista muy intimista, siguiendo la tradición melodramática de los filmes de Douglas Sirk. A pesar de un ritmo demasiado sosegado, en esto también sigue el espíritu de la novela, resultando una obra fría, de emociones tan contenidas como el carácter de la propia Carol, auténtico símbolo del drama de quienes se atrevían a adentrarse en el territorio prohibido del amor entre personas del mismo sexo.

jueves, 25 de febrero de 2016

EL SECRETO DE LA FAMA (2008), DE GABRIEL ZAID. POSTUREOS LITERARIOS.

Leer a Gabriel Zaid es un auténtico placer, pues es uno de esos raros ensayistas que son capaces de interpretar la realidad que tenemos ante nuestros ojos (la realidad cultural en este caso) y exponernos con una claridad muy lúcida sus conclusiones acerca de la misma. Bajo el título El secreto de la fama, se agrupan una serie de artículos de Zaid en los que trata temas parecidos a los abordados en su libro más famoso, Los demasiados libros. Y es que el individuo enfrentado a la capacidad casi infinita de elegir propia de estos tiempos es siempre un tema fascinante y el autor mexicano sabe tratarlo con las justas dosis de erudición e ironía para que cada uno de sus capítulos resulte una delicia para el lector, sobre todo para quien es ya un veterano en esto de la elección de libros y todo el proceso que conlleva.

Especialmente llamativos resultan capítulos como el titulado Organizados para no leer, que cuenta las veleidades del mundo de la literatura y la edición desde dentro, descrita más bien como una carrera de fondo en busca de fama y dinero que como una noble empresa de difusión cultural. Como lo verdaderamente importante es darse a conocer, autores, editores, críticos y demás protagonistas del mundillo, apenas tienen tiempo de leer. Lo que cuenta es estar presente en las múltiples presentaciones, cócteles y todo tipo de actos de carácter cultural, cuyo eco puede multiplicarse hasta el infinito con la presencia de las nuevas tecnologías. Basta con saber más o menos de qué va el libro que se presenta y poder establecer un diálogo al respecto. La lectura tradicional, reflexiva y en solitario no casa bien con estos tiempos en los que todo se define con esa palabra que se ha puesto tan de moda en los últimos años, el postureo. Posar y hacer ver ante los demás que uno es un ser cultural es mucho más importante que serlo en realidad:

"Algunos monjes creen que la oración sostiene el mundo: que en todo momento, hay cuanto menos un alma piadosa que reza desde el fondo de su corazón, y por eso el mundo no se vuelve nada. Creamos, inocentemente, que si el mundo del libro no se reduce a la circulación de celulosa, es porque nunca falta un lector de verdad."

Como bien sabemos a través de múltiples entrevistas concedidas a celebridades, la fama no es una compañera piadosa, sino exigente y acaparadora de todos los aspectos de la existencia del famoso, empezando por su privacidad. No obstante, siguen existiendo legiones de aspirantes a escritor, actor o modelo que sueñan con ser reconocidos a cada instante, con ese poder de atracción que despierta el reconocimiento del otro. No importa que dicha fama se fundamente en la más absoluta mediocridad, sobre todo cuando hoy la notoriedad puede fundamentarse simplemente en la nada más absoluta: se es célebre porque se aparece en los medios y se aparece en los medios porque se es célebre. Si bien los antiguos recomendaban huir de los excesos en todos los campos y optar por el justo medio, la palabra mediocridad se usa hoy en otro sentido mucho más peyorativo. Lo curioso es que las críticas al famoso, tan inanes como el personaje mismo, no hacen más que engradecerlo, porque el objetivo es que hablen de uno, aunque sea bien. Desde que Eróstrato quemó el templo de Artemisa en Éfeso para conseguir una fama (que no gloria) inmortal, muchos son los que han soñado con imitarlo, quizá no con actos tan radicales, pero tampoco mucho más meritorios.

En cualquier caso, y volviendo a la literatura, Zaid dedica otro magistral capítulo, Obras tontamente completas, a la obsesión contemporánea por acaparar, por conservarlo todo, que puede llegar a extremos ridículos cuando se publican obras inéditas de autores fallecidos con una calidad ínfima y que hubieran hecho mejor servicio a la humanidad quedándose en el cajón del que nunca debieron salir. Nuestro tiempo es limitado, sin embargo la posibilidad de acceder a infinitos libros, artículos, entrevistas, películas y todo tipo de productos culturales nos otorga una especie de sensación de poder voluptuoso, como si por poseer algo adquiriésemos automáticamente la presunta sabiduría que posee el objeto (material o virtual). El autor mexicano recomienda más bien la virtud de saber escoger, e incluso de volver continuamente a las mismas obras, a aquellas que nunca van a terminar de decirnos todo lo que nos tienen que decir. El descubrimiento siempre es tentador y lanzarse en el océano de lo desconocido resulta muy estimulante, pero la cruda realidad es que, si no se poseen unas criterios muy concretos y personales, podemos acabar naufragando en un mar de infinitas posibilidades. Y aprender a diferenciar el trigo de la paja - con los errores y dificultades que esto conlleva - es una de las virtudes más valiosas que puede atesorar un buen lector, aunque jamás llegue a conocer sino un ínfimo porcentaje de todo lo que es digno de ser leído:  

"Sería fantástico que la tecnología de hoy hubiese conservado toda la cultura desde la prehistoria. En las obras completas de la humanidad, no faltaría ninguna de las maravillas hoy perdidas. Pero lo más fantástico de todo sería localizarlas, entre millones de toneladas de basura. (...) En el archivo de Babel, las obras valiosas estarían conservadas, pero tan perdidas como si no existieran. Haría falta una eternidad para ponerse a ver todo y descartar, una por una, las infinitas obras que merecen el eterno descanso de seguir perdidas."

miércoles, 24 de febrero de 2016

EL SUPERHOMBRE DE MASAS (1978), DE UMBERTO ECO. LOS HÉROES DE LAS MIL CARAS.

La muerte de Umberto Eco nos deja huérfanos de uno de los apóstoles de la cultura que quedaban en Europa. Eco era un escritor prolífico, pero sobre todo - como Borges - era un lector voraz, de esos que parecen haber arrasado bibliotecas enteras. Pero el sentido de sus lecturas era absolutamente generoso, pues sus novelas y ensayos se veían enriquecidos por una erudición absolutamente maravillosa, que logró llegar al gran público con el éxito que supuso El nombre de la rosa, una narración policiaca que a la vez describía profusamente la vida, ideología y formas de vida en una abadía medieval. A partir de ahí se convirtió en una presencia habitual en los medios de comunicación y él aprovechó su popularidad, como hacen los buenos intelectuales, para intentar estimular el sentido de la maravilla de la lectura en aquellos que no se acercan habitualmente a los libros, aunque sus auténticos devotos eran precisamente los lectores habituales, aquellos que lo admiraban y lo envidiaban: un hombre que se pasaba la vida rodeado de volúmenes de todas las épocas, que sabía extraerles todo su jugo y que no hacía ascos a géneros más populares, como el cómic o la novela de kiosko.

Precisamente El superhombre de masas es una recopilación de ensayos en torno a las novelas populares que empezaron a generalizarse en el siglo XIX, aquellas que iban dirigidas a la gente común y que pretendían estimular sus emociones para que se sintieran identificados con sus protagonistas y - por supuesto - quedaran prendados de los personajes y no pudieran pasar sin comprar la siguiente entrega. Antes de la llegada de la televisión y de la radio, este género era la única vía de escape de millones de vidas duras y grises. Identificarse, aunque solo fuera por unas horas, con seres tan especiales como D´artagnan o cualquiera de las criaturas de Dickens significaba una desconexión con lo cotidiano. Y en este sentido, estas narraciones funcionaban como mecanismos de relojería:

"La química no falla. Y como existe también una química de las emociones, y uno de los compuestos que, según una tradición muy antigua, suscitan emociones es una intriga bien trabada; cuando una intriga está bien trabada, suscitará las emociones que se había propuesto tener como efecto. Después (...) siempre podremos criticarnos por haberlas sentido, o criticarlas tachándolas de repelentes, o criticar las intenciones con las que ha sido montado el mecanismo que las ha provocado. Pero ese es otro cantar. Una intriga bien urdida produce alegría, terror, piedad, risa o llanto."

La novela popular tiende a dejar al lector en paz consigo mismo, en mostrar que el mundo puede ser un lugar peligroso y revuelto, pero siempre existen héroes que devuelven las aguas a su cauce. Esto no suele suceder con la novela más seria e intelectual, que suele dejar en quienes se acercan a ella un poso de desasosiego, un bagaje con más preguntas que respuestas. Si bien en la narración destinada al gran público caben las sorpresas, estas suelen ser tópicas e integradas dentro del esquema repetido con el que se suelen construir estas tramas. Cuando se da con la tecla de lo que le gusta a la mayoría de la gente (y hoy día vemos esto en nuestras salas de cine) las variantes sobre una misma sinopsis suelen llevar al mismo resultado:

"El placer de la narración (...) es proporcionado por una vuelta a lo ya conocido, regreso cíclico que se verifica en el seno de la propia obra narrativa, como en el seno de toda una serie de obras narrativas, mediante un juego de referencias y complicidades de una novela a otra."

Mención especial en un volumen tan singular como El superhombre de masas, que da continuidad en cierta manera a los argumentos expuestos anteriormente en Apocalípticos e integrados, es el extenso capítulo dedicado a las novelas que Ian Fleming dedicó a James Bond, un mito capaz de sobrevivir al paso del tiempo y adaptarse al gusto del público década tras década. En el análisis de Eco se vislumbra un gran amor por el personaje, de cuyas novelas extrae un argumento repetitivo, pero siempre efectivo. Que Bond siga alimentando en nuestros días las más inconfesables fantasías masculinas y femeninas dice mucho de nuestros esquemas mentales básicos, que resisten impertubables a nuevas modas y tecnologías. Las tesis que plasmó Joseph Campbell en El héroe de las mil caras, siguen tan vigentes como en siglos anteriores.  

lunes, 22 de febrero de 2016

MERCADERES DEL ESPACIO (1953), DE FREDERIK POHL Y CYRIL M. KORNBLUTH. DÍAS DEL FUTURO PRESENTE.

Los aficionados a la literatura de ciencia ficción en su vertiente más distópica suelen debatir acerca de si nuestro presente se parece más al futuro descrito por George Orwell en 1984 o al de Un mundo feliz, de Aldous Huxley, pero en muchas ocasiones olvidan mencionar al clásico de Pohl y Korbluth, que, al menos en los aspectos socioeconómicos, predijo cual iba a ser el inmediato devenir de la humanidad con una certeza insólita. En los cincuenta, cuando fue publicado Mercaderes del espacio, estaba conformándose un capitalismo de consumo de masas mucho más sofisticado que el experimentado hasta ese momento y las grandes empresas tomaban posiciones para el futuro dominio del mercado a nivel mundial. El objetivo de las marcas no eran ya solo los beneficios, sino hacerse imprescindibles, e incluso amadas por el consumidor. 

En el mundo que describe la novela, los Estados han sido reducidos a una presencia testimonial en la vida de los ciudadanos (que han pasado a denominarse consumidores) y son las grandes multinacionales las que dominan la sociedad, hasta el punto de que el derecho se ha adaptado por completo a sus intereses y la ruptura de un contrato comercial es un grave delito según el Código Penal. El protagonista, Mitchell Courtenay, es un alto ejecutivo de una de estas sociedades y su vida está consagrada a las ventas. La publicidad se ha convertido en la mayor de las ciencias y todo está permitido con tal de colocar nuevos productos a los consumidores. El hecho de crear ansiedad y adicción por el consumo es todo un arte en el que Courtenay es un consumado maestro. Mientras que él goza de una existencia opulenta, la gran mayoría de la población tiene una vida miserable, en la que lo único que se espera de ellos es que sean unos buenos consumidores sostenedores del sistema.

Una de las máximas del capitalismo liberal es el crecimiento sin límites, la Tierra está empezando a quedarse pequeña y las multinacionales empiezan a mirar al cosmos en busca de nuevos mercados. Venus parece la mejor opción para implantar una colonia humana y Fowler-Schocken, la empresa de Corteneay, que va a ser designado director del proyecto, es la encargada de lanzar una agresiva campaña publicitaria para convencer a los futuros colonos de que el planeta puede ser transformado en una especie de paraíso. En realidad lo único que cuenta en esta operación es la apertura de un nuevo e inmenso mercado. Junto a la mayoría de la población, resignada a su suerte existe un reducido grupo clandestino denominado consistas, que se opone frontalmente al sistema, a la sobreexplotación de los recursos naturales (hasta el punto de que productos tan fundamentales como los combustibles fósiles o la comida natural han pasado a ser lujos inaccesibles a la gran mayoría) y a la manipulación absoluta a la que se ha llevado a los habitantes de un planeta cada vez más superpoblado:

"El aumento de población nos alegraba. Más gente, más ventas. Lo mismo el descenso de la inteligencia media. Menos cerebros, más ventas. Pero estos fanáticos excéntricos no entendían nada del asunto."

"Herrera podía haber ocupado su puesto en el mundo, comprando y usando, dando trabajo y beneficios a sus hermanos de todo el mundo, acrecentando constantemente sus deseos y necesidades, acrecentando el trabajo y los beneficios en el círculo del consumo, y criando niños que serían a su vez consumidores. Dolía verlo convertido en un fanático estéril."

Pero en un determinado momento, el protagonista va a sufrir en sus carnes la vida de los trabajadores comunes, de aquellos que firman contratos de trabajo con empresas que prácticamente los esclavizan y que no pueden renunciar a los mismos si no quieren incurrir en un delito. Además, el sistema está montado para que los propios empleados sean los primeros consumidores de los productos de la multinacional y que, en consecuencia, se encuentren siempre endeudados con el empleador: 

"Salía deshidratado del trabajo, como lo esperaba la compañía. Marcaba entonces mi combinación en la fuente y obtenía un chorro de Gaseosa; veinticinco centavos que volaban de mi sueldo. Como el chorro era escaso pedía otro; cincuenta centavos. La cena era insulsa, como siempre, y yo no podía pasar más de dos mordiscos de Gallina. Enseguida sentía hambre y me iba a la cantina donde me daban a crédito algunas Crocantes: las Crocantes me secaban la garganta y tenía que volver a la Gaseosa. Y la Gaseosa me daba ganas de fumar. Fumaba un Astro. El Astro me daba ganas de comer. Comía otra Crocante… ¿Había pensado en todo esto Fowler Schocken cuando organizó Astromejor Verdadero, el primer trust esférico? ¿De la Gaseosa a las Crocantes, de las Crocantes a los Astro, de los Astro a la Gaseosa?"

La lectura de Mercaderes del espacio es iluminadora porque anticipa la distopía en la que ya hace tiempo empezamos a vivir, un planeta dominado por los intereses de bancos y multinacionales, mientras los gobiernos pierden influencia y cada vez pueden legislar menos en favor de sus ciudadanos. La novela contiene un claro mensaje para los que postulan la reducción del Estado a su mínima expresión como una de las condiciones imprescindibles para que funcione esa teoría de la competencia perfecta, en la que el mercado se regula a través de una mano invisible que acaba compensando los desequilibrios económicos. Hoy sabemos que esa mano puede convertirse en un omnipresente y enorme puño que defiende intereses inconfesables, mientras se instiga a la ciudadanía al deber patriótico de consumir para sostener el crecimiento indefinido y el presunto bienestar que éste conlleva. 

Otro de los aciertos de la novela, y éste es especialmente estremecedor, es la anticipación de la alianza entre la publicidad y la psicología, poniendo a la neurociencia como un instrumento imprescindible para estimular el deseo de nuevos productos (veáse el imprescindible ensayo Buyology, de Martin Lindstrom). En el mundo que habita Cortenay los anuncios publicatarios están presentes en todos los ámbitos de la existencia y no hay actividad humana que se encuentre libre de su presencia. El homo consumus, último paso en la escala evolutiva, ya es una realidad. Los centros comerciales son los nuevos templos en los que practicar esta nueva religión, basada en el placer de la compra, una sensación tan efímera como adictiva.  

sábado, 20 de febrero de 2016

CREED (2015), DE RYAN COOGLER. LA LEYENDA DE ROCKY.

Los que crecimos en los años ochenta sentimos nostalgia de aquellas visitas al videoclub del barrio en las que era frecuente terminar con algún título de la saga Rocky bajo el brazo. Y es que seguir la trayectoria del ficticio boxeador creado por Stallone a través de sus cuatro películas nos producía una especial fascinación. No solo nos fijábamos en las peleas, sino que nos gustaba comentar la evolución de la suerte de Rocky, como un tipo de barrio como nosotros iba ascendiendo a base de golpes, hasta conseguir su propia mansión. En una de las partes, creo recordar, contaba hasta con un robot, una anécdota muy celebrada por nosotros. Aunque en algunos aspectos hayan quedado como demasiado efectistas, las películas siguen siendo iconos venerados por mucha gente, hasta el punto de que se siguieron filmando continuaciones con desigual fortuna, hasta llegar a la que hoy nos ocupa, que quizá quiere ser una especie de reinicio de la serie con un nuevo personaje, el hijo del primero de los rivales serios de Rocky, el recordado Apollo Creed.

Lo primero que llama la atención de Creed es lo bien dirigida que está. Contra todo pronóstico, se trata de una historia contenida, casi intimista, absolutamente respetuosa con el legado de la saga, pero que retrata muy bien nuestra época. La Filadelfia que se muestra al espectador es una ciudad decadente, bastante vapuleada por la crisis económica. Las imágenes son tristes y apagadas, como de un invierno eterno. Además Adonis Creed no busca tanto la fama o el triunfo como conocer al padre que murió (en circunstancias muy dramáticas) antes de que él naciera y quiere hacerlo probándose a sí mismo. Adonis es un hijo bastardo que ha crecido en hogares y reformatorios por lo que, a pesar de su ilustre apellido pugilístico, puede decirse que, como el propio Rocky, es un boxeador que surge de la nada. Porque una de las señas de identidad de la serie fue su componente social: el protagonista era un hijo del pueblo que, pese a que hacía realidad el sueño del american way of life, jamás renunciaba a sus orígenes. En su senectud, Rocky sigue habitando su barrio de siempre y moviéndose por los mismos ambientes.

Como en las anteriores películas, las peleas son tan importantes como el camino que se recorre hasta llegar a ellas. A pesar de que el mensaje sea cristalino como metáfora de la vida: la cultura del esfuerzo, la autosuperación para conseguir las metas, no se ahorran escenas de sufrimiento, dolor y sorpresas desagradables. Las propias peleas (también aquí, aunque con un estilo más contenido) son exageradas. Los contendientes se golpean repetidamente en la cabeza, sangran profusamente, se trituran entre ellos, algo que difícilmente vamos a ver con esta intensidad en un ring de verdad. Pero lo más insólito de Creed no es la nominación al Oscar de Sylvester Stallone como mejor actor de reparto, lo más sorprendente es que merece ganarlo.

miércoles, 17 de febrero de 2016

CRIMEN Y CASTIGO (1866), DE FIÓDOR DOSTOIEVSKI Y DE JOSEF VON STENBERG (1935). LA EXPIACIÓN DE RASKÓLNIKOV.

La época en la que Fiódor Dostoievski concibió y escribió Crimen y castigo fue una de las más agitadas de su turbulenta existencia. El escritor ruso se hallaba agobiado por las cuantiosas deudas contraidas por las muertes de su mujer y su hermano, quien dejó numerosos acreedores de los que él tuvo que hacerse cargo y a unos hijos desamparados. Además, su propio hijastro Pável era una fuente de preocupaciones económicas y a todo ello se sumó la petición de ayuda de otro hermano, Andréi, atenazado por la enfermedad. Por si fuera poco, tantos problemas tienen como consecuencia un periodo de poca productividad literaria y a Dostoievski no se le ocurre otra salida que jugarse el poco dinero que le queda en la ruleta, en Wiesbaden, teniendo que acudir a sus amigos para conseguir los fondos que le permitan volver a Rusia. Así pues, la única solución es escribir, pues en poco más de un año se ha comprometido a entregar dos novelas a dos editores distintos. De aquí surgirán dos obras maestras de la literatura universal: El jugador y Crimen y castigo. Se conserva el resumen que el escritor envió a su futuro editor respecto a esta última:

"Se trata del relato psicológico de un crimen. (...) Un joven de origen modesto se ve reducido a míseras condiciones de existencia y queda excluido de la comunidad estudiantil universitaria. Poco reflexivo y carente de sólidos principios, influido por algunas ideas extrañas e "imprecisas" que flotan en el aire, se decide a salir de golpe de su lamentable estado. Toma la decisión de matar a una vieja (...) que se dedica a la usura (...). En el ánimo del asesino se alzan problemas insolubles; sentimientos insospechados le torturan el corazón. La verdad divina, la ley terrena, reclama lo suyo, y al fin el joven se siente empujado a denunciarse a sí mismo. Obligado a ello, porque sólo si se denuncia podrá acercarse de nuevo al prójimo, incluso aunque sea sucumbiendo al presidio. El sentimiento de hallarse al margen de la humanidad y separado de ella (...) no le deja vivir en paz. La ley de la verdad y la naturaleza humana se imponen, destruyen sus convicciones incluso sin resistencia. El propio criminal decide aceptar el sufrimiento para expiar su crimen."

El escenario de Crimen y Castigo son las calles de un San Petesburgo sórdido y asfixiante. El protagonista, Raskólnikov, malvive en una minúscula habitación y cuando sale al exterior se enfrenta a un ambiente de miseria, de callejuelas tétricas repletas de tabernas, de mendigos y de borrachos. Quizá por eso, a pesar de que debe muchos plazos de alquiler, prefiere dedicarse a la vida contemplativa, una vez abandonados los estudios. Raskólnikov es un joven brillante, demasiado amante de la soledad, que no sabe por donde encauzar su camino. Un día acude a empeñar un objeto a la casa de una vieja usurera, en cuya personalidad parece encontrar la confluencia de todos los males del mundo. A partir de ese instante en su cabeza empieza a conformarse el plan de asesinarla, una tarea que estima sencilla y que tendrá como resultado eliminar a un ser dañino para la sociedad. Además, con esta acción el joven se probará a sí mismo que es un hombre superior, alguien que está por encima de la ley común, capaz de aplicar su propia moral y no sentir ningún remordimiento por ello. Sus ejemplos son los héroes históricos, como Napoleón o Mahoma, a los que no les importó organizar masacres para construir su propia visión del mundo. Frente a tan elevados ideales ¿qué puede suponer el asesinato de la miserable vieja? Se trata de el "problema de libertad total" del que habla Henri Troyat en su biografía de Dostoievski.

Porque bien pronto va a descubrir Raskólnikov que él no es un superhombre, que no va a ser capaz de superar la prueba de la indiferencia ante las propias acciones. El asesinato ha sido rápido, pero las cosas no han sucedido tal y cómo él había supuesto, entre otras cosas porque también se ha visto obligado a matar a la inocente hermana de la usurera. El episodio lo ha vivido de un modo casi irreal, como una pesadilla en la que el protagonista no es del todo dueño de sus acciones, pero cuando logra escapar indemne del edificio en el que ha cometido el crimen, una repentina enfermedad lo atenaza: la fiebre y la locura producidas por la impresión de haber realizado lo inconcebible. Dos inesperados visitantes se instalan junto a él: la culpa y el arrepentimiento. Además, siente que su crimen le aisla del resto de la sociedad: Raskólnikov empieza a actuar como un verdadero demente:

"Señalemos, de pasada, una peculiaridad de todas las decisiones definitivas que había adoptado ya en este asunto: tenían la rara particularidad de que, cuanto más definitivas las consideraba, más disparatadas y absurdas aparecían a sus ojos. A despecho de la angustiosa lucha interna que sostenía, nunca había podido persuadirse, ni por un instante, en todo aquel tiempo de que llegarían a cumplirse sus propósitos."

Así pues, el protagonista se ve de pronto a sí mismo cómo un hombre perdido. Deja de ser un dios de la razón y empieza a actuar de manera errática: es incoherente en sus relaciones con su amigo Razumijin y también exhibe un comportamiento extraño con su madre y su hermana, que han acudido a visitarle. Acude de nuevo al lugar del crimen y establece una morbosa relación con Porfirio Petróvich, el juez de instrucción que lleva la causa del asesinato. En medio de su angustia creciente, Raskólnikov va a experimentar una inmensa necesidad de redención y la va a encontrar en la figura de Sonia, una prostituta que se sacrifica para sacar adelante a su familia, un ser puro, a pesar del oficio que está obligada a ejercer, que va a guiar espiritualmente los pasos del asesino hacia su expiación final. Frente al sueño de la razón que ha producido un enorme monstruo, el sufrimiento inspirado por la religión es la única respuesta. Haciendo uso del pasaje evangélico de Lázaro, Sonia se tendrá que convertir en la directora espiritual de la resurrección de un Raskólnikov que hasta el último momento persiste en su lucha interior: 

" - ¿Mi crimen? ¿Qué crimen? - rugió él en un repentino acceso de furia -. ¿Es un crimen el que haya matado a un piojo asqueroso y nocivo, a una vieja usurera que no le hacía bien a nadie, cuyo aniquilamiento debería premiarse con la remisión de cuarenta pecados, que les chupaba la sangre a los necesitados? Yo no pienso en el crimen ni tampoco en expiarlo. ¡Un "crimen"! No sé por qué tenéis que darle todos tantas vueltas a eso de un "crimen". Ahora es cuando veo toda la estupidez de mi cobardía; ahora que he decidido arrostrar ese oprobio innecesario. (...) La sangre que todo el mundo derrama (...). La sangre que corre y ha corrido siempre a torrentes, que es vertida como el champán y por la cual coronan a algunos hombres en el Capitolio y luego les llaman bienechores de la humanidad. No tienes más que fijarte bien. También yo queria beneficiar a la humanidad y hubiera hecho miles de cosas buenas a cambio de esa única estupidez."

Junto al protagonista se mueven algunos personajes inolvidables, representantes de la corrupción del género humano, como Marmeládov, un exfuncionario alcóholico que ha llevado a la miseria a toda su familia, siendo absolutamente consciente de ello o su mujer, Katerina Ivánovna. madrastra de Sonia, nacida en una familia de la nobleza y caída en desgracia por un arrebato amoroso prohibido que, abrumada por su miserable condición, sucumbe a un ataque de tisis mientras ve desmoronarse el futuro de sus pequeños hijos. Precisamente es la descripción del terror de los niños cuando ven lo que sucede a su alrededor uno de los puntos más duros de la novela, a la vez que una de las cimas de la misma.

Porque Crimen y castigo puede ser considerada como algo más que una novela, pues constituye también la plasmación de la visión del mundo de su autor, un mundo repleto de personajes sórdidos, en el que la bondad apenas tiene cabida, pero en el que permanece la capacidad de redención. Las palabras de Dostoievski resuenan en cada una de sus páginas: "La pobreza y la miseria forman al artista".

La versión filmada en 1935 por el gran Josef Von Stenberg, con su hora y media de duración, no tiene más remedio que resumir la complejidad de la novela y centrarse en el tormento interior del Raskólnikov interpretado con sobriedad por Peter Lorre. A pesar de cierta atmósfera teatral en algunas escenas, seguramente provocado por el escaso presupuesto, Stenberg sabe utilizar muy bien la fotografía en blanco y negro, provocando un ambiente tenebroso, repleto de luces y sombras, muy apropiado para la historia que se está contando: la influencia del expresionismo alemán resulta muy evidente.

lunes, 15 de febrero de 2016

BONE TOMAHAWK (2015), DE S. CRAIG ZAHLER. HOLOCAUSTO CANÍBAL.

Instalados en nuestras cómodas ciudades, donde podemos gozar de un razonable sentimiento de seguridad personal y dotarnos de los medios mínimos de vida sin un esfuerzo demesurado (a pesar de la incertidumbre que provocan las crisis cíclicas de nuestro sistema), para el ciudadano occidental medio es difícil ponerse en la piel de aquellos pioneros del Oeste americano que iban ocupando tierras remotas y hostiles, implantando las formas de vida del Este en territorios salvajes, cuyos habitantes originales, en la mayoría de los casos, se resistían a ser civilizados por la fuerza. Desde nuestro punto de vista progresista e ilustrado, aquello fue una especie de genocidio, un despojo injusto de unas tierras que habían pertenecido a aquellas tribus por siglos. Los colonos no tenían tiempo de pensar en la ética de sus actos, les bastaba con saber que contaban con el respaldo de su gobierno (casi siempre), y la mayoría veía a los indios como una raza inferior que, si no se sometía, debía ser exterminada. Esta visión procedía sobre todo del peligro constante de ataques a los que se enfrentaban, frente a los que no cabían medias tintas: se trataba de defender a sus tierras y sus familias. Además, imagino que el sentimiento de soledad, de haber ido a parar al fin del mundo, condicionaría en buena parte el carácter de esta gente, de cuya mitología se ha nutrido uno de los géneros más populares del cine americano.

Resulta curiosa la manera en la que dicho género se extinguió a principios de los años setenta. Salvo honrosas excepciones, protagonizadas por gente tan solvente como Clint Eastwood o Kevin Costner, para visionar las grandes joyas del western hay que retroceder varias décadas en el tiempo. Por eso es de celebrar que un debutante como Craig Zahler se haya atrevido a rescatar los aires clásicos de autores que definieron el género, como John Ford o Howard Hawks y haya sabido mezclarlos con un toque tarantinesco, respecto a los diálogos de los personajes y sobre todo en cuanto a la concepción del último tramo de la pelicula, en el que la trama se oscurece y se convierte en un cuento gore de terror. Esto último no quiere decir que géneros en principio tan incompatibles estén mal integrados, todo lo contrario. Precisamente en ésto estriba el principal mérito de Zahler, que ha filmado una obra bastante redonda y con coherencia interna.

A pesar del bajo presupuesto del que se partía, cada dólar gastado en Bone Tomahawk está bien invertido. Personajes bien definidos, buena química entre ellos, historia dura y realista, a pesar de sus excesos finales y una mención especial para el personaje del ayudante de sheriff, ese anciano entrañable que tanto nos recuerda al muy añorado Walter Brennan. Esperemos que el debut de Zahler, una propuesta muy muy valiente, sea el inicio de una buena carrera cinematográfica. 

miércoles, 10 de febrero de 2016

CARTAS A UN AMIGO ALEMÁN (1945), DE ALBERT CAMUS. UNA IDEA DE PATRIOTISMO.

Para mediados de 1943, cuando fue escrita la primera de estas Cartas a un amigo alemán, la derrota total de Alemania en la Segunda Guerra Mundial empezaba a vislumbrarse en el horizonte. Ya había sucedido la batalla de Stalingrado, los rusos presionaban en todo el frente del Este y los británicos y americanos, después de desalojar a los nazis de África, desembarcaban en Sicilia. Todavía quedaba un largo y doloroso camino, pero los amantes de la libertad podían pensar en un futuro libre de la tiranía de Hitler. El papel de Francia en este conflicto fue muy peculiar. Derrotada de manera absoluta por los alemanes en los primeros meses, se pactó con Hitler la ocupación de la zona Norte, mientras en el Sur se establecía un gobierno presuntamente neutral, pero al servicio de los alemanes, la Francia de Vichy. En estos días de derrota, la inmensa mayoría de los franceses trataban de adaptarse a la nueva situación y solo unos pocos (entre los que se encontraban los Republicanos españoles, que poco tenían que perder) comenzaron a formar grupos de Resistencia en el interior del país, que se irían incrementando en años posteriores, conforme la derrota de Alemania iba tornándose más segura.

Uno de los puntales de esta Resistencia era el diario clandestino Combat, del que Camus fue redactor jefe entre los años 1943 y 1947. Si bien el autor de El extranjero dejó dicho que si existiera un partido de quienes están seguros de no tener razón, ese sería el suyo, en las páginas de Cartas a un amigo alemán, Camus se muestra contundente en sus afirmaciones, hasta el punto de que pueden leerse casi como una guía espiritual de por qué es necesario combatir a los nazis. El escritor francés de origen argelino quiere ser la voz de los combatientes a los que no les gusta tener que combatir, de aquellos a los que repugna la violencia, pero se han visto obligados a recurrir a ella al verse atrapados con un abismo a sus espaldas. La distinción moral está clara entre quienes se lanzan a la conquista por obediencia irracional a un sistema totalitario y quienes combaten por la libertad de pensamiento, una lucha mucho más intelectual y más pura:  

"Porque poca cosa es saber correr al combate cuando lleva uno toda la vida ejercitándose para ello y la carrera le es más consustancial que el pensamiento. Es mucho, por el contrario, avanzar hacia la tortura y la muerte cuando se sabe a ciencia cierta que el odio y la violencia son cosas vanas en sí. Es mucho combatir despreciando la guerra, aceptar el perderlo todo conservando el amor a la felicidad, correr a la destrucción con la idea de una civilización superior. En eso hacemos mucho más que ustedes porque tenemos que superarnos. Ustedes no tienen nada que vencer ni en su corazón ni en su inteligencia. Nosotros teníamos dos enemigos, y triunfar por las armas no nos bastaba, como a ustedes, que no tenían nada que dominar."

También abomina Camus de esa idea que dicta que el amor a la patria tiene algo que ver con tomar las armas para someter al vecino. La pregunta del antiguo amigo alemán, "¿no ama usted a su país?", cuando el escritor argumenta que su patriotismo no es incondicional, sino que tiene su límite en el respeto a la idea de justicia, está presente en el texto de las cuatro cartas. Para un fanático, el patriotismo se demuestra a través de la voluntad ciega de seguir los dictados del líder que encarna a la nación. Para Camus, que abogaba ya por entonces por la idea de una Europa unida, no a través de la conquista de territorios, sino por la voluntad soberana de sus habitantes, la libertad de pensamiento, esa que se recoge en la tradición humanista del viejo continente, está por encima de idiosincracias nacionalistas. La frase es tan simple, tan hermosa y a la vez tan profunda, que debería estar inscrita en la pared presidiendo las clases en los colegios e institutos de todos los países democráticos: "Me gustaría amar a mi país sin dejar de amar a la justicia".

Así pues, la lucha que se desarrolló en Europa durante seis años terribles fue entre libertad y barbarie, pero también entre fanatismo y conocimiento. Esta es una certeza absoluta en el pensamiento de un hombre que basó buena parte de su filosofía en la duda. A pesar de todo, atisbando ya la Europa de la postguerra, el autor de Los justos sabe que el futuro de Francia y Alemania depende de que no vuelvan a repetirse los mismos desastrosos errores, que ambas naciones caminen juntas hacia un mismo destino de libertad, igualdad y fraternidad. Frente a los horrores del presente, es bueno pensar que existirá un mañana mejor, que justifique los inmensos sacrificios y que nos deje, como principal legado, una definición de la palabra patria mucho más acorde con el bienestar de los ciudadanos que la conforman y no como la obediencia incondicional a un Leviatán envuelto en los colores de la bandera nacional: 
     
"Las palabras adquieren siempre el color de los actos o de los sacrificios que suscitan. Y la palabra patria adquiere entre ustedes reflejos sangrientos y ciegos, que me la harán siempre ajena, en tanto que nosotros hemos puesto en la misma palabra la llama de una inteligencia en la que el valor es más difícil, pero en la que el hombre sale ganando. Como habrá comprendido ya, mi lenguaje, en realidad, no ha cambiado. Sigo diciendo lo mismo que le decía en 1939."

lunes, 8 de febrero de 2016

SPOTLIGHT (2015), DE THOMAS McCARTHY. ESCANDALIZAR A LOS NIÑOS.

Si existe una profesión que se haya visto damnificada en los últimos años esta es la periodística. Y su crisis es especialmente grave, dado que no se basa solo en factores económicos, sino que las nuevas tecnologías han revolucionado la concepción del oficio, hasta el punto en que hay voces que aseguran que el periodismo tradicional está en decadencia y que el futuro pertenecería a una especie de periodistas-ciudadanos que, armados con sus teléfonos móviles, se dedicarían a contarnos lo más relevante que suceda en su ciudad en tiempo real. Es verdad que internet puede ser un instrumento de democratización de la información, pero también multiplica las posibilidades de manipulación de la opinión pública y de que lo verdaderamente importante se pierda en una maraña infinita de noticias y opiniones. Así pues, las democracias siguen necesitando de esos tipos independientes e insobornables que, incluso arriesgando en ocasiones su integridad física, son capaces de ofrecernos dosis de verdad cada mañana, pese a quien pese. Y es imprescindible que este trabajo se realice de manera profesional, a jornada completa. Difícil lo tenemos en este sentido, cuando cada vez son más los medios que dependen enteramente de la buena voluntad de sus anunciantes y ven así limitado el alcance de las noticias que puede ofrecer. En los últimos tiempos son cada vez más los ciudadanos que no creen necesitar que les informen, solo exigen los mantengan permanentemente entretenidos.

Spotlight es una de esas películas que nos hablan de lo necesario que es tener en nuestras sociedades a gente que indague en nuestros basuseros morales y saque a la luz la ropa sucia, sucísima de esas instituciones que deberían ser ejemplares como los partidos políticos, los sindicatos o las organizaciones religiosas. En esta ocasión se pone la lupa en la iglesia católica, y más en concreto en los lamentables casos de pederastía que han salpicado a esta institución en las últimas décadas. En 2001, un equipo especializado del Boston Globe, comenzó a investigar, a partir de una vieja noticia, la sospecha de que varios sacerdotes católicos habían estado abusando de menores y su único castigo había sido un cambio de parroquia (donde no habían tenido muchas dificultades para continuar con sus sucias aficiones). Es curioso que el impulso inicial fuera dado por un editor procedente de Miami, alguien de fuera que no temía escandalizar a su ciudad ni a sus tradiciones más arraigadas.

El caso implicaba al obispo de Boston, por encubrimiento, pero también a la maquinaria judicial que había facilitado acuerdos privados para olvidar los hechos. Pero es obvio que los abusos sexuales a menores son un delito público, que debe ser perseguido de oficio por la fiscalía y que pueden comportar penas de cárcel para sus ejecutores, inductores y encubridores. Pero la práctica durante años fue siempre la misma: pagar irrisorias indemnizaciones a las víctimas para que mantuvieran la boca cerrada. En realidad la iglesia siempre se ha sentido como un ente superior, al margen de las instituciones, que solo responde a través de su derecho interno, cuya ética puede rastrearse en el Catecismo. Y es que, según los responsables de la iglesia, había que salvaguardar la institución de cualquier escándalo, por el bien de los fieles, que son creyentes en la divinidad y por ello, en el fondo, son como niños inocentes en la fe.

La historia que cuenta Spotlight es la de esos poderes omnipresentes en ciertas sociedades que creen estar por encima del resto de los ciudadanos, que niegan las evidencias de actuación delictiva de sus miembros y cuando éstas son evidentes se dedican a esconder la cabeza como avestruces. En realidad puede que pasen un poco de bochorno en ocasiones, pero nunca les pasa nada, porque el apoyo ciudadano con el que cuentan, hagan lo que hagan, se comporten como se comporten, siempre será importante. Lo estamos viendo con el PP de Valencia, que en pleno Caso Bárcenas (hace dos días) seguían delinquiendo alegramente y lo seguimos viendo con la iglesia católica, a la que Estado alguno ha pedido seriamente explicaciones acerca de la actitud de sus clérigos, que han practicado la pederastía en porcentajes asombrosos. El verdadero problema, según se dice en un determinado momento en la trama, está en que quienes tildan de antinatural la homosexualidad o el sexo fuera del matrimonio, tienen por obligatorio el celibato (calificado de don de Dios), algo que sí que es verdaderamente antinatural y que hace que los instintos terminen desahogándose a través de víctimas inocentes. Luego viene la comprensión por parte de los dirigentes eclesiásticos y el lavado de ropa interno, cuando no la culpabilización de estas víctimas, auténticos juguetes rotos a los que en muchas ocasiones les ha costado décadas hacerse escuchar, ya que la figura de un cura sigue manteniendo su halo sagrado para muchisima gente, a los que resulta impensable que un representante de Dios en la Tierra pueda caer tan bajo.

La película de McCarthy es ejemplar en su planteamiento y ejecución. El punto de vista es casi siempre el de los periodistas, a los que seguimos en el día a día de su trabajo. No se incluyen escenas escabrosas, solo frías estadísticas y testimonios de las víctimas, tampoco se ahonda en la vida personal de unos protagonistas que parecen vivir por y para su trabajo. Si bien esto le resta algo de humanidad a la película, se compensa con lo que gana en objetividad. El periodista se enfrenta todos los días al hecho innegable de que su obra es efímera, de que las noticias que redacta dejarán de ser actualidad al día siguiente. Solo hay unos pocos reportajes que perduran en el tiempo, de los que se sigue hablando décadas después. Y este del Boston Globe, fue uno de ellos, premiado con el Pulitzer. Como todos sabemos, el caso no se limitó a la ciudad estadounidense, sino que fue la punta del iceberg de otros cientos de testimonios similares. Jamás conoceremos la verdadera dimensión de esta delincuencia sistemática, ni tampoco si sigue produciéndose impúnemente hoy día en cualquiera de los países en los que la iglesia sigue conservando cantidades importantes de poder espiritual y terrenal. Y para los que han practicado o encubierto estos crímenes o siguen haciéndolo, nunca está de mas recordar las palabras del fundador: "Y a quien escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que se colgara del cuello una piedra de asno (de molino) y se echara al mar."

viernes, 5 de febrero de 2016

EL ÚLTIMO VIAJE DEL JUEZ FENG (2006), DE JIE LIU. LAS FUENTES DEL DERECHO NATURAL.

A veces es bueno acercarse, aunque sea de vez en cuando, al cine que se hace en otros países, no solo por su calidad, sino también para tener noticia de la vida, costumbres y preocupaciones cotidianas de otros lugares demasiado ajenos al nuestro. El juez Deng es un personaje imperfecto capaz de enamorar a cualquier espectador. Aquí el artículo:

jueves, 4 de febrero de 2016

CLUBES DE LECTURA EN MÁLAGA EN FEBRERO. NUESTRO MES RUSO.

La actualidad de este mes viene marcada por el taller tan especial que el club de lectura de Más Libros Libres va a celebrar en la sede del Museo Ruso de Málaga, una de las instituciones culturales más singulares de nuestro país, donde hemos podido ver hasta el momento dos magníficas exposiciones (incluyendo la de Pável Filónov, algo único en España) que acaban de renovarse. Además del debate en torno a Crimen y castigo, de Dostoiveski, visitaremos un par de cuadros que nos evoquen la novela. Una oportunidad única de explorar las relaciones entre literatura y pintura. Para participar en esta actividad (el domingo 21 a las 11:30) hay que escribir a: educacion.coleccionmuseoruso@malaga.eu

Respecto al resto de actividades de los clubes de Más Libros Libres pueden verse en esta página:


En el club de lectura de la Biblioteca Provincial, un libro que no deja indiferente a ninguno de sus lectores, una historia tan surrealista que solo puede ser cierta: El adversario, de Emmanuel Carrère, un autor que está de actualidad por la publicación de su esperadísimo libro El reino

En el club de lecura de la Biblioteca Cristóbal Cuevas también se viaja al Este de Europa, con una novela que se adentra en la dura historia de Estonia, un país muy desconocido en España: Purga, de Sofi Oksanen. 

El club de lectura de la librería Luces se pasa a la moda del ensayo y este mes se acerca a dos libros magníficos, que se acercan desde un punto de vista original al periodismo y a la antropología: Viajes con Heródoto, de Ryszard Kapuscinski y El antropólogo inocente, de Nigel Barley.

Y literatura italiana de la buena en el club de lectura del Ateneo de Málaga: El tedio, de Alberto Moravia, a la vez una historia de amor y un retrato social de su país.

En el club de lectura de Fnac Málaga, la obra de un gran director italiano adaptando su propia película ¿o fue al revés? La mejor oferta, de Giuseppe Tornatore.

En el club de lectura de Casa del Libro, todo un clásico de este tipo de eventos, que acaba surgiendo como posibilidad en todo taller que se precie: 84 Charing Cross Road, de Helene Hanff, en torno a la pasión por la literatura y los libros.

En el club de lectura de la librería Agapea, La trabajadora, de Elvira Navarro, uno de los éxitos más recientes de la literatura española, que toca muy de cerca el tema de la crisis económica que todavía no hemos sido capaces de superar del todo.

Un mes cargado de buenos títulos para comentar con los amigos. Como suelo repetir, los lugares y fechas están en la columna de la derecha y cualquier novedad de la que tenga noticia se insertará puntualmente en dicho apartado. ¡Felices lecturas!

miércoles, 3 de febrero de 2016

CRITÓN (s. IV A.C.), DE PLATÓN. SÓCRATES Y EL CONTRATO SOCIAL.

Critón puede leerse como una especie de continuación de la Apología de Sócrates. Una vez terminado el juicio, Sócrates ha sido condenado a muerte. Las costumbres dictan que la sentencia no puede ejecutarse hasta que no llegara al puerto de Atenas la nave que había salido en procesión conmemorativa a Delos. Mientras tanto, Sócrates se encuentra bajo custodia, recibiendo a sus amigos y esperando la muerte con una serenidad que perturba a cuantos van a visitarle. 

Critón es un hombre rico, amigo de Sócrates y no soporta verle en esta situación. Junto con otros seguidores del filósofo, intentan sacarle de prisión, exponiéndole sus intenciones. Debían existir posibilidades de corromper a guardianes y funcionarios en la antigua Atenas, pues la fuga parece cuestión de dinero. Hay paralelismos aquí con la historia de Jesucristo, como líder de un grupo cuyas enseñanzas distorsionan en cierta manera la estabilidad del Estado. Ambos líderes comprenden bien su situación y la aceptan, aunque por motivos ligeramente distintos: Jesucristo, para poder cumplir su función de redentor (tal y como cuentan los Evangelios) y Sócrates para ser un ejemplo hasta el final de virtuoso cumplidor de las leyes de la ciudad. Conmueven las palabras de Critón, que en una situación como ésta olvida todo precepto filosófico y moral y simplemente quiere salvar a su amigo:

"Y en verdad, ¿hay reputación más vergonzosa que la de parecer que se tiene en más el dinero que a los amigos? Porque la mayoría no llegará a convencerse de que tú mismo no quisiste salir de aquí, aunque nosotros nos esforzábamos en ello." 

A partir de aquí, haciendo uso de grandes dosis de serenidad y de elocuencia, Sócrates se dedica a convencer a Critón de que su única opción es acatar la sentencia. Si hasta aquel momento él ha sido un ciudadano ejemplar, no por haber sido víctima de una injusticia debe dejar de acatar las leyes, puesto que el procedimiento mediante el que se ha llegado a su condena ha sido ajustado a derecho. Sócrates no se ve a sí mismo como un fugitivo para alcanzar un bien tan irrelevante como el mantenimiento de la propia vida. Más bien parece encarar la muerte con una irresistible curiosidad, ya manifestada en su propio discurso durante el juicio. Tomar cualquier otra decisión sería romper su contrato social con la ciudad en la que siempre ha vivido y de la que solo ha salido para hacer la guerra en su defensa. Su actitud ante tales circunstacias hace de Sócrates el primer gran héroe de la filosofía, tomada no como unos conceptos abstractos, sino como una ética de vida.