jueves, 25 de mayo de 2017

EL FUTURO DE NUESTRA MENTE (2014), DE MICHIO KAKU. EL RETO CIENTÍFICO PARA ENTENDER, MEJORAR Y FORTALECER NUESTRO CEREBRO.


Cuanto más lee uno acerca de la naturaleza de su cerebro, más extrañeza siente por sí mismo. Somos poseedores de un sistema de pensamiento, procesamiento de la información y control de nuestro cuerpo (entre otras muchas cosas) mucho más complicado de lo que podamos imaginar, conformado por miles de millones de neuronas conectadas entre sí por redes extremadamente complejas y cambiantes. Aunque cada zona del cerebro tiene su función, es difícil establecer exactamente cómo se producen muchos de nuestros pensamientos y acciones, puesto que intervienen en las mismas comunicaciones por corrientes eléctricas entre unas partes y otras que cuya identificación no es sencilla. El sueño de crear un mapa de nuestra mente y, a la postre, crear un cerebro artificial, no es imposible, pero el profesor Kaku nos revela que quizá se trate de un esfuerzo inútil, porque al final obtengamos un mapa que no podemos entender. Pero también es posible que el conocimiento neurona a neurona del cerebro haga posible la más fantástica revolución en la vida de los seres humanos:

"Algún día tal vez podamos controlar de manera rutinaria los objetos que nos rodean usando el poder de la mente, descargar recuerdos, curar las enfermedades mentales, aumentar nuestra inteligencia, conocer el cerebro neurona a neurona, crear copias de seguridad de nuestro cerebro y comunicarnos telepáticamente. El mundo del futuro será el mundo de la mente."

Antes que nada tenemos que aceptar que somos seres mucho más materiales que espirituales, por mucho que algunos mecanismos de la mente nos hagan creer lo contrario. Es caso de Phineas Gage es paradigmático. Gage era un peón de ferrocarriles del siglo XIX que sufrió un terrible accidente: una barra de hierro lanzada por una explosión le atravesó el cráneo. Pronto el amable y bondadoso Gage se convirtió en otra persona, un ser irritable al que nadie reconocía como al antiguo compañero. Esta historia demostró que somos seres maleables, y que nuestras emociones y carácter no están determinadas por un concepto abstracto como el alma, sino por la composición y estructura de nuestro cerebro (unido esto a nuestras experiencias vitales), por lo que cualquier cambio o lesión en el mismo pueden determinar un cambio radical de personalidad, cuando no asuntos más graves, como una enfermedad mental. Quizá algún día, cuando comprendamos bien los mecanismos de funcionamiento del cerebro y sus múltiples conexiones, podamos entender qué es lo que causa dichas enfermedades mentales y podamos reparar lo estropeado, tal y como hacemos con mecanismos infinitamente más simples, como el motor de un vehículo.

Si en algo se diferencia el cerebro del hombre del del resto de los animales es su capacidad de imaginar el futuro, de evaluar posibilidades y actuar en consecuencia. El hombre no vive solo en el presente, sino que es capaz de evocar el pasado, aprender de experiencias propias y ajenas y aplicar dichos conocimientos para emprender proyectos, individuales o cooperativos. En este sentido, el entrenamiento que supone el juego para los niños - y para los adultos - es un factor capital para enfrentarse a las complejidades y exigencias de la vida real.

Pero la duda más inquietante es la siguiente: ¿somos realmente libres o nuestra conciencia es una construcción de un cerebro que lo decide todo por nosotros y nos hace creer que tomamos nuestras propias resoluciones? Por lo pronto, Kaku nos ofrece una ajustada definición de conciencia humana:

"La conciencia humana representa principalmente la actividad  del cerebro, que crea  de manera constante modelos del mundo exterior y lleva a cabo simulaciones proyectadas del futuro."

Y a la postre nos recomienda no seamos demasiado optimistas ni pesimistas a la hora de tomar nuestras decisiones (si es que somos libres de tomarlas):
"Si la conciencia humana implica la simulación del futuro, debe tener en cuenta los resultados de los acontecimientos futuros con algunas probabilidades. Por lo tanto, necesita un delicado equibrio entre el optimismo  y el pesimismo para estimar  las posibilidades de éxito o fracaso de ciertos cursos de acción." 

Otro de los grandes debates que se recogen en este volumen es el de la inteligencia artificial. ¿Seremos capaces de recrearla hasta el punto de que los robots alcancen conciencia de sí mismos? ¿acabarán los robots dejando obsoletos al ser humano? Quizá la solución más diplomática sea la fusión entre ambos mundos, mejorando nuestros cuerpos y nuestras mentes con mejoras artificiales que quizá puedan ser de quita y pon. Es posible también que algún día podamos realizar copias de seguridad de nuestro cerebro y volcarlas en un disco duro, o colocar nuestra conciencia en un rayo láser para realizar viajes estelares... Todos son conceptos revolucionarios y extraños, pero la verdad es que no podemos estar seguros de por dónde va a evolucionar la humanidad. El libro de Kaku, tan estimulante como asequible, es el testimonio de un científico prestigioso que intuye por dónde puede transcurrir este futuro. Pero, evidentemente, todas las posibilidades están abiertas, incluso una terrible: que el exceso de tecnología acabe descontrolándose y termine con la vida en la Tierra.

viernes, 19 de mayo de 2017

MIGUEL STROGOFF (1876), DE JULIO VERNE. EL DESIERTO DE LOS TÁRTAROS.

La inmensa fama de Julio Verne, uno de esos escritores que pudo disfrutar de las mieles del éxito en vida, se cimentó sobre su pasión por la aventura, por la geografía de lugares exóticos para el lector europeo, por la meticulosidad de sus descripciones de paisajes y costumbres y, además, por una fecunda imaginación que le llevó a ser uno de los fundadores de la literatura de anticipación, siendo considerado un adelantado a su tiempo. Miguel Strogoff puede inscribirse más bien en la vertiente de sus aventuras exóticas, en las que el protagonista, siempre intrépido, siempre heroico, se enfrenta a mil peligros en pos de una misión casi suicida de la que, no cabe duda, terminará saliendo triunfante gracias a su valentía.

Miguel Strogoff es un paradigma de entereza, de nobleza y de fidelidad, un sencillo hijo de Siberia que encuentra en el patriotismo ruso su razón de ser y pone sus indudables habilidades al servicio de un Imperio despótico, sí, pero que también es el representante de la civilización frente a la barbarie con la que amenaza la imparable invasión tártara. El correo el zar, una vez asumida su misión, no descansa hasta conseguir los fines de la misma, aunque tenga que renegar de su propia madre para hacerlo. La patria por encima de la familia, puesto que su salvación supone el más elevado de los fines. Es evidente que la compañera que las azarosas circunstancias ponen a su lado es un vivo retrato de él mismo, pero en femenino. Se trata de una mujer inmune a los sufrimientos que impone el duro camino y que sirve incondicionalmente a los fines del héroe, aun cuando no conozca en detalle los términos de su misión. Frente a ellos, el villano perfecto, Iván Ogareff, un oficial traidor y astuto, que lidera a los tártaros en su invasión de la Rusia asiática por mera venganza.

Leyendo Miguel Strogoff, uno no puede evitar los dulces recuerdos de la infancia, de los primeros acercamientos a los libros. En este sentido, Julio Verne puede ser considerado uno de los autores más importantes de la historia, puesto que indudablemente es la puerta de entrada a la literatura para muchos lectores. La odisea del correo del zar era una de mis asignaturas pendientes con el escritor francés y siento no haberla leido hace tres décadas, porque la hubiera disfrutado todavía más. La hubiera leído con ojos más inocentes y más fascinados. Apreciando el vigor de la narración de Verne, mi yo actual sí que echa en falta un poco más de complejidad en los personajes, seres de una pieza, inamovibles en sus convicciones. Me pregunto si todavía quedan niños que se siguen acercando a Julio Verne. Si es así, bendito sea el hijo de Nantes, que todavía sigue siendo el santo apostol de la conversión de nuevos lectores.

jueves, 18 de mayo de 2017

LION (2016), DE GARTH DAVIS. EL ORIGEN.

Es un hecho bien conocido que mientras en occidente la natalidad infantil va en descenso, en consonancia con el acceso a métodos de planificación familiar y la cada vez más acusada costumbre de aplazar el nacimiento del primer - y en muchas ocasiones único - hijo, en los países del Tercer Mundo el número de nacimientos sigue incrementándose. Lo que esto provoca es que la población del mundo siga aumentando, a la par que aumentan las desigualdades. La mayoría de los niños que vienen al mundo son hijos de la miseria y su única posibilidad de escapar de la misma es la emigración a países más avanzados, porque si se quedan en el suyo les espera una existencia, que ya prueban muchos, desgraciadamente, desde muy jóvenes con el trabajo infantil, repleta de sinsabores y frustraciones. El tanta veces denostado occidente aparece entonces como la tierra prometida, la única posibilidad de progreso. Lo que se encuentren aquí los que logren pasar, es otra historia.

El caso que cuenta Lion - película basada en hechos reales - es ligeramente distinto. La primera parte de la cinta está dedicada a mostrarnos la infancia del protagonista, un niño de cinco años, alegre y espabilado, que debe ganarse la vida ayudando a su hermano mayor en los trabajos que éste va consiguiendo. Un día Lion se despista y termina perdido en una ciudad desconocida. Como la India es un país enorme y complejo, ni siquiera sabe volver a su lugar de origen. Por suerte, una ONG lo acoge y consigue que lo adopte una familia australiana: las puertas del bienestar se abren para él gracias a un cúmulo de casualidades.

Pero cuando crece un poco, el protagonista siente que algo importante falta en su vida. Somos hijos del lugar donde hemos nacido y el hecho de atesorar recuerdos de los primeros años de vida, sin poder ubicarlos en el mapa, es una situación que empieza a afectar seriamente a Lion. Con los pocos elementos que puede evocar, el joven irá reconstruyendo el itinerario vital de su infancia, tanto espiritual como físicamente. Y nada mejor que una herramienta como google maps para ayudarse en estas investigaciones: volver a la infancia, a la auténtica familia, aunque esta aparezca como miserable en comparación con la adoptiva, aparece aquí como una necesidad humana de primer orden.

El principal problema de Lion, una propuesta interesante, pero fallida, es el contraste tan acusado entre su magnífica primera mitad, un retrato estremecedor de la dura vida de los desheredados en la India y la segunda, que transcurre en Australia. Además, la película adolece de un guión algo débil, que desaprovecha personajes interesantes, como el hermanastro de Lion (otro ser con problemas, mucho más graves que los del protagonista, por estar fuera de su ambiente) o su pareja sentimental. El único personaje secundario que tiene algunos minutos más para lucirse es el de la madrastra, interpretada por Nicole Kidman, con una filosofía vital respecto a la que deberían reflexionar muchas familias occidentales: a pesar de haber tenido la posibilidad de tener hijos propios, siempre tuvo claro que preferiría adoptar a algún niño del Tercer Mundo. Su filosofía es que ya hay demasiados seres humanos en el mundo desatendidos, y que se hace mejor servicio a la humanidad salvando a alguno de la miseria que trayendo nuevos habitantes a una Tierra ya superpoblada.

martes, 16 de mayo de 2017

GUARDIANES DE LA GALAXIA VOL. 2 (2017), DE JAMES GUNN. UN PLANETA LLAMADO TRAICIÓN.


Hay ocasiones en las que uno acude a la sala de cine buscando pura y simple diversión, una versión del gozo que se sentía en la infancia cuando contemplábamos con ojos libres de prejuicios esas historias en las que los héroes y los villanos eran personajes absolutamente diferenciados, sin matices ni ambiguedades. El comienzo de la segunda parte de Guardianes de la Galaxia es deslumbrante y anticipa lo que nos vamos a encontrar durante buena parte del metraje de la cinta: una película que no se toma en serio en sí misma y funciona precisamente por eso. Cuando el espectador cree que va a contemplar el espectacular enfrentamiento entre los protagonistas y una enorme criatura espacial, la cámara fija su atención en Groot, el más pequeño del grupo que, abstrayéndose de la terrible batalla que sucede a su alrededor, se pone a bailar al ritmo de una de las canciones que siempre lleva consigo en su viejo walkman el líder del grupo, mientras los demás le advierten del peligro (en los momentos que pueden acercarse a él).

En la nueva cinta de James Gunn, que sigue la misma fórmula que tan bien le funcionó en la anterior, prima el sentimiento de la nostalgia, pero no tanto la de Starlord por sus días en la Tierra y por su familia perdida, sino más bien por una forma de entender la vida mucho más desenfadada, la que primaba en los ochenta y noventa. Por eso en la fiesta visual que esta película participan entre otros, iconos como Kurt Russell (en un papel importante), David Hasselhoff o Howard el Pato. Otro elemento muy importante y logrado, para que el resultado sea redondo, es que la química entre los protagonistas está totalmente consolidada: el espectador ya conoce de qué pie cojea cada uno y puede deleitarse con las relaciones entre ellos, con sus discursos de amor-odio que no esconden una amistad cada vez más estrecha de los miembros del grupo.

Con Guardianes de la Galaxia Vol 2, el grupo galáctico de Marvel se gana por derecho propio un lugar importante en el ese universo que con tanta paciencia y oficio (a pesar de algún error), se viene construyendo desde hace algunos años. Lo próximo será, según dicen, ver a los Guardianes unidos a los Vengadores en una de esas aventuras épicas con la que los cómics de autores como George Perez o Roy Thomas nos deleitaban cuando éramos más jóvenes.

viernes, 12 de mayo de 2017

DE LA ESTUPIDEZ A LA LOCURA (2016), DE UMBERTO ECO. CRÓNICAS PARA EL FUTURO QUE NOS ESPERA.

Otro de los sabios que nos ha dejado recientemente es el italiano Umberto Eco. Popular sobre todo por su faceta de novelista, Eco es uno de esos lectores totales, capaces de empaparse de conocimientos y divulgarlos de la forma más amena posible. Además, hasta el final, ha sido un hombre interesado en las nuevas tecnologías y en su inmenso impacto en nuestras formas de vida. Si bien el formato de este libro dedicado a recopilar artículos de diferentes años, no hace la tarea fácil, es posible seguir el rastro de pensamiento de un autor que al principio se fascina por las posibilidades de internet y en los últimos años se ve abrumado al constatar en lo que se han convertido tantas promesas de cultura gratuita y comunicación instantánea.

Es verdad que internet, a pesar de ser una fábrica de procrastinadores, cuenta con muchas más virtudes que defectos, pero ciertamente cada vez se hace más difícil separar el trigo de la paja en una jungla virtual cada día más y más poblada, que en demasiadas ocasiones se asemeja más a una jaula de grillos gritones, exponiendo sus sentimientos agraviados por cualquier nimiedad. A pesar de autodenominarse "red global", en realidad internet fomenta el individualismo, porque muchos creen que pueden arreglar el mundo en pijama desde su habitación. Lo primero que se resiente es la sociedad civil y, como bien argumentó el desaparecido Zygmunt Bauman, la existencia se vuelve líquida, tanto como los datos de los ordenadores que pueden ser hechos desaparecer en un instante por un hacker que también puede actuar en pijama desde la cama:

"Con la crisis del concepto de comunidad surge un individualismo desenfrenado, en el que nadie es ya un compañero de camino de nadie, sino antagonista del que hay que guardarse. Este "subjetivismo" ha minado las bases de la modernidad, la ha vuelto frágil y eso da lugar a una situación en la que, al no haber puntos de referencia, todo se disuelve en una especie de liquidez. Se pierde la certeza del derecho (...) y las únicas soluciones para el individuo sin puntos de referencia son aparecer sea como sea, aparecer como valor, y el consumismo. Pero se trata de un consumismo que no tiende a la posesión de objetos de deseo con los que contentarse, sino que inmediatamente los vuelve obsoletos, y el individuo pasa de un consumo a otro en una especie de bulimia sin objetivo (el nuevo teléfono móvil nos ofrece poquísimas prestaciones respecto al viejo, pero el viejo tiene que ir al desguace para participar en esta orgía de deseo)."

Por supuesto, el gran afán del ciudadano occidental de nuestro tiempo es consumir, acudir los fines de semana a esos grandes templos llamados centros comerciales y enseñar luego a través de las redes sociales las compras realizadas, ya sea de manera directa, ya indirectamente, subiendo selfies vestidos a la moda. Mientras tanto, las empresas de marketing se hacen ricas recopilando toneladas de valiosísima información acerca de nuestros gustos, de nuestros hábitos, de nuestra psicología y debilidades. Muchos son capaces de relatar su vida entera en facebook. Una vida artificial, por supuesto, repleta de alegrías y momentos cumbre. Organizar tanta perfección virtual debe ser un trabajo agotador, pero también una actividad adictiva. Los likes de facebook son pequeñas satisfacciones que necesitan ser retroalimentadas. Pero, como se ha dicho, los que verdaderamente se aprovechan de este tinglado son las grandes multinacionales:

"(...) por primera vez en la historia de la humanidad, los espiados colaboran con los espías para facilitarles el trabajo, y esta entrega les proporciona un motivo de satisfacción porque alguien les ve mientras existen, y no importa si existen como criminales o como imbéciles."

Un libro como este, de carácter tan misceláneo, da un poquito para todo. Para artículos verdaderamente magistrales y otros bastante carentes de interés para el lector que no haya seguido en detalle los avatares de la política italiana de los últimos años (Berlusconi es una obsesión para nuestro autor), pero poniéndolo todo en la balanza, su lectura merece la pena. Su encendida defensa de la Unión Europea (con todas sus imperfecciones, con solo haber evitado la mera posibilidad de un nuevo conflicto como los que asolaron el continente en la primera mitad del siglo XX, se puede decir que la Unión es la historia de un éxito), sus divertidas diatribas contra adivinos, augures y nigromantes y, por supuesto, la encendida defensa de la literatura y el conocimiento que destilan estas páginas hacen que acercarse a la última obra del maestro italiano sea el mejor homenaje que se le pueda hacer a alguien capaz de dejarnos perlas como ésta:

"Lo ideal es que todo texto sea leído dos veces, una para saber lo que dice y la otra para apreciar cómo lo dice (y de ahí la plenitud del goce estético)."

lunes, 1 de mayo de 2017

LA CARRERA HACIA NINGÚN LUGAR (2015), DE GIOVANNI SARTORI. DIEZ LECCIONES SOBRE NUESTRA SOCIEDAD EN PELIGRO.

La muerte de Giovanni Sartori nos ha privado de uno de esos intelectuales europeos que, más allá de luchas ideológicas, son una especie de voz de la conciencia de occidente. Y dichas voces no tienen por qué ser complacientes con todos nuestros valores, sino más bien críticas, sobre todo con la política errática seguida por la Unión Europea en los últimos años en asuntos económicos y humanitarios, dos temas especialmente sensibles, que requieren mayor celeridad de actuación y cuyas decisiones al respecto afectan directamente a todos los ciudadanos. A pesar de encontrarnos de nuevo en la senda del crecimiento económico, la crisis económica no ha hecho sino acrecentar la inmensa brecha entre los ricos y una clase media cada vez más empobrecida. Y este problema se adereza con una incontenible crisis de refugiados para la que la Unión Europea - ocupada en minimizar los efectos del Brexit - todavía no ha ofrecido una solución creíble. Junto a esto, el miedo al terrorismo islamista se acrecienta cada día. Solo hay que ver el pánico colectivo que tan fácilmente se produce cuando sucede el menor incidente dentro de una gran concentración humana. La relación de Europa con el islam tampoco es un asunto resuelto y el pensador italiano procura ofrecer algunos apuntes al respecto.

Sartori comienza estableciendo que los avances de nuestra civilización se han basado en buena parte en avances científicos que solo pueden conseguirse en sociedades cada vez más tolerantes. Bien es cierto que a veces dichos avances, si nos fijamos en el desarrollo de los medios audiviosuales, también pueden afectar a las capacidades de quien no sabe usarlos sabiamente, algo que el politólogo ya había advertido en 1997 con su famosa obra Homo videns:

"La televisión y el mundo de Internet producen imágenes y borran conceptos, pero así atrofian nuestra capacidad de entender."

Una vez establecida esta afirmación, enésima advertencia de la capacidad de manipulación sobre el ciudadano con la que cuentan los nuevos medios audivisuales, Sartori analiza el último siglo europeo, marcado por terribles guerras y por la tensión ideológica de las últimas décadas del siglo XX entre comunismo y capitalismo. Para él la idea revolucionaria es un bonito ideal que esconde los peores monstruos. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial los partidos comunistas florecienron en las democracias occidentales y en ocasiones estuvieron a punto de desestabilizarlas. La ideología izquierdista que atacaba la única legitimación del uso de la fuerza por parte del Estado, pidiendo también su legitimación para que el pueblo pudiera hacer uso de ella en pos de una idea de justicia perfecta. Asistimos hoy a un evidente desprestigio de la clase política y del Parlamento - que en gran parte se ha esforzado ella misma en fomentar con sus torpes actuaciones - pero el peligro revolucionario parece conjurado después de la terrible experiencia vivida en Rusia y en los países del Este de Europa, cuando la legitimidad de la violencia volvió al Estado, pero sin control alguno, convertida en puro terror desatado contra los ciudadanos disidentes. Eso no quiere decir que la Revolución Francesa no estableciera las bases de nuestra moderna democracia, pero cuando la fuerza se usa para buscar ideas utópicas que deben ser llevadas a cabo por un poder absoluto y en teoría perfecto, los resultados suelen ser infernales.

Respecto a la relación de occidente con el islam, asunto apuntado más arriba, Sartori ha sido claro cuando se le ha preguntado al respecto, para él la sociedad occidental y el islam son incompatibles, lo cual no quiere decir que la convivencia sea imposible. Ante todo jamás hay que olvidar que uno de los pilares de nuestra democracia es su laicismo. Nunca hay que dejar que ideología religiosa alguna se imponga a nuestras Constituciones. Esto no deja de ser un problema inmenso, puesto que, mientras que la natalidad desciende en nuestra sociedad, los grupos musulmanes insertos en ella siguen aumentando su población. Los atentados de París no fueron realizados - quizá inspirados sí - por gente que llegó de fuera, sino por ciudadanos europeos musulmanes de tercera generación, algunos presuntamente integrados en nuestra forma de vida. Esta circunstancia hace saltar todas las alarmas, puesto que el ciudadano siente que no basta con vigilar las fronteras para conjurar el peligro terrorista, sino que el más terrible enemigo está ya en casa, escondido, esperando su oportunidad para ponerse en acción y causar el máximo daño posible. Peor todavía es constatar que esta situación hace subir como la espuma a partidos de ultraderecha como el de Le Pen, con posibilidades reales de ganar la presidencia francesa. Es sabido que cuando impera el miedo, la gente prefiere a quien le ofrece seguridad - a pesar de que ésta sea ilusoria y los métodos sean al final contraproducentes, fábrica de nuevos terroristas - frente al mantenimiento de las libertades. 

Por eso, a la hora de ofrecer soluciones a cuestiones tan acuciantes y que deberían haber sido abordadas hace mucho tiempo, es mejor mantener la cabeza fría y no dejarse arrastrar por sentimentalismos de uno u otro signo. Ni los refugiados son terroristas en potencia ni nuestras sociedades tienen capacidad de acogerlos a todos, a no ser que renunciemos a parte de nuestro bienestar (dudo que haya muchos ciudadanos dispuestos a ello, cuando se les ponga en esta tesitura, sobre todo porque la crisis ha hecho ya este efecto en muchos). Por eso es inteligente volver a Max Weber y a su visión práctica a la hora de abordar problemas complejos:

"Max Weber formuló la distinción fundamental entre "ética de la intención" y "ética de la responsabilidad". La primera persigue el bien (tal como lo ve) y no tiene en cuenta las consecuencias. Aunque el mundo se hunda, la buena intención es lo único que vale. La ética de la responsabilidad, en cambio, tiene en cuenta las consecuencias de las acciones. Si las consecuencias son perjudiciales, debemos abstenernos de actuar."

Es curioso que la última parte del libro sea una divagación frente a la consideración de la Iglesia Católica de los embriones humanos como personas con todos sus derechos. En cualquier caso, Sartori pone parte de la solución en la propia Iglesia, en la responsabilidad de quien predica pero ofrece poco trigo. Muchos dirán que estas palabras son demagogas, pero yo las suscribiría:

"El Vaticano posee muchísimos conventos casi vacíos, iglesias cerradas porque no tiene suficientes sacerdotes para mantenerlas abiertas y una colección de estatuas, cuadros y obras de arte de todo tipo que vendería como el pan por centenares de millones de dólares. ¿No somos "católicos", es decir, universales? Si todo puede circular por todas partes, y si nosotros los italianos no tenemos "tesoros" sino un nuevo agujero de cinco mil millones de euros, el Vaticano podría echar una mano. ¿Es una buena idea? Veremos."

Al final la conclusión del autor de La sociedad multiética es que nos encontramos en guerra, un conflicto subterráneo y de baja intensidad, pero que se deja ver de vez en cuando y de manera inesperada en toda su crudeza. De cómo se afronte una situación inédita, que pone como pocas veces en peligro nuestros valores, depende el futuro que tengamos en las próximas décadas. Porque esta carrera actual hacia ningún lugar debe ser corregida para llevarnos a un puerto seguro que sea compatible con los derechos humanos. Tarea titánica y compleja, pero que no admite más demoras.