jueves, 31 de agosto de 2017

SATIRICÓN (s. I), DE PETRONIO Y DE FEDERICO FELLINI (1969). ROMA FESTIVA.

Obviando los ya clásicos debates sobre autoría y fechas de composición, el Satiricón, una de las primeras obras narrativas en forma de novela que se conocen, resulta ser una fuente inagotable de conocimientos acerca de la vida cotidiana en la antigua Roma. Pero no es solo eso. La obra de Petronio pretende ser una especie de novela picaresca en la que los protagonistas, más que fortuna, buscan vivir experiencias (sexuales, gastronómicas), que hagan de cada instante algo único. Bien es cierto que, según estudios, lo que nos ha llegado es más o menos una décima parte de la novela, por lo que en muchos fragmentos es difícil seguir la acción. 

No obstante, uno de los capítulos más completos es el de la comida en casa del rico Trimalción, un esclavo liberto que prosperó gracias al comercio. Tanto la vivienda como la comida que ofrece Trimalción son descritas con todo lujo de detalles. La desmesura de de todo lo que rodea al rico liberto - expuesta en tono claramente paródico - es propia de un nuevo rico, de un ser al que la fortuna favoreció y practica el carpe diem, no sabiendo lo que deparará el mañana. Es obvio, que un ser así vive rodeado de parásitos, que alaban continuamente su presunto bien gusto y sus agudezas a cambio de participar en los banquetes y la posibilidad de obtener algún regalo del rico propietario. Trimalción se las da también de poeta y es capaz de servir platos como éste:

"Tras ellos llegó un bandejón en el que se había colocado un jabalí de excepcional tamaño y, por cierto, con gorro, de cuyos dientes colgaban dos pequeñas espuertas, entretejidas de palma, llena la una de dátiles de Caria, la otra de dátiles egipcios. Además, a su alrededor, unos lechones fabricados de pasta dulce, como si estuvieran agarrados a las ubres, daban a entender que nos habían servido una marrana de vientre. Dichos lechones, por cierto, fueron objeto de regalos. (...) y echando mano al cuchillo de caza golpeó con coraje el flanco del jabalí, por cuya herida salieron volando unos tordos. Había pajareros preparados con sus cañas, y en un instante los trincaron mientras revoloteaban por el comedor"

Las aventuras de Encolpio (el narrador) y Ascilto les van a llevar por diversos escenarios, a pasar por situaciones comprometidas e insólitas (la idea de buena y mala fortuna siempre está presente). Lo erótico e incluso lo pornográfico, están siempre presentes entre las páginas del Satiricón, provocando una sensación de cierto asombro en el lector. Lo que sería inconcebible pocos siglos más tarde, parece moneda de cambio corriente en el esplendor del Imperio Romano (aunque aquí se describa como una sociedad decadente): las escenas de sexo explícito, descritas con todo detalle, son abundantes. Lo más curioso es que, leyendo con atención, también podemos advertir algunos fragmentos que contienen reflexiones de carácter humanista y filosófico:

"Amigos, los esclavos son personas también y han bebido la misma leche igualmente, si bien un destino aciago los ha hundido en la miseria. Pero, por mi salud, que pronto beberán el agua de la libertad."

"Sin lugar a dudas es así: si alguien, enemigo de todos los vicios, pretende seguir el camino recto de la vida, en primer lugar, obtiene el odio, debido a la diferencia de costumbres. Pues, ¿quién puede aprobar lo opuesto a él? En segundo lugar, quienes solo se preocupan de amasar riquezas, no quieren que nada tenga mejor consideración entre los hombres que lo que ellos mismos poseen. En consecuencia, persiguen por todos los medios a su alcance a quienes aman las letras, a fin de que éstos parezcan también estar situados bajo el poder del dinero."

La versión cinematográfica de Federico Fellini no está interesada en ofrecer una versión fidedigna de la Roma antigua, sino basarse en la novela para ofrecer una de las fantasías barrocas tan características del autor de La dolce vita. Fellini incide en la sensualidad de la historia y destaca sobre todo la esplendorosa puesta en escena que, basándose en la arquitectura y el arte de la Roma antigua (interpretados de manera muy libre) nos traslada a una especie de mundo paralelo en el que la existencia adquiere casi un aspecto teatral. Fellini-Satyricon resulta una película extraordinariamente entretenida, que siempre guarda nuevas sorpresas para el espectador y que sabe manejar muy bien las frecuentes lagunas del relato original y añadirles una arquitectura y una música sorprendentes. Es casi como si Petronio hubiera escrito su libro pensando en una futura adaptación del director italiano.

miércoles, 30 de agosto de 2017

LA RIVE GAUCHE (1982), DE HERBERT LOTTMAN. LA ÉLITE INTELECTUAL Y POLÍTICA EN FRANCIA ENTRE 1935 Y 1950.

Durante algunas décadas, la orilla izquierda del Sena, en París, representó el esplendor intelectual de Francia, el lugar donde se reunían sus mejores mentes y donde se suscitaban los debates intelectuales y politicos más variados. Como es bien sabido, buena parte de la vida se realizaba en los cafés, donde se escribía, se debatía y se organizaban fiestas entre amigos. Nombres como Camus, Sartre, Simone de Beauvoir, Gide, Malraux o Aragon han quedado como los protagonistas de las guerras soterradas que se libraban entre escritores y artistas de gran influencia, mientras Europa vivía años oscuros a la sombra del fascismo y del comunismo, lo cual hacía que también numerosos refugiados, como el alemán Ernst Erich Noth, se instalaran en este sector de la capital francesa. Noth dejó una preciosa descripción de la vida cultural de París en los años treinta:

"Se integraba en la vida de todos los días y se reflejaba en el aspecto de las calles. El barrio de los editores, situado entre el Sena y Montparnasse es, sólo desde el punto de vista de su superficie, el más grande del mundo. Los establecimientos de educación más importantes de la capital, como la Sorbonne, la Escuela Normal, la Academia Francesa y el Instituto, de donde han salido o donde han aterrizado numerosos escritores, están evidentemente incluidos en él... El infinito número de librerías (París tiene más que todas las ciudades de Estados Unidos reunidas), que me parecían constituir, en el enmarañamiento denso de las calles, los eslabones de una cadena inextricable que une las editoriales unas a otras, ilustra con evidencia la presencia de un verdadero público lector. 

(...) Cualesquiera que sean su origen y su residencia, voluntaria o forzosa, el autor que ha residido una vez en este universo fascinante, sobre todo si ha trabajado en él, vuelve a hallarse inmediatamente como en su casa, como en una morada que hubiera sido hecha a medida para él."

Uno de los asuntos que más sorprenden de La rive gauche es la inmensa influencia de que gozó el Partido Comunista entre los intelectuales durante muchísimos años. No importaba que llegaran las primeras noticias de las purgas de Stalin, o que la desfachatez de la Unión Soviética llegara hasta el punto de celebrar un pacto de no agresión con Alemania (lo cual abrió de par en par las puertas a la Segunda Guerra Mundial). Muchos militantes seguían unidos a su madre ideológica por una especie de cordón umbilical irrompible, que les otorgaba seguridad a la vez que les robaba su libertad de pensamiento. También es bastante insólita la relación que establecieron una gran mayoría de intelectuales con el ocupante alemán a partir de la primavera de 1940, lo que se vio favorecido por la llegada de Gerhard Heller, un admirador de la cultura francesa, como una especie de delegado de asuntos culturales de los nazis, que también estaba encargado de la censura. Heller se mostró desde el principio como un firme partidario de que la vida cultural francesa prosiguiera como hasta aquel momento - libre de judíos, eso sí - y favoreció la continuación de la actividad de editoriales tan fundamentales como Gallimard. Bajo la ocupación alemana, aunque parezca sorprendente, muchos comunistas pudieron seguir escribiendo, al menos en los primeros tiempos, y se publicaron novelas tan importantes como El extranjero, de Albert Camus. También era posible asistir a escenas tan pintorescas como ésta, descrita por Simone de Beauvoir:

"Una noche se interpretó la obra teatral de Picasso, "Le désir attrapé par la queue". Sartre estaba entre los actores, Camus dirigía la representación . Asistían, entre otros personajes, Picasso y Braque, Jean-Louis Barrault, Jacques Lacan y Georges Bataille. Llegó la hora del toque de queda: la fiesta comenzó; Sartre y Camus recitaron y cantaron."

Cuando se empezó a otear en el horizonte que la derrota alemana era posible, la resistencia a la ocupación se acrecentó. Bajo la superficie de la vida cultural francesa se movían decenas de publicaciones clandestinas, financiadas o no por los comunistas, en las que muchos intelectuales trataban de tomar posiciones ante el futuro inminente. Otros, como Drieu La Rochelle, que se habían significado demasiado en favor del enemigo, empezaban a sentir una especie de espada de Damocles sobre sus cabezas. En realidad, pocos intelectuales fueron tan coherentes como Antoine de Saint Exupery, que después de la derrota del 40 huyó a Estados Unidos para intentar que este país entrara en guerra y posteriormente moriría durante una misión aérea de reconocimiento. La mayoría consideraron que la influencia de sus escritos combativos era la mejor aportación que podían hacer en el esfuerzo bélico, aunque es cierto que estas meras actividades les hacían arriesgar su libertad e incluso sus vidas.

La llamada Depuración, fue un fenómeno curioso, puesto que fue mucho más furibunda en los meses posteriores a la liberación y pronto se fue sosegando, por lo que muchos intelectuales que habían colaborado de forma bastante obvia con los alemanes - los grandes editores entre ellos - pudieron librarse con relativa facilidad de ser procesados. El Comité Nacional de Escritores se tornó en una institución muy importante a la hora de emitir dictámenes respecto al comportamiento de ciertos escritores en los años precedentes. En realidad la liberación supuso para muchos de los intelectuales de la orilla izquierda, una especie de momento culminante, en el que sentían que su prestigio y su influencia habían llegado a un punto álgido. Pronto llegaría la Guerra Fría, y el momento de tomar partido entre Oriente y Occidente. Los comunistas presionaban más que nunca, mientras era obvio para muchos que robaban las libertades de los países que habían ocupado al final de la guerra. Pero para el militante comunista era realmente difícil desprenderse del halo del Partido que lo significaba todo. Después de su expulsión, Edgar Morin expresó su sentimiento de pérdida con estas palabras:

"Todos estaban al abrigo, en sus hogares, en los mítines. Yo estaba solo como un fantasma, mientras que en todo el mundo los obreros marchaban... Había perdido para siempre la comunión, la fraternidad. Excluído de todo, de todos, de la vida, del calor, del partido. Y me puse a sollozar."

La rive gauche es un ensayo realmente impresionante, un estudio con unas coordenadas espacio-temporales muy específicos, pero que apabulla al lector (en el buen sentido) por la inmensa labor de investigación y documentación que debe haber supuesto estudiar la vida, las relaciones y la obra de decenas de personajes. Un libro fundamental en torno a un época irrepetible, en la que no faltaban esas figuras que ahora tanto escasean: referentes intelectuales.

martes, 29 de agosto de 2017

DESERTORES (2013), DE CHARLES GLASS. UNA HISTORIA SILENCIADA DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL.

La primera experiencia frente al fuego enemigo debe ser algo verdaderamente insólito y violento para cualquier combatiente. El instinto de conservación activa todas las alarmas y muchos soldados solo quieren tirar las armas y salir corriendo, sobre todo cuando la mayoría de ellos, como sucedió en la Segunda Guerra Mundial, no eran profesionales. Quizá encontrar que la guerra difiere mucho del panorama que presentaban las películas de propaganda de la época sea lo que más impactaba. Leyendo Desertores, uno no puede evitar pensar cual sería la reacción propia frente a un bombardeo enemigo bajo el que tenemos orden de no retroceder. Esta situación se dio continuamente en los ejércitos estadounidenses y británicos que liberaron el Norte de África y Europa y se agravaba profundamente por la realidad de la escasez endémica de soldados para enviar al frente, por lo que los combatientes, en muchas ocasiones, permanecían semanas y semanas en el frente sin apenas descanso. Los soldados envidiaban profundamente a los miembros de los equipos de segunda línea (intendencia, hospitales, comunicaciones, administración), que raramente tenían ocasión de estar bajo fuego enemigo. John Bain, del Regimiento Gordon Highlanders en Normandía, resume bien las sensaciones de estar sometido al infierno durante cada minuto del día y la noche:

"El olor de la guerra era el mismo en todas partes: ese aroma dulce pero penetrante de la cordita, el miedo y la putrefacción. (...) la sensación de ser deshumanizado, reducido a poco más que una extensión de tu equipamiento y tus armas, la constante sensación de ser empleado como un objeto, de ser manipulado por manos invisibles y ciegas, controlado por una fuerza que es o bien maligna o bien estúpida, el sentimiento de estar agotado en una oscuridad metafórica y, bastante a menudo, literal, de estar extenuado, asustado, enfermo, a veces tan exhausto que uno se duerme de pie, como un caballo. E ignorancia. Una ignorancia pasmosa, penosa." 

La consecuencia de esta falta de descanso en la tropa era la falta de moral y las continuas deserciones en la misma. Si bien los Aliados se aprovechaban de su superioridad numérica en armamento y en aviación para ir haciendo retroceder poco a poco a unos alemanes que luchaban en dos frentes, la infantería era la que se llevaba la peor parte en este esfuerzo. Muchos de sus miembros, cuando llegaban al límite de lo que es posible resistir, simplemente huían sin destino. Otros muchos planificaban mejor su fuga y se unían a redes criminales que operaban tras las líneas aliadas, viviendo del robo de suministros y vendiendo en el mercado negro, en muchas ocasiones en colaboración con mafias locales. Estos grupos resultaron ser un verdadero quebradero de cabeza para los oficiales aliados, que tuvieron incluso que desviar tropas para vigilar almacenes y combatir a los ladrones. La situación llegó hasta tal punto que, cuando los americanos llegaron a las fronteras de Alemania, carecían de suministros para aprovechar la situación con un avance decisivo. 

Hubo también casos de soldados que, horrorizados por lo que veían día a día, se crearon nuevas vidas en territorio francés y se quedaron en los hogares de sus novias francesas, con las que tuvieron hijos, ocultando su identidad durante años. Charles Glass ha investigado muchas de estas historias, hasta ahora desconocidas y nos las ofrece de una forma un tanto desordenada, pero expuestas con el suficiente interés para que resulten apasionantes. Aunque solo un soldado estadounidense tuvo la mala suerte de ser ejecutado, después del correspondiente jucio, por cobardía ante el enemigo, fue al final de la guerra cuando los psicólogos y psiquiatras empezaron a darse cuenta de que muchos de estos casos de presunta cobardía no eran sino colapsos nerviosos, provocados por la lógica del miedo continuo a la muerte o la mutilación. Una política más humanitaria con los soldados, un tratamiento más personal y la garantía de frecuentes descansos lejos del frente hubieran sido muy efectivos en este sentido. Si algo consigue Desertores es que tomemos conciencia del infinito sacrificio personal que supuso para los soldados aliados (desde luego, también para sus enemigos), el combate continuado para hacer retroceder a la bestia nazi.

lunes, 28 de agosto de 2017

ANIMALES NOCTURNOS (2016), DE TOM FORD. LO REAL Y LO FICTICIO.

Susan vive una vida de ensueño, que es su existencia real: se mueve en ambientes de lujo, relacionados con el mundo del arte, pero hay algo en todo ello que le hace experimentar todo lo que le rodea como algo vacío, casi como si viviera en una burbuja. La llegada de un manuscrito procedente de su exmarido Edward, crea en su existencia una intensa conmoción, como si volviera a una patria abandonada en la que su vida era más convencional y a la vez sometida a las inclemencias del azar.

Desde luego, lo más interesante de Animales nocturnos es el relato dentro del relato que nos ofrece Edward: una auténtica pesadilla que ninguno de nosotros querría experimentar, en la que lo meramente desagradable y molesto da paso a lo grotesco y de ahí a lo terrible. El ángel salvador de los restos del naufragio del protagonista va a ser un sheriff violento y de vuelta de todo (interpretado por el siempre magnífico Michael Shannon), uno de esos seres que cree conocer la psicología criminal mejor que cualquier especialista, por haber estado trabajando cerca de ella durante toda su vida profesional y que, para más inri, padece un cáncer terminal, por lo que no le importaría en absoluto llevarse con él a la tumba a un par de tipos. Aquí se repite el viejo discurso acerca de si es mejor o no tomarse la justicia por la propia mano, aunque sea meramente a través de la ficción.

Me entero de que la película se basa en una novela, Tres noches, de Austin Wright, del que celebramos hace unos años un club de lectura al que no pude asistir - y, por consiguiente, tampoco leí el libro - . Ahora tampoco creo que me acerque a él, puesto que no me gusta hacerlo después de haber visto la versión cinematográfica. Si hay que ponerle un pero a Animales nocturnos es que Ford abusa mucho de su interés estético y esto a veces va en detrimento de la trama.

viernes, 25 de agosto de 2017

ROMA. UNA HISTORIA CULTURAL (2011), DE ROBERT HUGHES. CAMINANDO POR LA CIUDAD ETERNA.

Pasear por Roma, con todo el tiempo del mundo por delante, es uno de esos placeres a los que se somete de buen grado cualquier amante del arte, de la historia, de la literatura o simplemente cualquier persona con una pizca de buen gusto estético. La ciudad abruma con una sorprendente mezcla de periodos históricos y estilos arquitectónicos que se dan cita en sus edificios, desde los antiguos romanos hasta Mussolini. Visitar el foro produce una especie de cosquilleo nervioso, pues la vista de tan formidables ruinas evoca la grandeza de un Imperio que se creía eterno y del que hemos heredado elementos tan importantes de nuestra vida cotidiana como la lengua o el derecho. 

Pero en Roma podemos deleitarnos observando cómo, en numerosas ocasiones, el poder papal reciclaba los elementos antiguos procedentes del foro o de edificios como el Coliseo, las termas de Caracalla o el Panteón, para engrandecer sus propios monumentos a bajo coste. Resulta increíble que a día de hoy podamos admirar la columna de Trajano prácticamente intacta, así como algunos arcos triunfales o el ya nombrado Panteón, que fue transformado en templo cristiano y cuya enorme cúpula fue el modelo para las de la catedral de Florencia y la de San Pedro. Personalmente, he de decir que hemos tenido suerte en esta visita, puesto que el tiempo ha acompañado (temperaturas de no más de treinta grados) y la ciudad se hallaba bastante despejada de turistas - incluso a la Fontana de Trevi se podía bajar con facilidad - excepto en lugares puntuales como San Pedro o el Coliseo, donde se dan cita decenas de viajes organizados, con el consiguiente caos que producen las masas de visitantes sedientos de fotos. 

Otro de los elementos destacados - y de lo que habla Robert Hugues extensamente en su libro - son las iglesias, que uno se va encontrando casi en cada esquina. Cada una de ellas resulta más suntuosa y espectacular que la anterior, casi como si se quisiera reavivar la fe a través de una representación casi teatral de las imágenes sagradas, a través de enormes frescos y mosaicos. Así lo justificaba el papa Nicolás V:

"(...) para crear convicciones firmes y estables en las mentes de las masas incultas, tiene que haber algo que resulte atractivo para la vista... una fe popular que se halle sostenida únicamente por doctrinas nunca será sino débil y vacilante. Pero si la autoridad de la Santa Sede estuviera visiblemente expuesta en majestuosos edificios, en imperecederos monumentos conmemorativos... la fe aumentaría y se fortalecería como una tradición desde una generación hasta la siguiente, y todo el mundo la aceptaría y la veneraría." 

Habré visitado casi treinta iglesias, pero sé que me han quedado muchas, porque Roma es inabarcable. Quizá mi favorita, si es que se pueda elegir alguna, sea la de San Ignacio, puesto que los frescos de la bóveda, de Andrea Pozzo, son insuperables, una ascensión al cielo casi tridimensional que uno no se cansa nunca de contemplar. Muy recomendables también son la de Gesú (que sirvió de modelo a San Ignacio), la Basílica de Santa María la Mayor, la Basílica de San Andrés del Valle, la Iglesia de Santa María de la Victoria (con El éxtasis de Santa Teresa, de Bernini), la Basílica de Santa María de los Ángeles, que está integrada admirablemente en el recinto de las Termas de Diocleciano, o la de San Pedro in Vincoli, con el imprescindible Moisés, una de las grandes obras maestras de Miguel Ángel, entre otras muchas.

El dominio de la Iglesia en la época del barroco no se limitó a los recintos sagrados, sino que contribuyó al embellecimiento de la ciudad a través de plazas tan conocidas como la España, la Navona o la del Popolo, en las que impera la teatralidad y el aprovechamiento de elementos antiguos, como obeliscos egipcios de miles de años de antigüedad que llevaron los romanos a la ciudad como souvenirs de la conquista de Egipto, algo que, combinado con las fuentes de Bernini dan a dichas piazzas una apariencia de espectacularidad sin igual. 

También es bueno salir un poco de las calles más céntricas y caminar hasta lugares un poco más alejados, como el Vaticano, contemplar las perspectivas de la plaza de San Pedro y entrar en sus museos para admirar (apretados junto con otros cientos de personas como en una lata de sardinas), la culminación del arte occidental en la capilla Sixtina, para después disfrutar de los enormes espacios del interior de la Basílica, poniendo el foco de atención, entre otros muchos puntos de interés, en la Piedad de Miguel Ángel y en el Baldaquino de Bernini, que indica el lugar donde supuestamente reposan los restos de San Pedro y para cuya construcción se usó bronce procedente del Partenón. Desde luego una visita al Vaticano difícilmente va a activar la fe espiritual de nadie, sobre todo si cree que la iglesia debería ser una institución pobre y para los pobres, pero sí que va a saciar nuestro apetito de arte y de historia. Otra visita un poco más periférica y encantadora es el barrio del Trastévere, con su hermosísima Basílica de Santa María y su ambiente de fiesta permanente, sobre todo desde un punto de vista gastronómico: cenar en cualquiera de sus restaurantes es un auténtico placer para los sentidos. También es imprescindible, si uno está interesado en la vida cotidina en el Imperio Romano, acercarse a las Termas de Caracalla, un conjunto monumental verdaderamente impresionante, que da una idea del esplendor y el lujo del que llegaron a disfrutar los ciudadanos de Roma en el punto álgido de su imperio. Aunque han pasado siglos y todos sus elementos decorativos han desaparecido, el espesor y la altura de muros y bóvedas hacen que sea inevitable que la imaginación se active paseando por un recinto que podía acoger a miles de personas cada día.

Si piensa usted viajar a Roma próximamente, es muy recomendable la lectura del ensayo de Robert Hughes, un apasionado de la ciudad que conoce todos sus secretos, un auténtico guía que facilita la comprensión de una urbe tan compleja, tan contradictoria y cuyo urbanismo lo han conformado tantos genios, que sería mejor llegar a ella prevenidos contra ataques repentinos del síndrome de Stendhal. Una última recomendación: antes de abandonar la ciudad, hagan una pequeña peregrinación a la Plaza del Campo dei Fiori. Es un espacio más bien recoleto, pero en el centro se levanta con bastante solemnidad la estatua de un monje, con la cabeza tapada con una capucha. Se trata de Giordano Bruno, un monje-filósofo de finales del siglo XVI, que se atrevió a acercarse al sistema de Nicolás Copérnico y a especular con la existencia de mundos habitados más allá del nuestro. Fue quemado en la hoguera como hereje en esa misma plaza. Roma también homenajea a los disidentes de la iglesia católica, a un apóstol de la libertad de pensamiento que se adelantó en un par de siglos a Voltaire.

jueves, 17 de agosto de 2017

EL PRIMER AMOR (1860), DE IVÁN TURGUÉNEV. INOCENCIA Y DESPERTAR.

Después de una cena, solo queda una pequeña reunión de hombres maduros. Deciden hablar de un tema interesante y evocador: el primer amor, pero solo uno de ellos tiene una historia que contar. En cualquier caso, se trata de una historia que no puede ser narrada de viva voz, por lo que habrá que esperar unos días para conocerla, hasta que sea plasmada en papel.

El primer amor está concebido como un relato en primera persona en el que un hombre de cuarenta años intenta ponerse en la piel de su yo adolescente, evocar sus sentimientos y describir algo tan indescriptible como el enamoramiento ofuscado de un ser que empieza a vivir y todavía no entiende muy bien qué mecanismos mueven el mundo. Vladimir no entiende muy bien qué es lo que le está pasando, de donde vienen esas sensaciones a la vez deliciosas y aterradoras, pues ha sido víctima de ese atontamiento temporal del alma del que hablaba Ortega y Gasset:

"(...) me pasaba el tiempo recitando versos en voz alta, sabía muchos de memoria, la sangre me hervía y en el corazón experimentaba un dolor dulce y cómic, esperaba algo, sentía una extraña timidez, me asombraba de todo y permanecía como al acecho; mi fantasía volaba, moviéndose en torno a unas mismas ideas, como los vencejos al amanecer en torno al campanario, solía quedarme pensativo, triste, y hasta lloraba; pero, por encima de las lágrimas, por encima de la tristeza que despertaba en mí un verso sonoro o un bello ocaso, brotaba, como la hierba primaveral, la alegría de la vida joven y efervescente."

La causante de esta catarata de sentimientos encontrados es una bellísima joven de veintiún años, cinco más que el protagonista, vecina de éste. La diferencia de edad es un abismo entre ambos. Ella ya es alguien maduro, que cuenta con una corte de aduladores que atiende al menor de sus deseos y a quienes maneja como quiere. Vladimir pasa a formar parte de esa corte - hasta llegará a tener el cargo de paje de la misma - con tal de estar cerca de Zinaida, que se ha convertido en una diosa para él. Ella es verdaderamente encantadora pero, por desgracia para sus adoradores, es muy consciente de su belleza y del poder que tiene sobre los hombres, por lo que su relación con ellos se transforma en un juego en el que ella siempre impone las reglas. Para el autor, fue su personaje femenino más logrado:

"De todos mis tipos femeninos el que más me satisface es el Zinaida de El primer amor. En ella logré presentar un personaje verdadero, vivo; coqueta por naturaleza pero una coqueta en verdad atrayente."

Como el mismo Tuguénev confesó, la novela se basa en una experiencia de juventud. Lo mejor de todo es que posee un trasfondo escabroso y realmente cruel para el protagonista. La verdad de lo que está sucediendo, algo que el lector ya ve venir desde la mitad de la narración, es devastadora para Vladimir (y el final del relato, uno de los mejores que he leído, lo es para el lector), pero su balance de la experiencia es mucho más paradójico:

"No quisiera que se repitiera, pero me consideraría muy desgraciado si no lo hubiera experimentado nunca."

miércoles, 16 de agosto de 2017

SPIDERMAN HOMECOMING (2017), DE JON WATSS. EL SUPERHÉROE ADOLESCENTE.



Spiderman ha sido uno de los grandes héroes de varias generaciones de lectores de cómic. El secreto de su éxito fue siempre que uno se podía identificar con las historias que protagonizaba Peter Parker. Se trataba de un joven con superpoderes, sí, pero los problemas y los conflictos a los que solía enfrentarse en su vida diaria eran muy parecidos a los nuestros: la presión de las clases, las discusiones entre amigos, los primeros devaneos amorosos… y todo ello se agravaba con su constantes peleas contra poderosos supervillanos, de las que no siempre salía victorioso. Es más, Parker era alguien constantemente asediado por problemas financieros, que solía vivir una existencia precaria, acosado por unos jefes como el celebérrimo J.J. Jameson, que ni siquiera era capaz de ofrecerle un puesto fijo en el Daily Bugle, a pesar de las excelentes fotos del trepamuros que le suministraba para sus portadas.


En los cómics, Spiderman ha vivido literalmente miles de aventuras, ha experimentado etapas tremendamente anodinas y se ha reinventado varias veces. Algo parecido le ha sucedido en el cine, donde, a pesar de las dos primeras películas firmadas por Sam Raimi, excelentes desde un punto de vista formal, pero que no entroncaban en muchos aspectos con el universo de los cómics. Este problema ha sido una constante en las adaptaciones posteriores, hasta que en Civil War, se presentó a un Spiderman muy prometedor, cuya presencia de solo algunos minutos en la pantalla resultó muy esperanzadora para muchos fans, puesto que la interpretación de Tom Holland, sí que se acercaba a la esencia de un Peter Parker adolescente, a la magia de los primeros cómics escritos por Stan Lee.


Por todo ello, Spiderman Homecoming era una cinta que suscitaba muchas expectativas, en la  que muchos esperaban ver desarrollada la historia de un Peter Parker más realista, por fin inmerso en el auténtico universo Marvel. Dichas expectativas se cumplen solo en parte, pero el balance final que ofrece la película es tremendamente decepcionante. Watts nos presenta a un personaje excesivamente dependiente de Tony Stark, que aparece aquí como una auténtica figura paterna, que llega al punto de tener sometido a estrecha vigilancia a su pupilo a través del traje que le ha cedido, realizado con la misma tecnología que la armadura de Iron Man (¿y por qué no ha fabricado trajes similares para los miembros más débiles de los Vengadores, como Ojo de Halcón?), hasta el punto de que el espectador llega a dudar de que Spiderman tenga poderes propios, más allá de los que otorga el fantástico traje. Además la cinta está lastrada por un humor absurdo, quizá comprensible solo para la generación milenial, y por unos secundarios absolutamente insulsos. Es bastante incomprensible que si se ha querido reforzar la descripción de la vida estudiantil de Parker sin que le rodeen unos personajes mínimamente interesantes, no estereotipados.  

Una de las características principales de Peter Parker, la de ser fundamentalmente, al menos en su faceta superheroíca, un muchacho hecho a sí mismo, se pierde lamentablemente en esta nueva versión de sus aventuras. Spiderman Homecoming resulta espectacular en sus – escasas – escenas de acción, aunque en algunas de ellas se abuse de la oscuridad, pero resulta lamentablemente aburrida en demasiados tramos, que parecen más destinados a adolescentes que a un público más variado. Esperemos que en próximas apariciones se pula un poco mejor a un personaje con tanto potencial y podamos ver el espíritu de Stan Lee plenamente trasladado a la gran pantalla.

sábado, 12 de agosto de 2017

DUNKERQUE (2017), DE CHRISTOPHER NOLAN. HORAS DESESPERADAS.

Dejo aquí en enlace al último artículo que he publicado para Astoria 21, acerca de la última película de Nolan, una de las mejores producciones bélicas de todos los tiempos:

JACKIE (2016), DE PABLO LARRAIN. LA LEYENDA DE CAMELOT.

Las imágenes del asesinato de John Fitzgerald Kennedy son parte de la historia del siglo XX, una película de horror impactante y real que marcó a una generación de estadounidenses que ya se habían acostumbrado al uso generalizado del medio televisivo. En cualquier caso, para el público fue un acontecimiento observado a cierta distancia, pero para Jacqueline Kennedy, la esposa del presidente, que iba sentada junto a él cuando fue asesinado, resultó un horror tan absoluto, que su vestido y su cabello quedaron empapados de sangre y trozos del cerebro de su marido. ¿Qué pasó por la cabeza de esa mujer en las horas posteriores y en los días siguientes? Esa es la pregunta que se hace Larrain y para intentar responderla dará voz a la joven viuda durante toda la película, a través de la entrevista privada que concede a un conocido periodista.

Las primeras horas después del asesinato se movieron entre lo trágico y lo patético, con una Jackie sumida en el estupor, todavía con la ropa manchada de sangre, mientras los miembros del gobierno y la seguridad se movían nerviosos a su alrededor, organizando la inmediata transición política. De pronto Jacqueline ya no era la primera dama, sino la primera viuda, pero nadie parecía darle prioridad a su dolor. Pronto se vio obligada a reaccionar, a proteger a sus hijos y, ante todo, a poner en valor el legado de su marido, un presidente joven al que alguien - todavía se especula sobre si detrás del crimen existieron poderes ocultos - había asesinado por motivos inexplicables. 

Una semana después de los hechos, el duelo se transforma en obsesión por la posteridad, por rememorar los días felices de esa definición un poco cursi de su mandato, Camelot, obviando la sórdida historia de unos Kennedy que se movían en algunos ámbitos como una familia dominada por una desmesurada sed de poder. Al público estadounidense se le quiso vender la imagen dorada de un matrimonio joven que vive la culminación del sueño americano, pero la realidad era mucho más prosaica, puesto que el relato de Jackie debe omitir los continuos devaneos sexuales de su marido, un hombre cuyo comportamiento distaba mucho del de un esposo ejemplar. La posición de la protagonista era muy difícil, pues debía sobreponerse a su dolor, al trauma que le suponía haber vivido en primera persona un acontecimiento tan terrible y proteger al menos la imagen de una presidencia y una familia ejemplares. Algo que logró conseguir, al menos en parte. Larrain explica así los sentimientos de la ex primera dama:

"Creo que es el estudio de la sensibilidad de una persona, un estudio de su vida, de su duelo y es la historia de cómo una mujer supo unir a una nación. (...) Simplemente intenté mostrar circunstancias específicas sobre cómo una mujer y una familia pudieron superar momentos tan oscuros como los que les tocó vivir." 

Jackie no es fime convencional. Todo se sostiene en la excepcional actuación de Natalie Portman, llena de matices, en la intuición de su personaje de que lo verdaderamente importante en la era de la imagen no es la estricta verdad, sino la versión de la misma que más conviene a la percepción que queremos obtener del público.

viernes, 11 de agosto de 2017

EL CRACK (1981), DE JOSÉ LUIS GARCI. EL DETECTIVE Y LA MUERTE.

Hace unos meses tuve la oportunidad de tener una conversación con un detective malagueño. No podía dejar pasar la ocasión sin preguntarle cual es la película, a su juicio, que mejor refleja la realidad en la que él se mueve habitualmente. Me sorprendió mucho que no se decantara por ningún titulo norteamericano, sino por El crack, un pequeño clásico de nuestro cine en el que José Luis Garci ofrece un continuo homenaje a los clásicos del género negro. 

El protagonista, el detective privado Germán Areta, es un personaje muy tópico, aunque con matices, puesto que la interpretación de Alfredo Landa (recordemos lo que representaba Landa en aquel entonces), le otorga una gran humanidad y diversos matices que lo hacen muy interesante. Está claro que Garci lo dibuja como un cruce entre Bogart y Harry el sucio, pero el hecho de que Areta busque refugio en un proyecto de familia, con la que vive momentos totalmente alejados del mundo sórdido por el que se mueve en su profesión, lo distinguen un tanto de estos iconos del cine negro y policiaco. Areta es presentado como un hombre tranquilo y cerebral, pero que es capaz de intimidar cuando la ocasión es propicia para ello. Más que un hombre de acción, Areta es un hombre rutinario, un muy buen conocedor de su oficio que sigue manteniendo relación con su pasado como policía.

Lo mejor de El crack es el retrato de época que ofrece, de una España que se estaba despertando del mal sueño del franquismo, de un Madrid todavía dibujado en tonos muy grises. A Garci le gusta cambiar de escenarios mostrando panorámicas de Madrid (sobre todo de la zona de la Gran Vía), pero la película transcurre sobre todo en sombríos y a veces opresivos interiores. Lo malo es que el ritmo de la película no siempre es el adecuado y al director a veces se le va la mano con los homenajes, hasta el punto de ambientar el desenlace en la mismísima Nueva York - una decisión no exigida por el guión - pero una ocasión ideal para ofrecer panorámicas de rascacielos y recrear un ambiente más auténtico si cabe. El crack es una película interesante por lo que representa para nuestro cine, pero ha envejecido un poco mal. Acercarse a ella supone gozar de un interesante ejercicio de arqueología nostálgica, pero también lamentar lo que pudo ser no llegó a ser, sobre todo por el mal acabado de demasiadas escenas.